Olga Harmony
Las musas huérfanas

Mauricio Jiménez rompe su ya prolongado alejamiento de nuestros escenarios para incursionar en el teatro realista. Las musas huérfanas, del autor quebequense Michel Marc Bouchard, pertenece a esa moderna concepción de lo que es realismo que los dramaturgos de todas partes, incluido nuestro país, exploran en la riqueza de sus posibilidades; la realidad dramática es tan ambigua, tan poco reductible a una implacable lógica cartesiana como puede ser la realidad en que habitamos. Los umbrales estilísticos de este nuevo realismo son tan tenues, que en ocasiones los directores cargan la mano hacia lo simbólico y entonces lo convierten en expresionista, y a veces lo miran como realismo mágico. El drama de Bouchard --de cuya traducción se nos escamotea el crédito-- tendría todos los ingredientes de una obra sicologista a no ser por el cambio final de Isabel, que rebasa lo posible. El propio autor --en la pista que se da al público en el programa de mano-- juega con las posibilidades de la realidad y nos invita a ``ir impúdicamente más allá de la anécdota''.

La maternidad es el eje del drama en varias de sus posibilidades; la madre que abandona, la madre-hermana que castra, la mujer liberada del pasado ante su posibilidad del hijo por venir. La familia vista a la luz de la orfandad y la ausencia de la madre (porque la del padre no produce en los hijos tamaño hueco, por lo menos en estos despojados cuatro hermanos Tanguay) y el sello simbólico que esa ausencia imprime en cada uno. Catalina, la estéril de los muchos amantes, que deriva su deseo de maternidad sobreprotegiendo a Isabel, primero y casi con seguridad a Luc en el futuro. Luc, el único varón, que trata por todos los medios de identificarse con la madre, incluso vistiendo su ropa, y que se engaña a sí mismo con la Correspondencia de una reina de España a su hijo amado, el libro en que recuerda el pasado --en su obsesión por tomar venganza de quienes hirieron a su progenitora-- y en el que inventa un esplendor actual. Isabel, a quien la sobreprotección de Catalina ha nulificado y que resulta la inusitada disparadora de la acción. Natalia, que regresa de Alemania, ajena a su familia y cuya opción sexual es la negación simbólica de la procreación. Estas musas huérfanas (tan huérfanas que incluso Mnemosina significa aquí el olvido), inspiradoras de ese libro escrito por Luc y recitado por todas, son mucho más que símbolos. Son personajes de varias dimensiones actuando en tiempo y lugar reales, que hablan un lenguaje coloquial y que tienen las aproximaciones y diferencias de cuatro hermanos de carne y hueso. El engaño y el autoengaño, que serían otra vertiente del texto, también pueden ser muy reales.

Esta doble posibilidad de la obra de jugar con lo real y lo simbólico es aprovechada con amplitud por Mauricio Jiménez. El director, de quien se conocen las búsquedas de un lenguaje personal para escenificar sus propios textos y alguno ajeno, por primera vez en su trayectoria acomete una dirección de actores y un trazo realistas en términos generales, lo que desconcierta a quienes esperaban algo más cercano a sus propuestas anteriores. Pero no hay que equivocarse, porque se trata de otra manifestación del mismo talento y creatividad de Mauricio, muy lejana de todo convencionalismo. Y por cierto que lo enriquece acercarse a la dirección de actores en la interpretación realista de personajes, lo que logra de óptima manera.

En una excelente escenografía de Gabriel Pascal que hace compartir un hermoso comedor con la arena que todo lo invade y en un espacio también alejado de lo convencional, el director matiza su concepción con momentos poco reales, como esa maleta contenedora de todo (y también de los tres tiempos posibles, el pasado, el presente y el futuro), la aparición de Isabel como Ofelia, la lectura del libro de Luc con el pasado mimado y dicho por los cuatro hermanos --Luc ya convertido en su madre-- y ciertos gestos de Isabel cuando se entona La paloma en la versión de Alejandra Hernández. Los cuatro actores resultan excelentes. Aída López como la dura, aunque con transiciones hacia la ternura, Catalina; Emma Dib, que ya está muy presente para todos, espléndida en su dual Isabel; Jorge Avalos, muy bien en su travesti que no es amanerado, excepto ligeramente cuando se convierte en su madre; Natalia Traven, tampoco hombruna aunque nunca femenina, en la seca Martina. Muy conmovedor, y al mismo tiempo con esa mezcla de rigor e imaginación que lo distingue, el regreso de Mauricio Jiménez entre nosotros.