Javier González Rubio I.
La lucha contra el cigarro

Los fumadores podríamos ser una especie en peligro de extinción, pero afortunadamente nuestros grupos protectores, es decir las grandes compañías norteamericanas fabricantes de cigarrillos, están haciendo hasta lo imposible para que no acabemos en museos. Es paradójico, no cabe duda, que el alcohol, siendo tan o más dañino que el cigarro pues su abuso perjudica gravemente el entorno social y familiar, ande tan campante por el mundo. Quizá esto se deba a que Estados Unidos ya probó en carne propia lo absurdo que fue la prohibición en los años 20. Nadie en su sano juicio pediría que se prohibiera el consumo de alcohol ¡Dios nos libre!, pero no se destinan a combatir su abuso ni la mitad de los recursos que se invierten para darle la batalla al cigarro y los fumadores.

La industria estadunidense del cigarro acaba de aceptar pagar al gobierno de su país la friolera de 368 mil millones de dólares a lo largo de 25 años, es decir 14 mil 72 millones al año para, en resumen, costear los gastos médicos de los fumadores cancerosos y tosientos. Este pago, de aprobarse por el Senado, evitará en lo sucesivo que los ciudadanos comunes y corrientes que han pasado años de su vida exhalando humo y angustia demanden a las tabacaleras por el daño que la dependencia del cigarrillo les ha causado.

Hasta ahora, este acuerdo monetario impedirá que tales demandas procedan en 40 de los 50 estados de la Unión pues tanto fumadores como despachos de abogados encontraron en los pleitos judiciales una nueva mina de oro. ¿Se imagina usted demandando a Bacardí o a Hennesy por agarrar una papalina de órdago? Pues bueno, miles de fumadores de Estados Unidos empezaron a demandar a las cigarreras culpándolas de su nociva adicción al tabaco.

Las cigarreras tendrán que poner más grande y explícita en sus cajetillas y en su publicidad la leyenda de que fumar puede causar cáncer, y reducir el contenido de nicotina en los cigarrillos hasta un límite que les será impuesto.

En ningún aeropuerto o en los centros comerciales de Estados Unidos se puede fumar, ah, pero hay que ver a la gente en las puertas de esos locales fumando como chacuacos antes de entrar o al salir de ellos. Obviamente en los restoranes tampoco se puede fumar, pero algunos han creado trincheras en la zona del bar donde apeñuscados y todo, pero los fumadores pueden darse su gustito echándose un trago.

Lo más paradójico de todo esto es que va en aumento desproporcional la venta y publicidad de puros, y en ella, enemigos acérrimos del cigarro aparecen degustando, obviamente y a pesar de ser gringos, un delicioso habano cubano, de los que John F. Kennedy se conseguía de ``contrabando'' para degustar con sus amigos en la Casa Blanca...

Europa, que es un continente civilizado, realmente, en términos generales, permite a la gente fumar dónde y como le dé la gana. Lo mismo sucede, por ahora, aunque no por mucho tiempo, en México pues sabemos que la vecindad, aunada al TLC parece obligar al juego de lo que hace la mano hace la tras. El texto que se presentará a la aprobación del senado norteamericano, que garantiza la aportación de las cigarreras, fiel a la tradición intervencionista del país de origen, pretende crear un programa de control internacional para que otros países no hagan lo que en la materia prohíbe Estados Unidos.

En el caso del cigarrillo nuevamente se explaya la cultura de la represión. Nadie pone a discusión la nocividad del cigarrillo para el fumador, pero finalmente es mucho menos dañino social y familiarmente que el alcohol y las drogas. Vivimos en un mundo hipertenso y lleno de frustraciones, de oferta de satisfactores inalcanzables y de una pobreza espiritual que aterra. Si me pongo a pensar en todo eso, un cigarrito me tranquiliza un rato.