La pregunta que intitula este escrito puede molestar o incomodar. Su virtud, en todo caso, es que interrelaciona la situación de nuestra nación con las lupas con las cuales debe analizarse el momento actual: ética y realidad. En el gobierno, la palabra escepticismo disgusta pues demerita trabajo y logros. A la par, la ética, contrapeso siempre deseable, no fluye: impunidad --se dice que en la administración anterior del DDF había 2 mil 500 aviadores--, corrupción y pobreza como herencia, son estigmas de la mayoría de los gobiernos posrevolucionarios. El meollo del problema es la dialéctica y el balance con que juegan estos términos.
El oficio de la ética no se estudia, no se compra, no es prostituible y tampoco se inventa. La moral es alérgica al poder y no se relaciona necesariamente con grados académicos o escalafones profesionales o gubernamentales. Si bien se argumenta que el conocimiento debería hacer ``mejor'' --agrego: ``más ético''-- al ser humano, esto dista mucho, en nuestro medio, de ser verdad. Han abundado, sexenio tras sexenio, doctores en diferentes áreas del saber cuyos títulos garantizan sabiduría y entendimiento. Sin embargo, si se juzga la situación actual de las mayorías, las virtudes del saber no parecen haberse explotado.
El escepticismo tampoco se enseña. No se mama ni se decide ser o no incrédulo. No se estudia y no es por fuerza contagioso. No es oficio ni condición. En cambio sí se lee en la cotidianidad, en las calles, en las cifras de la economía, en estadísticas y en algunos términos con los que nos hemos acostumbrado a cohabitar.
Reyes Mate pregunta: ``¿se puede ir cada mañana a los negocios tan ricamente, tomar decisiones políticas o decir a los hijos `esto está bien', `esto está mal', si resulta que han muerto la razón, la historia y la filosofía?''.
La trillada historia del loco de la Gaya Ciencia de Nietzsche --utilizada por incontables pensadores para deshilachar la condición humana-- es otra forma de contextualizar los vínculos entre ética y escepticismo. Como se sabe, el loco caminaba por las plazas anunciando por doquier que Dios había muerto, que ellos le habían matado y que por tanto ya nada podría seguir siendo igual. Sin embargo, los ``asesinos'' hicieron caso omiso y continuaron su rutina como si nada hubiese sucedido. Desesperado, el loco tiró la lámpara y decidió guardar silencio. ¿Qué nos dicen, de nuestro México contemporáneo, Reyes Mate y Nietzsche?
Después del devastador temblor de 1985, cuyas sacudidas tuvieron una extraña preferencia por edificios construidos por o para el gobierno, circuló la propaganda ``México sigue en pie'', cuya esencia era real. No por los esfuerzos del poder sino por el magnífico testimonio de solidaridad de quienes se esforzaron en auxiliar a las víctimas. Y, en efecto, todo sigue en pie, pero cada vez nos tambaleamos con mayor facilidad.
El gobierno vive preocupado por las vejaciones que sufren en Estados Unidos los indocumentados --18 mil están presos en California-- pero parece angustiarse poco por la génesis que los convirtió en indocumentados. Lamentamos también la condición de quien deja de ser ciudadano y se transmuta en desplazado. Orgullosos, anunciamos que después de Paulina, Acapulco se encuentra nuevamente listo, pero nada se dice del ``otro puerto''. Y lo mismo sucede con algunas cifras. Se asevera que hay 20 millones de pobres y 20 millones en la miseria. Se dice que hay más de 2 millones de niños que laboran, y las cifras de los ``niños de la calle'' varían acorde con la fuente citada. Se calcula que hay 6 millones de connacionales que no tienen acceso a la salud, mientras que otros millones la reciben a cuentagotas. Cifras aterradoras que retratan cotidianidad y realidad. Abundan otros números y datos no menos cruentos, pero se agota el espacio. Las resumo: nuestro ex presidente no vive en su patria.
En el México contemporáneo, ¿es ético ser optimista? O bien, desde la mirada de los datos anteriores, ¿es factible comprender mejor la realidad y construir a partir de tantos desasosiegos un futuro incluyente? Las fotos de nuestros jerarcas los muestran, demasiadas veces, felices y victoriosos. Aun después de hablar de Chiapas o de los indocumentados. Seguramente su optimismo es tan desbordante que cualquier mentira se convierte en verdad por simple deseo. Quizá leer a Reyes Mate o a Nietzsche podría ser provechoso. Lo cierto es que en el México de las mayorías, la realidad ha dejado de sonreír.