Jorge Camil
¡Todos toman!

Los personajes son siempre los mismos: una empresa multinacional empeñada en expandir sus mercados, un país comprador --preferentemente del tercer mundo-- y un intermediario a comisión. El más reciente escándalo francés, sin embargo, involucra a un cuarto personaje: cherchez la femme. La meta final del negocio es siempre la prestación de un servicio multimillonario, o la venta fabulosa de armamento militar, oleoductos, plantas llave en mano o reactores nucleares.

En el affaire francés el reparto incluyó a Thomson, la fábrica de armamentos, y al influyente consorcio petrolero Elf Aquitaine. Todo indica que Thomson ofreció a Elf una comisión de 150 millones de francos para destrabar la venta de seis fragatas de guerra al gobierno de Taiwán. Las embarcaciones, con un costo de 15 mil millones de francos --una bendición para la economía francesa-- estarían equipadas por Thomson con tecnología y armamento de punta. ¿La mujer?: Christine Deviers-Joncour, una espigada y elegante femme fatale que ofrecía soirées dominicales en un lujoso condominio parisino, donde jóvenes artistas hacían música de cámara --ocasionalmente en presencia de Luciano Pavarotti-- alrededor de un magnífico Bechs- tein cuarto de cola. Un civilizado cuadro de la vida francesa del siglo pasado. Sólo que el Bechstein, el condominio y 63 millones de francos fueron obsequiados por Elf a Christine (``la empresa regalaba millones como caramelos'', declaró) para que sedujera a Roland Dumas (ministro de Relaciones Exteriores de Francia en 1990, opuesto a la venta por respeto al gobierno de China comunista). El caso es que Dumas, hombre de sonrisa carismática y melena plateada, quintaesencia del ladies man, fue, aparentemente, presa fácil. Cambió repentinamente de opinión, y en 1991 convenció a Francois Mitterrand, y al propio gobierno de Pekín, para que aprobaran la venta.

Hoy, el brillante jurista, amigo entrañable de Mitterrand, abogado de Pablo Picasso y albacea del escultor Alberto Giacometti, arriesga su puesto como presi- dente del poderoso Consejo Constitucional de Francia. Mientras tanto, Christine no tuvo un final feliz. Fue encarcelada después de haber renunciado a la tesorería de Operalia, asociación creada por Dumas y presidida por Plácido Domingo, cuyo vicepresidente es un antiguo lenón, amigo de Dumas y amante del bel canto, conocido como Katia la Pelirroja. ¿Los ingredientes ideales para una novela de suspenso? No, simplemente el modus operandi del gran capital internacional.

``¡Cuidado con la amenaza capitalista!'', advirtió recientemente George Soros en un ensayo filosófico que dio la vuelta al mundo. El sabe lo que dice. ¡Estuvo a punto de quebrar al Banco de Inglaterra en 1992! Nada de esto es nuevo, por supuesto. Basta leer la historia fascinante de la constructora Bechtel en Estados Unidos, o la más reciente biografía de Clark Clifford, abogado de varios presidentes del vecino país (ambas tituladas Friends in high places).

Lo interesante del affaire Dumas es que reveló información valiosa sobre la estrategia de las multinacionales. Una primera lección es que muchas comercian con influencias en los países donde operan. Y en Francia, donde los gastos en el extranjero eran deducibles y no estaban regulados, los sobornos a las autoridades locales eran contabilizados como transferencias al exterior. Sin embargo, la revelación más sensacional fue la del semanario Le Point (número 1325).

Aparentemente, la práctica corriente entre algunos consorcios internacionales consiste en desembolsar dos tercios del soborno entre políticos influyentes del partido en el poder, ¡pero el tercio restante va a políticos claves de la oposición! Exclama el prestigiado semanario: ``¡Con razón la oposición ha sido tan comedida!'' Actitud incomprensible, en un escándalo en el cual se sospecha que parte de los millones supuestamente entregados a Dumas por conducto de su amiga podrían haber llegado hasta los cofres del Partido Socialista de Mitterrand.

Por lo pronto, el advenimiento inminente de la democracia anuncia buenas y malas noticias para los mexicanos. Para los ciudadanos ``de a pie'', como diría José Saramago, la alternancia probablemente no acabará con la corrupción oficial: solamente incrementará los precios. Sin embargo, para los políticos de todos los partidos, la buena nueva es que en las democracias de las mejores familias, como en la perinola, ¡todos toman!