Miguel Barbachano Ponce
Vela en el viento

Así calificó alguna vez a su esposa Marilyn Monroe el dramaturgo estadunidense Arthur Miller. Pero, ¿por qué ``vela en el viento''? Acerquémonos a la star hollywoodense que como todos bien sabemos falleció en circunstancias aún no dilucidadas (¿ingestión de nembutales o brutal asesinato?) el 5 de agosto de 1982, para encontrar la razón profunda por la cual Arthur calificó a su cónyuge con aquella frase poética de tan oscilante acento. ¿Quién era realmente, es decir, en la vida cotidiana, aquella estrella que mereció tan redundante calificativo?

Norma Jean Baker Morteson, alias Marilyn Monroe, nunca supo quién fue su padre; ¿el panadero ambulante Morteson, el laboratorista Gifford o Mr. Baker? desde entonces, 1 de junio de 1926, fecha de su nacimiento, su llama existencial comenzó a temblar en el viento. Vibraciones que se intensificaron cuando desde aquel orfanatorio de Los Angeles, donde transcurrió parte de su infancia columbraba las siglas monumentales de RKO, mientras diversas voces le referían las orfandades que padecieron algunas estrellas de la constelación hollywoodense: ``Chaplin, abandonado al cumplir un año de edad; Douglas Fairbanks, huérfano a los cuatro; Valentino a los once; Greta Garbo, a los trece...'', para aminorar así el sufrimiento que le producía saber que su madre estaba enclaustrada en un manicomio.

Años más tarde --cuarta década-- contrajo un inicial matrimonio y trabajó en una fábrica de aviones, precisamente en el departamento de verificación de paracaídas. Ahora sí, sin proponérselo, M.M. (la vela) está a merced del viento... Inestabilidad física y emocional que vino a acrecentarse cuando realizó una innumerable sucesión de fotografías durante su etapa de pin-up and cover girl que la convirtieron en la Blonde sex symbol of fifties. Para entonces, había ya iniciado una asfixiante relación con los personajes que fatigaban en aquella época La Meca del cine, según puede deducirse de la siguiente declaración:

``Hollywood es un lugar donde cualquier persona es capaz de pagarte mil dólares por un beso y a contrapelo ofrecerte cinco centavos por tu alma''.

Después vendrían dos conflictivos matrimonios; uno con Joe Di Maggio (estrella del beisbol) en 1954, y otro con Arthur Miller, 1956, el famoso autor de la frase que ahora nos preocupa: ``Vela...'' Entretando, fracasó como psicópata en Don't Bother to Knock, inadmisible miscast de la Fox; paseó ondulante como una llama incandescente frente a las cataratas sin que nadie le hiciera el menor caso en Niágara, de Henry Hathaway; encarnó con inesperado rechazo de la crítica a Lorelei Lee en Gentlement Prefer Blondes; representó a una golddigger con gafas --Pola-- en How to Marry e Millionarire. Encarnaciones cinematográficas de ululante contenido erótico que la ubicaron como un muy cotizado objeto sexual (léase vela) a pesar del agresivo comentario de Tony Curtis dictado con excesiva gesticulación a un grupo de periodistas: ``Besar a Marilyn es como besar a Hitler''.

Sin embargo, en aquellos años de desesperación y droga, Marilyn Monroe tuvo un par de actuaciones de alto nivel profesional. Una bajo la amorosa batuta de Laurence Olivier en The Prince and the Showgirl (1957). Otra, en Bus Stop, de Joshua Logan.

La vela en el viento finalmente se apagaría después de iluminar con oscilante vibración un filme mayor The Misfits (1961) de John Huston. Diez años después su único amigo, Norman Roster, da a conocer su libro de poemas Cuando todo lo que yo quiero en el mundo, es morir.