``Que mejor me muera en un accidente'' dijo la actriz Margarita Gralia cuando se enteró que su personaje Paulina había sido condenado a morir de sida por Bernardo Romero, autor de la exitosa telenovela Mirada de mujer.
Con estas palabras, la voz de Gralia se convertía en el eco de otras muchas voces: las del resto del elenco de la telenovela, la del director de escena (Antonio Serrano), la de los productores (la compañía Argos) representados por Epigmenio Ibarra, la de algunos columnistas y la de los propios televidentes.
Una abrumadora mayoría ha manifestado su desacuerdo con un final considerado ``decepcionante'' por las fuertes dosis de moralina que le imprimió Romero quien, en pleno uso de sus derechos de autor, se opuso férreamente a modificar el destino de un personaje que, en manos de Margarita Gralia, adquirió un encanto y simpatía que lo llevó a una dimensión que ni siquiera el guionista original de la telenovela había previsto.
--No es justo. Me he comportado como una loca de atar, pero soy responsable: me quiero a mi misma y me he cuidado. He aconsejado a mis amigas y las he ayudado a cambiar (...) No es justo: en este país hay grupos que van a utilizar mi muerte, porque no soportan que ejerza libremente mi sexualidad. Pero no va a ser tan fácil, voy a luchar contra este maldito virus...''
Dice una rabiosa y atribulada Paulina a su amiga María Inés San Millán (Angélica Aragón), en un diálogo que parece producto de una negociación con un autor al que se acusa de haber ``traicionado'' a sus propios personajes.
Hace varias semanas escribimos en esta columna (30/XII/97 y 10/II/98), que el colombiano Bernardo Romero es el autor de la telenovela Señora Isabel, cuya nueva versión ``mejorada y aumentada'' se transformó, para el público mexicano, en los 180 capítulos de Mirada de mujer. No dijimos entonces que la compañía Argos contrató a otros seis libretistas, cuya función básica fue ``traducir al mexicano'' los modismos y giros lingüísticos utilizados por un autor cuyo castellano es diferente al que utilizamos en México.
El trabajo de los libretistas fue estupendo: lograron darle naturalidad a unos diálogos que expresan la idiosincrasia de la clase media mexicana; pero además de las correcciones idiomáticas, incorporaron, hasta donde les fue posible, el ``sentir'' de todo el equipo de Argos (desde el director hasta los técnicos) hacia los personajes de Romero que, gracias al trabajo colectivo, adquirieron aires de rebeldía a pesar del conservadurismo del autor. Eso explica que frente a su violación, Mónica optara, finalmente, por el aborto cuando al inicio se señaló que era un tema ``intocable'' en una telenovela, cuyo final (se grabaron tres versiones y ninguna satisfizo a Angélica Aragón) tendrá lugar, según rumores, este viernes, aunque también se dice será el 23 de abril.
Una obra de creación no tiene que ajustarse a lo ``políticamente correcto'' que reduce a propaganda la riqueza de los conflictos humanos, como tantas veces sucedió en el ``realismo socialista''. En este caso, la tensión entre las aportaciones de los libretistas de Argos y la defensa que Romero hizo de su obra lograron una efectiva expresión del conflicto entre personajes que representan a muchas mujeres y una visión del mundo machista, como la del autor de la telenovela.