José Steinsleger
¿Ser o... cómo ser? /II y última

De la Conferencia Mundial sobre Población de Bucarest (1974) a la de El Cairo (1994) mucho se ha avanzado. Los compromisos asumidos por casi todos los países hicieron caso omiso a la histeria fundamentalista del Vaticano y el Islam y representaron una conquista histórica para las mujeres. Ahora, toda política de población debe incluir el cuidado del proceso global de procreación del niño, el derecho de ellas a decidir por sí mismas y si quieren tener hijos, así como el momento de hacerlo.

En El Cairo hubo amplio consenso en apreciar el crecimiento de la población en términos de medio ambiente y desarrollo social, de igualdad entre hombres y mujeres y de tamaño de las familias pobres. Pero también quedó claro que el exceso de consumo de los países ricos incidía decididamente en la multiplicación exponencial de los pobres. En consecuencia, los acuerdos restaron autoridad moral a los métodos coercitivos de control natal dictados por los gobiernos poderosos y las agencias privadas de los consorcios transnacionales.

Incontables investigadores coinciden en destacar que en los sectores de mayores ingresos y más educación, la contraconcepción ha logrado que la mujer tenga mayor control sobre sus vidas. A la inversa, las más pobres, negras, mestizas, indígenas, los métodos de anticoncepción, por lo general impuestos, tienen otra finalidad: privarlas de su autodeterminación y, con base en su ignorancia, impedir que tengan control sobre sus cuerpos.

El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) sostiene que ``...uno de los mayores errores de nuestro tiempo es no hacer realidad el potencial de planificación familiar para mejorar la calidad de vida del planeta''. Sin embargo, advierte que no todos los factores son cuantificables: ``..en las sociedades más pobres los hijos pueden constituir una de las pocas fuentes de orgullo y alegría, de cambio y de esperanza, en unas vidas a menudo monótonas, difíciles y resignadas''.

Datos de encuestas mundiales de fecundidad revelan que si todas las mujeres del mundo pobre que no desean quedar embarazadas tuviesen la posibilidad de elegir, el crecimiento de la población mundial disminuiría aproximadamente en 30 por ciento. La razón es clara: a más educación, a más capacidad de elección, a más información... menos hijos. En Perú, por ejemplo, las mujeres que carecen de educación tienen en promedio cuatro hijos más de las que han terminado la secundaria. En las zonas urbanas, dos niños por mujer. En el campo, el promedio es el doble: 4.5 y cinco hijos.

La educación de las mujeres bien entendida, esto es aquélla que a más de letras y números orienta en el rechazo a la discriminación racial y sexual, es la variable que mejor explica el diferente comportamiento reproductivo. Inclusive la lactancia materna y una nutrición adecuada representan junto a la educación métodos anticonceptivos incuestionables al espaciar los nacimientos y la mortalidad infantil y materna.

Grandes problemas que afectan a la salud femenina, como el cáncer cérvico uterino, el sida y las enfermedades de transmisión sexual marchan íntimamente ligados con la mayor o menor educación sexual. Y si algo demandan los adolescentes (ellas y ellos) con urgencia es mayor información sobre sexo, sexualidad, reproducción y contracepción. Desafortunadamente, en la mayoría de los países latinoamericanos, los jóvenes llegan a su primera relación sexual sin saber nada.

La planificación familiar puede aliviar a las mujeres de los problemas físicos y psíquicos asociados a los embarazos demasiado precoces, demasiado frecuentes, demasiado numerosos, demasiado seguidos o demasiado tar- díos. Le garantiza disponer de mayor tiempo para su educación y formación, para atender a sus hijos, participar en actividades comunitarias y para el descanso y el ocio, aspectos prácticamente desconocidos para millones de mujeres pobres (y a veces no tan pobres), sometidas a la voluntad patriarcal.