Hace días, visitando iglesia tras iglesia, museo tras museo en una Roma que se remoza para el Jubileo (año 2000) con frecuencia pensaba en Vlady y en su pasión obsesiva por lo que él llama ``la pintura-pintura'' término del que me he servido para diferenciar entre aquello que de casi sacro tienen ciertas pinturas de todos los tiempos y lo que se corresponde más bien a imágenes o composiciones pintadas. Uno de los héroes principales del autor del libro al que me referiré parece ser Tiziano, aunque eso no quiere decir que todas sus pinturas le gusten. Las que se encuentran en El Prado, por ejemplo, no son de su total agrado.
Vlady me envió un libro empastado en piel, editado con primor e ilustrado con magistrales dibujos y grabados suyos reproducidos de manera excelente. De tiempo atrás conocía su gusto por dejar comentarios escritos en sus grabados, sobre el tema que le interesa por antonomasia: la pintura digna a su juicio de tal nombre y la que ha dejado de serlo para servir a diversos intereses, o simplemente porque al artista de hoy no le interesa tanto pintar cuanto encauzar su creatividad por otros medios, ``transmutando la imagen en transgresiones comunicativas'' lo que implica, según él, liberarse de los rigores de la pintura.
El libro de Vlady Abrir los ojos para soñar fue publicado por la UNAM y Siglo XXI, y desde luego es de colección, algo así como un autorretrato del autor, armado de pensamientos, ocurrencias, alusiones y atravesado por dos presencias: la ya aludida en la que se incluyen no sólo predilecciones pictóricas, sino vastos aspectos de oficio, referidos básicamente al color, al modelado de las formas, a los ritmos y a la construcción misma del cuadro. La otra pesencia es la de su padre, Víctor Serge, uno de cuyos libros, El caso Tulayev, permaneció sin publicar hasta 1993 en que apareció traducido del francés por el poeta David Huerta ``hijo de otro poeta, perversamente stalinista como Aragón, Neruda y tantos otros''. Este libro, que yo conocí gracias a Fernando Solana Olivares, fue un esfuerzo sobrehumano por abrir la historia en canal.
Serge equipara las revoluciones con las formas primarias de vida que son siempre violentas, ``si la inteligencia no las domina, nos destruyen''. Así fue que el padre de Vlady pasó la vida tratando de entender y de servir a las revoluciones en varios países y ``vio que en México las revoluciones son volcanes'' (además de que, como al Dr. Atl, le tocó presenciar el nacimiento del Paricutín).
Dice Vlady que él comprende los nacionalismos y que por eso los abomina. ``Los padecí y los vi cometer crímenes. Prefiero vivir otras pasiones, alma adentro, la pintura''. En su libro no hay una sola reproducción de pintura ni de su autoría ni de la de los pintores que aquí y allá aparecen mencionados, a veces reiteradamente, como Rembrandt, Gericault y Delacroix. La ausencia de reproducciones es un testimonio más del autor: a la pintura hay que verla, no hay de otra, ni los libros más cuidados, ni por supuesto el museo imaginario de Malraux, sustituyen el goce de la contemplación, del enfrentamiento con algo que adquiere visos de divinidad, porque ``un pedazo de pintura anteabre un alma''. Así, un cuadro es un ser vivo ``te evoca a frecuentarlo personalmente, como a la amante, al amigo, al sabio''. Estoy de acuerdo con eso, cuando tengo oportunidad de viajar, voy a ``saludar'' a viejos amigos en los museos aunque mi información sobre exposiciones temporales quede incompleta.
Es sabido que desde hace mucho Vlady se lamenta de que la pintura haya perdido sustancialidad: ``el tiempo perenne, sagrado, glorioso, se reduce al tiempo publicitario''.
En el libro de Vlady hay dibujos estupendos y ese es uno de los principales atractivos que depara desde la portadilla hasta el final. Sus modos de dibujar son múltiples. Para trasponer la sensación que le produce enfrentarse de nuevo con La peste, de Tintoretto, tuerce y acentúa las posturas, imitando la retórica manierista que nunca corresponde a un modelo del natural, (como sucedería después con Caravaggio) a la vez que anota con letra el espacio que deben ocupar ciertos colores. En la página 113 retrata a Rafael Sanzio, y en este caso el dibujo evoca el color, sin utilizar más cosa que lápiz.
Vlady ha viajado muchísimo, de niño y adolescente por necesidad, en compañía de su padre. Desde entonces dibujaba incansablemente, en los museos y fuera de ellos. De adulto la costumbre persistió en compañía de Isabel, su mujer; ha visitado incontables museos y su libro da cuenta de tales viajes.