Ahora que se han puesto de moda las metáforas de la geografía, no es mala idea ubicar la distribución en el espacio de los procesos políticos que habrá en 1998. Sin duda, uno de los acontecimientos más importantes serán las elecciones locales no sólo para las regiones en las que se llevarán a cabo, sino para establecer perspectivas a futuro, es decir, la próxima sucesión presidencial. En diez estados estará en juego la gubernatura y en otros cuatro habrá comicios de alcaldías y/o congresos; prácticamente la mitad del país tendrá elecciones. Concluido el tercer mes, tenemos varias piezas en el tablero y otras tantas siguen pendientes.
El sistema electoral mexicano ha cambiado de forma importante en los últimos años: las reglas de la competencia se han modificado para tener mecanismos de más equidad y transparencia; las tendencias de votación y los formatos de partidos han tenido uno de los cambios políticos más radicales de todo el sistema político, al grado que en sólo 12 años (1985-1997) hemos pasado de un esquema de partido hegemónico, casi único -o como se quiera nombrar a la inequidad y falta de competencia- a otro de plena competencia, de tres fuerzas, con una expresión mixta de bipartidismo en dos bloques (PAN-PRI en diez estados y PRD-PRI en nueve) y una tendencia creciente de tripardismo. A pesar de ello, aún existen condiciones preocupantes en ciertas zonas del proceso electoral, como compra y coerción del voto, condiciones que todavía tendrán impacto en estos comicios.
Dentro del esquema de elecciones no competidas había dos patrones de votación: uno para los comicios federales y otro para los locales; generalmente era más plural el último. Así, en 1991 cuatro de los diez estados (Tlaxcala, Zacatecas, Oaxaca y Veracruz) mostraron un comportamiento de partido prácticamente único en donde el PRI tuvo más del 70 por ciento de los votos y en cinco casos hubo partido dominante (de 60 a 69 por ciento en el voto del PRI). En 1992, las elecciones a gobernador mostraron, de acuerdo al libro colectivo coordinado por Rafael Loyola, La disputa del reino, que de los once estados (uno más porque estuvo Michoacán, que hoy modificó su calendario regular y adelantó sus comicios) Oaxaca y Tlaxcala tenían un nivel de competencia nula; Aguascalientes, Veracruz, Zacatecas y Puebla, un nivel de competencia en ciernes; Durango, Sinaloa y Tamaulipas, una mediana; sólo Chihuahua y Michoacán mostraban competencia intensa.
En las elecciones federales de 1997 esos estados tuvieron un comportamiento distinto; en el nivel más bajo de competencia aparece un esquema de partido dominante en crisis, en el cual el PRI se ubicó en un techo de entre 45 y 50 por ciento de los votos, en el cual se ubican Puebla, Tlaxcala y Zacatecas; en un esquema bipartidista tuvimos cuatro casos, dos entre PAN y PRI, Chihuahua y Aguascalientes, y dos entre PRD y PRI, Oaxaca y Tamaulipas, y tres con un comportamiento multipartidista entre tres fuerzas: Sinaloa y Veracruz entre PRI, PAN y PRD, y Durango, entre PRI, PAN y PT.
En los estados donde no se juega la gubernatura será de particular importancia lo que suceda en Chiapas, donde las condiciones pueden ser explosivas.
¿Qué pasará en 1998? Un dato ha sido el factor sorpresa en la selección de candidatos porque ha modificado el cuadro original de expectativas: Zacatecas, que era uno de los claros bastiones del PRI, se ha desplazado al grupo de las regiones de competencia por la ruptura que ocasionó el destape priísta y la probabilidad de un triunfo de la oposición es real; en Chihuahua, con un cerrado bipartidismo, el proceso de elección abierta de candidato dio al tricolor un perfil de legitimidad para la contienda que no tenía y la moneda está en el aire; en Veracruz la complicación de la candidatura de Morales Lechuga con el PRD facilitó el camino al PRI; en Aguascalientes y en Durango existen condiciones para una alternancia; en Oaxaca se hizo un destape de acuerdo al viejo modelo, y en Tamaulipas todo indica que vendrá algo similar. Faltan por definirse los casos de Tlaxcala, Sinaloa y Puebla, en los dos últimos existen zonas de fuerte competencia.
La geografía política se ha modificado a tal grado que veremos más sorpresas que ratificaciones; la garantía de triunfo para un partido ha desaparecido y la incertidumbre se ha instalado como tendencia dominante en los escenarios regionales.