Antonio Sánchez Ibarra
Alerta cósmica

El pasado 11 de marzo circuló en los medios de difusión una nota que, a diferencia de muchos reportes astronómicos que generan entusiasmo como los eclipses y los cometas, provocó temor e incluso pánico en quienes no lo interpretaron correctamente: en 30 años más la Tierra podría recibir el impacto de un asteroide.

La información fue resultado de la circular No. 6837 de la Unión Astronómica Internacional, en la cual se presentaban los resultados de cálculos preliminares en la órbita del asteroide 1997XF11, descubierto apenas el 6 de diciembre de 1997 por el astrónomo James Scotti, del programa Sky Watch de la Universidad de Arizona.

Los datos presentados indicaban que la noche del 25 de octubre de 2028, 1997XF11 estaría pasando a sólo 50 mil kilómetros de la Tierra, lo que en escalas de distancias interplanetarias significaría estar rozando nuestro planeta. Una pequeña variación en el ángulo podría representar la posibilidad de un impacto cuyo potencial fue calculado por varios investigadores: sería equivalente a 320 mil megatones.

Lo prematuro del manejo de la información, ya que eran cálculos preliminares, sumado a un manejo sensacionalista que es muy común en esta época, produjo temores, incertidumbre y confusión.

Días después, nuevos cálculos efectuados por Donald Yeomans y el grupo del Jet Propulsion Laboratory de la NASA, permitieron hacer ajustes en los parámetros orbitales del asteroide.

La trayectoria de 1997XF11 en realidad lo llevaría a pasar a una distancia de la Tierra de 954 mil 340 kilómetros cerca de la medianoche del 25 de octubre de 2028, con una velocidad de 13.914 km/seg. Dicha distancia representa poco más del doble de la que hay de la Tierra a la Luna, por lo que nuestro planeta estaría totalmente fuera de peligro.

Esta última información, desafortunadamente, no tuvo la misma difusión que la anterior. Lo cierto es que esa situación lleva a la reflexión sobre una posibilidad, poco probable, pero a la que está sujeto nuestro planeta: el impacto con otro cuerpo celeste.

La historia de impactos en nuestro Sistema Solar está perfectamente registrada en las superficies de varios planetas como Mercurio y muchos de los satélites naturales de esos cuerpos celestes, teniendo como ejemplo inmediato la Luna. Nuestro propio planeta tiene cicatrices de esos impactos, aunque los efectos erosivos han borrado la mayoría a través del tiempo.

En julio de 1994 tuvimos la afortunada oportunidad de observar un evento de ese tipo, hecho que quizá la mayoría de los astrónomos pensaban nunca contemplar: el cometa Shoemaker-Levy 9 penetraba la atmósfera de Júpiter después de haber sido fragmentado en 23 partes por la misma interacción gravitatoria del planeta. En junio de 1908, un suceso de ese tipo ocasionó una devastación en los bosques de Siberia, y se argumenta que la desaparición de los dinosaurios fue resultado de un evento similar ocurrido hace unos 65 millones de años.

Indudablemente, la Tierra deberá recibir muchos más impactos en el futuro. Tal posibilidad ha propiciado la creación, precisamente, de programas como Sky Watch, mediante los cuales se intenta monitorear aquellos asteroides que podrían acercarse peligrosamente a nuestro planeta. Sin embargo, las pequeñas dimensiones de esos asteroides no facilitan su detección, y en muchas ocasiones han sido avistados cuando ya han pasado a corta distancia de la Tierra.

Los acercamientos del asteroide 1997XF11 irán alterando su órbita y no es remoto que en un futuro lejano se produzca un impacto con la Tierra. Otros asteroides no registrados pueden adelantársele.

Es deseable que exista un plan emergente para una situación de esa naturaleza, aunque las posibilidades de evitarla sean muy pocas. Los efectos de un impacto en las diversas formas de vida pueden ser de gran repercusión, no sólo en el punto de impacto, sino por las consecuencias ante la gran cantidad de polvo y cenizas que se elevarían a la alta atmósfera y que reducirían la penetración de radiación solar a la superficie, presentándose una disminución drástica en la temperatura global del planeta.

Otro aspecto muy interesante que no se debe descartar de ese peligro, es el riesgo sumado de que los sistemas de vigilancia ante una confrontación nuclear se alertaran por el acercamiento de un asteroide sin definirlo como tal. La confusión podría producir el comienzo de una guerra ante la equivocación de un asteroide con un misil enemigo.

La Tierra está en constante evolución, no sólo por su actividad volcánica, sísmica o atmosférica, sino por su interacción con otros cuerpos del Sistema Solar. No debemos olvidarlo.