Carlos H. Avila Bello
No sé si cada año, cuando se recuerda la ausencia de alguien indispensable para la ciencia agronómica y la botánica del país, debe escribirse algo. En febrero pasado se cumplieron siete años de la muerte del maestro Efraim Hernández Xolocotzi.
En las actuales circunstancias que vive el país, en las que el tema indígena ha tomado fuerza pero la ciencia como muchas otras áreas (servicios médicos, educativos, etc.) brillan por su ausencia casi total -no sólo en las zonas indígenas, sino también en las campesinas marginadas-, la visión de futuro, el enfoque pionero que tuvo el maestro de esos temas en la agronomía y la botánica, especialmente en la etnobotánica, deben tomar fuerza nuevamente en la ciencia agrícola del país (entendida como las prácticas agrícolas, pecuarias y forestales que se realizan en diferentes ambientes culturales y ecológicos).
Para muchos, ante el dominio impuesto por el neoliberalismo, esto sonará como populismo; sin embargo, las poblaciones indígenas y campesinas del país tienen tanto derecho a la ciencia y a la tecnología como los grupos poderosos.
A eso dedicó el maestro su vida y su obra; en esta área del conocimiento formó gran cantidad de recursos humanos para los que, en este momento, es prácticamente nulo el apoyo oficial. Uno de los peligros que se corre es que este enfoque, integrador y comprometido, se pierda. Quienes aún estamos convencidos de sus ventajas y atributos debemos defender con argumentos científicos la escuela de pensamiento del maestro Hernández Xolocotzi, ya que además puede conducirnos realmente a una agricultura y manejo sustentable de los recursos naturales.
Esto último, la formación de recursos humanos con ese enfoque y la creación del instituto nacional de investigaciones para la agricultura tradicional pueden ser los mejores homenajes para el maestro Efraim Hernández Xolocotzi.