La reunión de los ministros de Energía de los estados integrantes de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), que empieza hoy en la capital austriaca, tiene por propósito ratificar, capitalizar y ampliar el histórico acuerdo del 22 de marzo entre Arabia Saudita, Venezuela y México para reducir la producción mundial de crudo.
En el encuentro de hoy confluyen signos esperanzadores, como la creciente disposición de gobiernos ajenos a la OPEP --el de México, en primer lugar-- para colaborar en la moderación de la oferta petrolera y en el necesario reordenamiento del mercado, pero también indicios inquietantes, como los graves efectos que las reducciones en las cotizaciones internacionales del crudo han tenido en las economías de las naciones productoras, efectos que los mexicanos hemos sufrido en carne propia.
Hoy la OPEP se debate entre una necesaria reestructuración que le permita tomar decisiones orientadas a regular el mercado --y ello pasa necesariamente por una estrecha coordinación con los productores independientes, entre los cuales ha de mencionarse, aparte de México, a Gran Bretaña, Noruega y Rusia-- o un nuevo colapso en medio de guerras de precios, disputas por el mercado y aumentos anárquicos en los volúmenes de exportación.
El primero de esos escenarios haría posible a los países productores asimilar, sin nuevos y mayores quebrantos económicos, las abruptas caídas de las cotizaciones petroleras que han tenido lugar a lo largo de este año y, lo más importante, introducir en la producción y la venta de crudo factores de planificación.
Pero si en la lógica de la concertación no pudiera imponerse a las disputas y rivalidades tradicionales entre los productores de petróleo, el mundo asistiría a un desastre económico, financiero y energético que sólo en el muy corto plazo beneficiaría a las naciones consumidoras de crudo, pero que más temprano que tarde, en el marco de la economía globalizada, tendería a generalizarse por la vía de nuevas crisis de deuda externa y caídas en cadena de los centros financieros, así como por una depresión de la actividad petrolera que, a fin de cuentas, desembocaría en una aguda escasez de hidrocarburos.
Cabe hacer votos, en suma, porque en el encuentro de Viena se logre establecer el objetivo de reducir las exportaciones mundiales de crudo en dos millones de barriles diarios y que, en una decisión semejante, participen todos los productores petroleros, miembros o no de la OPEP.
Finalmente, en el ámbito nacional, la presente coyuntura hace evidente la necesidad de avanzar en la reestructuración de Petróleos Mexicanos (Pemex), en una reforma fiscal que haga a las finanzas públicas menos dependientes de las exportaciones petroleras y en la formulación de una política de desarrollo para la planta petroquímica nacional, la cual, desde hace por lo menos tres sexenios, ha venido siendo víctima de injustificables estrategias oficiales de desmantelamiento.