José Cueli
Comió barbacoa Enrique Ponce

Del viernes al domingo, pasamos los cabales del taco de barbacoa con salsa borracha y su pulque de apio al taco de carnitas encebollado y con adornos de perejil entequilado y rociado de sangrita; y de la más clara y transparente de todas las cervezas, a la más negra e inquieta de las levaduras; del son del más crujiente chicharrón verdeado de aguacate al rojo poroso de los tacos de suadero enrojecidos; y del cachondeo bronco al zig zag alcohólico de la entrada en la plaza de Texcoco en la que se iban a celebrar ``corridas de toros'', según la costumbre, pero, al ser realizadas en Texcoco, todos sabíamos serían mixturas de chivos, carneros, borregos y cochinos...

Y es que por mucho que le de uno vuelta a las cosas, todo estaba contado desde antes. A un erral garfeño --el sábado-- temblador de miedo que se mecía al ritmo del conjuro de las olas en el Mar Mediterráneo y la palmera valenciana de Enrique Ponce, éste realizó ese difícil toreo que consistió en caminarle a los becerros a tiempo, Los toreaba y llevaba magnetizados en el vuelo de su capote y muleta. La mixtura de cervezas tequilas y rones no nos impidió captar esa maravilla del arte de torear, pero, ese pero, a un becerro que al día siguiente nos desayunamos con la victoria cervecera más sabrosa que nunca y chorizos verdes.

Flautar sublime después con la taquiza refrita con manteca rancia y adornada con crema chalquense, quesito manchego espolvoreado, salsa verde y cucharillas de plástico para saborear el caldillo verde acompañado y ya de la cuba, la de Bacardí, con solo dos hielitos. Agua se hacía la boca en la plaza más desmadrosa del mundo, donde todo puede pasar, incluso que Enrique Ponce se venga de España en plena temporada en su tierra, a entacarse de barbacoa hasta la madre y que le salió revolcada por andar de omnipotente fantaseando sobre que los becerros no dan topes. ¡Y vaya tope que le ha dado el que le tocó en suerte!

Y en ese sábado pachanguero venga a darle pases naturales, Enrique al becerro como si fuera un miura cinqueño de los de antes. Citando en la perpendicular del testuz, de frente y trayéndose muy toreado al becerro de dentro a afuera y viceversa; de lo chulesco a los chusco, en la relajación total que da el saber que no es lo mismo un tope o taco de borrego en barbacoa que un cate en la ingle de un toro de verdad.

Tan enojado quedó el valenciano por el tope, que hizo su berrinche, porque los texcocanos entequilados, encervezados le protestaron el rabo, seguro pensando que el tope que traía era en el sitio de los corajes y si te he visto, no me acuerdo; que se come barbacoa cuando se puede, porque se tienen hartos becerros a la disposición. Ahora, eso sí de que borda el toreo --seguro por ser de chiva Valencia, no hay duda--.

La pachanga continuó el día de ayer en medio de un vendaval en el que el valenciano volvió a demostrar que hoy por hoy es el amo. Con viento y sin viento, con toros o becerros, o novillos de Xajay más grandes que los becerros del sábado, acordes con la pequeñez del ruedo texcocano. Allá aquellos que pagamos por verle, aunque sea becerros en la airosa plaza texcocana. ¡Aire que el aire le lleva en sabor al torero valenciano!