Luis González Souza
No al democraticidio
En el fondo, la guerra contra los indígenas chiapanecos bien puede ser una guerra contra el cambio democrático en México. Detrás del etnocidio asoma un democraticidio. Y ambos crímenes debieran preocupar.
Nadie esperaba que la transición de México a la democracia fuese color de rosa. Es ley universal que a todo cambio corresponde una resistencia. Lo que sí podemos esperar, e inclusive exigir, es que dicha transición evite al máximo el color sangre. Por ética elemental, pero también por lecciones muy prácticas de la historia, tarde o temprano las revueltas sangrientas sólo conducen a más revueltas y mayores crueldades. ¿Por qué? Acaso por violar el primer mandamiento del humanismo: los seres humanos están obligados a resolver sus conflictos como seres pensantes.
Es lamentable, aunque harto explicable, que los indígenas zapatistas hayan tenido que recurrir a las armas a fin de ser recordados, escuchados e incluidos en el futuro de México. Nación de la que, por cierto, los pueblos indios son sus fundadores. Pero el hecho es que muy pronto después de su levantamiento, el EZLN se dispuso a negociar una solución pacífica de sus demandas.
Como también es un hecho que dichas demandas -resumidas en su lema Justicia, Libertad y Democracia- son respaldadas por una indiscutible mayoría de ciudadanos y ciudadanas de México, para no decir del mundo entero. Y en su dimensión específicamente indígena, son demandas ineludibles si en verdad queremos un cambio democrático. Un cambio que comience por dar voz y voto a todos los habitantes del país, incluyendo a los relegados de siempre, los pueblos indios.
Así, al margen de filias o fobias zapatistas, todos los demócratas de este país deberían oponerse -como ya lo hacen los de muchos otros países- a una solución represiva del conflicto en Chiapas. No sólo por razones de congruencia elemental con la democracia, cuya divisa es el consenso y no la represión. También por una razón del todo práctica: lejos de solucionar el conflicto, la continuación del despliegue militar y paramilitar sólo servirá para que el núcleo de la resistencia al cambio democrático se atrinchere en la fortaleza del militarismo por un buen tiempo. Sólo servirá para que, realimentado con la sangre chiapaneca, se erija en el mandamás para todo lo demás. Sólo servirá, pues, para detener de golpe, y a golpes, la transición de México a la democracia.
Esos golpes ya pueden verse en muchos otros lados: desde el acecho contra el primer gobierno democráticamente elegido en la capital del país, hasta los nuevos golpes presupuestales de una estrategia económica más y más excluyente, pasando por los golpes de la narcopolítica y del crimen organizado, sin faltar las marchas anticrimen con cierto tufo fascistoide. Por representar tanto para una transición con éxito a la democracia, probablemente la represión en Chiapas se calcula como el golpe final.
Y por tratarse del golpe final, se lo impulsa con los ropajes más variados y peligrosos. Por ejemplo, el ropaje del patriotismo para encubrir la real y cotidiana desnacionalización neoliberal, así como el repudio -no menos fascistoide- a todo humanismo procedente del extranjero. O el ropaje del indigenismo para hacer creer que, ahora sí, hay interés por el bienestar de los indígenas. O el ropaje de la comunicación moderna y hasta democrática (al alcance de todos con sólo encender el radio o la tv) para disimular una campaña de grotesca desinformación. O el ropaje de la seguridad nacional para justificar el mal uso del Ejército.
Ese vestuario parece hoy completarse con el ropaje de la legalidad pacifista. El que quería ser el Congreso de la transición hacia la efectiva división de Poderes, ahora mismo se encuentra sumido en el procesamiento de iniciativas (del Ejecutivo-PRI y del PAN) que no harán sino sepultar a la única iniciativa que había logrado la aceptación de las partes en conflicto, la de la Cocopa.
Por desgracia, las resistencias al cambio democrático son inevitables, más no invencibles. Para doblegarlas, antes que nada hay que descubrirlas. Hoy parecen anudarse en torno al conflicto en Chiapas. Si aquí triunfa el militarismo, ¿quién, cómo y a qué costo en sangre lo frenará después?