La Jornada Semanal, 29 de marzo de 1998



EL TREN DE LOS HOMICIDIOS


Javier Marías


En este irónico texto, el autor de Travesía del horizonte se ocupa de un singular proyecto que se propone dar dimensión rodante a la república de las letras: un tren que deberá atravesar Europa cargado de escritores. Como de costumbre, la imaginación y las palabras de Marías llegan puntualmente al andén preciso.


Debo de ser yo el raro, el misantrópico e incluso el iconoclasta involuntario, pero cada vez me preocupa más ver cómo prosperan en nuestros tiempos las ocurrencias e iniciativas que a mí me parecen más majaderas. Y me preocupan ambas posibilidades, a saber: que el mundo se esté haciendo progresiva y aceleradamente pánfilo; que sea yo quien se esté convirtiendo en un gran escéptico, o aún peor, en un prematuro cascarrabias. Lo cierto es que a menudo lo que la prensa y los organismos culturales presentan como una gran idea o un privilegio para los escogidos, yo lo encuentro una chorrada y un tormento para los afectados. El último ejemplo, que me ha movido a hacerles partícipes de mis cuitas, es el siguiente: he leído la noticia de que para el año 2000 se prepara un largo viaje en un "tren literario", con salida en Lisboa y destino en Berlín, un tren abarrotado de escritores. Serán de cuarenta y cinco países europeos y se subirán a bordo tres literatos por país. Para empezar, me sorprende que haya tantos países en el continente, supongo que será contando con las antiguas y recientes naciones surgidas de la caída del muro de la ciudad fin del trayecto. Así, es de prever que el tren estará lleno de escritores moldavos, uzbekos, azerbaiyanos, montenegrinos, chechenos, eslovenos y estonios, por mencionar literaturas infrecuentes. Por España, en atención a nuestras cuatro lenguas, se embarcaran excepcionalmente cuatro maestros de la pluma, lo cual no sé si es de agradecer o motivo de maldiciones e improperios.

Porque la idea del colectivo Literaturwerkstatt y de "una larga lista de asociados" no es que los ciento treinta y seis plumillas viajen más o menos de un tirón -ciento treinta y seis, no sé si se dan cuenta-, sino que se vayan deteniendo en lugares como Burgos, Gdansk y Kaliningrado, hasta sumar veinte escalas, y que en cada uno de ellos permanezca la tropa dos o tres días. Eso significa que la excursión durará mes y medio con suerte y dos sin ella, tiempo del que no sé si dispondrán los escritores uzbekos, pero desde luego no conozco a ninguno de por aquí que pueda echar tan ricamente sesenta jornadas a los rieles. Se preguntarán con qué fin se realizará este recorrido más largo y peligroso que el del transiberiano, aparte de para decir que se va a hacer, que se está haciendo y que ya se ha hecho. Bueno, de la aventura saldrá, cómo no, un libro (obligadamente acéfalo), y se trata de "seducir" a los ministerios y ayuntamientos de las poblaciones invadidas. Lo más llamativo para mí es que se presente la elección de los tres primaveras de cada país como algo sumamente dificultoso y reñido, ya que ser escogido constituirá un honor y un privilegio, eso creen los organizadores. Ya me imagino las arduas disputas: ¿por qué dos autores de una misma generación?, ¿por qué dos poetas?, ¿por qué no hay cacereños o murcianos o ilerdenses?

En fin, no sé, Literaturwerkstatt y sus secuaces parecen estar seguros de que habrá patadas y mordidas en toda Europa por hacerse de un boleto. Todo es posible, pero verse agraciado en semejante designación o sorteo (y no poder renunciar, por algún motivo) se me aparece como uno de los siete infiernos. Figúrense: sesenta días encerrado con otros ciento treinta y cinco escritores, cada uno anunciando sus proyectos literarios, mirándose los unos a los otros con recelo o veneno según sus logros, intentando colarse mutuamente manuscritos, los menos famosos adulando -o zahiriendo- a los más célebres, éstos exigiendo pleitesía a aquéllos, arrasando todos las ciudades en rebaño, quitándose la palabra durante los coloquios, protestando por nimiedades; muchos deprimiéndose literariamente, la mayoría haciéndose los originales; algunos comportándose como tarados para que se les note bien el arte; un buen número recitando; unos pocos destruyendo el tren a ratos, en arrebatos transgresores o dadaístas, arrojándose vasos de vino; unos cuantos negándose a hablar según qué lenguas y exigiendo ser traducidos a las de su gusto, incluido el azerbaiyano. Santo cielo. Riñas, discusiones, celos, envidias, desdenes, afrentas, peroratas y discursos, resentimientos, ofensas sin cuento y agravios comparativos a punta pala. Acabo de comprenderlo: la idea es de algún editor y de algún crítico, decididos a que se acuchillen entre sí un buen puñado de autores. Asesinato en el Orient Express no será nada al lado de lo que se avecina, si ese tren de los homicidios un día por fin arranca.