La Jornada Semanal, 29 de marzo de 1998
Carlos Fuentes conoció a José Donoso en la infancia, cuando asistían al mismo colegio en Chile. En nuestra despedida, ofrecemos esta evocación que el mayor narrador mexicano vivo hace del inolvidable novelista chileno.
Mario Vargas Llosa llamó a José Donoso el más literario de los autores del boom latinoamericano de la novela. ¿Qué significó, con la perspectiva de los años, aquella tan traída y llevada generación cuyas obras iniciales fueron publicadas entre mediados de los cincuenta y mediados de los setenta?
En primer lugar, las novelas del boom dejaron atrás las necias alternativas establecidas por dos alas de una preceptiva igualmente dogmática. Nacionalismo o cosmopolitismo. Realismo o fantasía. Compromiso o formalismo. Y encasillamiento en estrechos géneros: novela urbana o rural, novela indigenista, novela proletaria, novela histórica, etcétera.
La novela del boom, en primer término, recuperó la amplitud de la tradición literaria. Hizo suyos a los padres de la nueva novela, Borges y Carpentier, Onetti y Rulfo. Reclamó para sí la gran línea poética ininterrumpida de Hispanoamérica, de la lírica náhuatl a los poetas del barroco colonial a los grandes contemporáneos, Neruda y Vallejo, Huidobro y Paz, Lezama Lima... Le dio a la novela rango no sólo de reflejo de la realidad, sino de creadora de más realidad... Amplió espectacularmente los recursos técnicos de la narrativa latinoamericana; radicó sus efectos sociales en los dominios del lenguaje y la imaginación y alentó una extraordinaria individualización de la escritura, más allá de la estrechez de los géneros. Por si fuera poco, el boom amplió espectacularmente el mercado de la lectura en América Latina e internacionalizó la literatura escrita desde México y el Caribe hasta Chile y Argentina.
Nadie superó aquellas oposiciones o asumió estas virtudes mejor que el chileno José Donoso.
Nadie hizo más patentes las rígidas jerarquías sociales en América Latina, la crueldad del sistema clasista en Chile -pero nadie como él, también, usó las terribles evidencias de la injusticia para asediarla con una imaginación más corrosiva y desestabilizadora. En Donoso nada es lo que parece ser, en sus novelas todo está a punto de ser otra cosa. El disfraz, la homonimia, el trasplante de órganos sirven a esta feroz revuelta anárquica de las novelas de Donoso, escritas bajo los signos gemelos de la destrucción y de la recreación. Narrativa inestable, pasajera, como en la gran poesía barroca de nuestra lengua:
Soy un fue y un será y un es cansado
Claudio Magris ha dicho de las literaturas del mundo que la europea es amenazada de incapacidad, la norteamericana de negatividad y la latinoamericana de totalidad. Y aunque Magris celebre la dilatación latinoamericana del espacio imaginativo, advierte también una mala conciencia europea para celebrar la celebración latinoamericana. Por eso, el gran crítico triestino nos pide (a los europeos, a los latinoamericanos) que hagamos un esfuerzo por leer a la América Latina en contra de la tentación de la aventura exótica. Europa, dice Magris, debe aprender a leer de nuevo a Latinoamérica; hacer la tarea escolar de penetrar en serio una prosa melancólica, difícil, dura.
No se puede iniciar este aprendizaje mejor que con José Donoso. Algo hay en él, a veces, de aquello que T.S. Eliot dijo de James Joyce: "Usted ha aumentado enormemente las dificultades de ser novelista." Pero la dificultad de José Donoso es también una invitación, la de dejarnos caer en el mundo olvidado, el mundo del origen, el mundo mágico, con los ojos abiertos.
Porque la caída de Donoso en el origen no significa el regreso a un mundo primigenio ideal, a una Edad de Oro sojuzgada por una Edad de Fierro. La edad primera de Donoso no es un paraíso perdido. El horror presente en sus novelas es gemelo del horror original. Sus fetos y sus perros, sus gigantes cabezones, sus imbunches y bebés duplicados son el espejo de la creación divina: los monstruos ya estaban allí el sexto día del Edén. Sólo nos separa de ellos un montón de trapos sucios. Al contrario de Cortázar, donde las casas son tomadas, en Donoso las casas ya fueron tomadas desde siempre: transitamos por pasillos sin destino, patios sin uso, moradas ciegas.
No es casual que Humberto Peñaloza, el Mudito de la obra maestra de Donoso, El oscuro pájaro de la noche, haya, simultáneamente, perdido el habla (o fingido que la ha perdido, o convertido el silencio en la elocuencia misma del origen del ser parlante). Todo ocurre en las novelas de Donoso como si todos requiriésemos un discurso nuevo, pero también antiquísimo, para caminar entre un mundo que es el "bosque de símbolos" del que hablaba Baudelaire y que, en Donoso, rodea nuestra "casa de campo", y también nuestro conventillo urbano.
José Donoso, a quien conocí desde chicos en la escuela británica The Grange en Santiago de Chile, era gran lector de las letras inglesas, sobre todo de Dickens y de James. En su obra, el chileno nos invita a cumplir una y otra vez los requerimientos imaginativos de Coleridge, que consisten en mediar entre la sensación y la percepción sólo para disipar, en seguida, cualquier relación razonable entre las cosas y sentirse obligado a recrearlo todo con una nueva imaginación despojada del racionalismo que, reduciéndolo todo a un solo sentido, sacrifica el significado mismo del acto poético, consistente en multiplicar el sentido de las cosas.
Como lo quería Wittgenstein, en El obsceno pájaro de la noche no hay nada más que decir, salvo lo indecible: la poesía. Por eso, el escritor chileno se da el lujo de cambiar constantemente los géneros y estilos de su narración: hay que aprender a leerla como será leída, es decir, hay que aprender a escribirla como será escrita por el lector. Con razón Luis Buñuel siempre vio en José Donoso al maestro de una irracionalidad prodigiosa, natural e inexplicable, muy cercana al verdadero surrealismo.
Los métodos literarios de José Donoso, su mediación constante entre sensación y percepción, su enorme diapasón, que le permitió lo mismo tocar un delicado y melancólico cuarteto para cuerdas que poner en escena una ópera deslumbrante, sombría y dolorosa, le permitieron dejar una herencia increíblemente fructuosa. l mismo, con gracia, dividió en compartimientos al boom de su generación: el cogollo, el protoboom, el miniboom, el suboom. En realidad, Donoso heredó lo que yo llamo el boomerang. Porque la amplitud de la obra de Donoso, su maestría en un doble sentido (calidad de la propia obra y capacidad magisterial de entusiasmo compartido, de enseñanza), ha dado lugar a una gran generación de novelistas chilenos, en ese país que se suponía provincia exclusiva de los más grandes poetas modernos de América. Hoy, el árbol de la novela chilena ostenta magníficos frutos: Diamela Eltit y Marcela Serrano, Arturo Fontaine y Carlos Cerda, Gonzalo Contreras y Alberto Fuguet, muchos de ellos formados en los talleres literarios de Pepe Donoso, todos ellos miembros de la generación de novelistas más libre, más variada, más personalizada y de mayor talento que hayamos conocido en la América Latina.
Fuimos amigos desde jóvenes, vecinos en la Cerrada de Galeana mientras él escribía El lugar sin límites y yo Cambio de piel. Padecía de males que muchos juzgábamos imaginarios y que compartía con su maravillosa mujer María Pilar, hasta que un día la hipocondria resultó demasiado real, hasta el grado que en la lápida fúnebre de Donoso se ha sugerido, como memento mori, el ¿No que no, cabrones? Pero la muerte casi simultánea, como simultáneos fueron sus males, de Pepe y María Pilar, nos lleva de nuevo al terreno literario donde Sacha Guitry define al amor como el perfecto egoísmo entre dos y Quevedo invoca un amor constante más allá de la muerte: "serán ceniza, mas tendrá sentido;/ polvo serán, mas polvo enamorado".