El conflicto de Chiapas ha puesto en la conciencia pública el tema del racismo en México, pero se trata de una sensibilización incompleta y que pudiera ser peligrosa.
Permítame las siguientes hipótesis.
1) Las desigualdades de México no sólo están en las regiones y en los ingresos, no sólo son horizontales y verticales, son de orden racial y cultural. Fuimos ciegos a nuestro racismo durante casi todo el siglo XX, el conflicto de Chiapas de 1994 nos hizo despertar ante una realidad desagradable y negada. Una visión mucho más crítica del contraste entre la ``cultura nacional'' y las ``culturas indias''; sin embargo, aún se nos oculta que la división racial en México puede ser mucho más radical. Supongamos que la sociedad está dividida entre una minoría blanca de criollos (12 por ciento) y una mayoría de mestizos (80 por ciento) y una minoría mestiza o indígena (8 por ciento) que vive todavía en sus marcos étnicos originarios. Este último segmento es diferente de los otros sectores de modo dramático. La división en castas fue reconocida abiertamente en la Colonia y durante las primeras décadas de la época independiente. Incluso se llamaron Guerras de Castas conflictos armados que sacudieron el país en el difícil proceso de descolonización.
2) Vamos a suponer que a partir del triunfo de la Revolución se borraron del pensamiento y de la cultura oficiales las ``diferencias raciales entre los mexicanos''. Se considera que México es un país de mexicanos. Se acepta (a regañadientes) que existen ``comunidades indígenas''. Pero esto es insuficiente. Quizás en México la desigualdad racial y cultural se ha prolongado hasta nuestros días y existen remanentes poderosísimos de las viejas ``castas'' que no han sido disueltos por el proceso de modernización y que son negados enfáticamente.
3) Vamos a suponer que en México existe un grupo racial predominante (``los criollos'') de origen español o europeo que en su mayoría están orgullosos (de modo agresivo y vergonzante) de ser de raza blanca. Antes se sintieron fascinados con los modelos español y francés y hoy aceptan una influencia norteamericana, y en casos extremos, el deseo de integración con Estados Unidos. Los criollos no sólo encabezan los grandes consorcios privados. Dominan en la clase política, determinan el rumbo de la vida cultural, diseñan la política económica y son (por supuesto) los beneficiarios principales del conjunto.
4) Vamos a suponer que existe un gran sector intermedio, el de los mestizos, difícil de caracterizar, pero en el que se nota el gran impulso hacia la modernidad y la integración del país. Sin restar méritos a los criollos (a cuya ``casta'' pertenezco) debo aceptar que entre los mestizos hay un sector dinámico. Gente acostumbrada a trabajar duro aquí y cuando ha sido necesario en el extranjero. Algunos criollos consideran a los mestizos más dinámicos como arribistas, gente vulgar y chabacana, incapaz de buenos modales y modernidad y los llaman despectivamente ``nacos''. En el fondo perciben un gran conflicto racial en potencia.
5) Y de aquí viene el aspecto más preocupante. De ser ciertas mis suposiciones y las de algunos otros escritores sobre la subsistencia de un sordo conflicto racial en México, los problemas abiertamente reconocidos como el de Chiapas pueden llevar a una ruptura. Algunos voceros de los indígenas (curiosamente criollos o mestizos) esgrimen constantemente como argumento para su intransigencia las maldades cometidas por los ``blancos'' contra los ``indígenas'' durante 500 años. Los agravios son reales, los rencores son explicables, pero sería peligroso estimular un cobro de cuentas.
6) Quizás México es todavía un país de castas, pero goza de una tolerancia que le ha permitido fluir hasta crear una forma de convivencia. Se trataría de aceptar nuestras diferencias, comenzar a desmantelar el racismo y remediar las injusticias, no de empujar a México a una nueva y brutal guerra de castas.