Inoculan en Chiapas el virus de la guerra: obispos Ruiz y Vera
Elio Henríquez, corresponsal, San Cristóbal de las Casas, Chis., 28 de marzo Ť Los obispos Samuel Ruiz García y Raúl Vera López afirmaron que en Chiapas los pueblos indios padecen una ``agresión sistemática por los efectos perniciosos de la aplastante'' presencia del Ejército Mexicano. ``Lo que hemos visto y oído es el virus de una guerra artificiosamente inoculado, desde el exterior, a miles de hermanos que ven esfumarse sus ilusiones de salir, por fin, de siglos de postración'', agregaron.
En un mensaje escrito y firmado también por los vicarios y demás directivos de la diócesis de San Cristóbal, Ruiz García y Vera López señalaron que la solidaridad con el sufrimiento no tiene fronteras. Emitido con motivo de la ``escalada de persecución que llama nuevamente a nuestras puertas'', los prelados dijeron que los ataques en contra de la diócesis son ``consecuencia directa de las opciones que maduramente, a lo largo de las últimas décadas y en pleno uso de nuestra libertad de conciencia, hemos venido asumiendo en el seno de la iglesia universal''.
A continuación, el texto íntegro del mensaje de los prelados.
Mensaje de la diócesis de San Cristóbal de las Casas ante la presente situación
``Una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza. Estaba encinta y las angustias del parto le arrancaban gemidos de dolor'' (Ap. 12, 1-2).
A todos(as) nuestros(as) hermanos(as) en la fe católica:
A todos(as) nuestros(as) hermanos(as) de las diferentes tradiciones cristianas:
A todos(as) nuestros(as) hermanos(as) creyentes en el Dios de la vida:
A la sociedad civil de México y del mundo:
A todos los hombres y mujeres de buena voluntad:
Hoy, que otra escalada de persecución llama nuevamente a nuestra puerta, sentimos como un deber de conciencia compartir con ustedes algunas reflexiones desde nuestra fe:
En el texto del Libro del Apocalipsis, arriba citado (que para nosotros católicos mexicanos tiene profundas evocaciones de la delicadeza con que nos ha colmado de bienes la Providencia divina) hoy vemos reflejada nuestra propia experiencia como Iglesia. Pues si bien nuestra tradición desde los santos Padres ha visto en El la figura de la Santísima Virgen María, dando a luz en medio de la contradicción, al Verbo que se encarna; también sabemos que en su sentido originario se refiere al misterio de la Iglesia que con su labor evangelizadora, realizada en medio de persecuciones, va dando a luz a la humanidad nueva, libre como Cristo, de la servidumbre de la Serpiente antigua (Cf.Ap. 12,3-18).
Entendemos claramente que la situación que vivimos es una consecuencia directa de las opciones que maduramente, a lo largo de las últimas décadas, en pleno uso de nuestra libertad de conciencia, como diócesis, hemos venido asumiendo en el seno de la Iglesia universal, en comunión con otras diócesis de México y de América Latina. De esta suerte hoy no podemos sentirnos como víctimas, pues la opción por los pobres -evangélica y eclesial- si es seria, supone experimentar los mismos sufrimientos que viven constantemente ellos, los siempre derrotados.
``El que se gloríe, gloríese en el Señor'', dice el apóstol (1Cor 1,31). Hoy nosotros, conscientes de nuestra indignidad, nos sentimos, sin embargo, movidos a la acción de gracias pues, aunque humanamente nos es difícil y agobiante sufrir tanta difamación e injuria, los reconocemos como espléndido don de la gracia. ``Alégrense y salten de contento'', nos dijo el Señor (Mt 5, 12).
Quién ``nos confirió el ministerio de la reconciliación'' (2Cor 5,18), nos ha puesto sobre aviso; sólo la verdad hace libres a los hombres (Cf, Jn 8,32). Y esa verdad está puesta ``para caída y elevación de muchos y para ser señal de contradicción, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones'' (Lc 2,34-35).
Por ello, nuestro criterio de acción, en este ministerio de reconciliación, es la verdad. No una verdad que astutamente presenta los acontecimientos para encubrir el error (Cf.Ef 4,14), sino una verdad ética que lee los sucesos en la perspectiva del plan de Dios y de la construcción de su reino. Para eso hemos sido enviados -por Jesús y con Jesús- para dar testimonio de la verdad (Cf. Jn 18,37). Sabemos que si nuestra adhesión a la verdad no es firme y constante, tropezaremos con ella. De igual forma, sabemos que la verdad incomoda y suscita respuestas violentas. Lo asumimos. Habíamos sido advertidos (Cf.Jn 16-4).
Lo que hemos visto y oído, lo que hemos contemplado y tocado con nuestras manos (IJn I,I) lo que anunciamos y no podemos dejar de hacerlo es el rostro luminoso de Cristo en la vida de nuestros hermanos indígenas con sus valores, su capacidad de inmolación en el servicio, su espíritu comunitario, la supervivencia en medio de su marginación y su esperanza confiada en la instauración del reino de Dios en la justicia, la verdad, el amor y la paz.
Lo que hemos visto y oído, lo que hemos contemplado y tocado con nuestras manos es también rostro sufriente de Cristo en los pueblos indios que padecen agresión sistemática a sus derechos fundamentales. Lo que hemos visto y oído son los efectos perniciosos de la presencia aplastante del Ejército. Lo que hemos visto y oído es el virus de una guerra artificiosamente inoculado desde el exterior, a miles de hermanos nuestros que ven esfumarse sus ilusiones de salir por fin de siglos de postración.
Lo que hemos oído y visto con tristeza profunda es a Acteal y sus 45 inocentes muertos..., y tantos muertos más, quienes están invitando a que el mundo entero venga y vea (Cf. Lam. 1,12). La solidaridad con el sufrimiento no tiene fronteras, y va más allá del concepto de soberanía basado en los intereses de grupos privilegiados por el poder dominante de una región o país.
Por nuestra parte, no tenemos pensado dejar de proclamar este Evangelio vivo que ha sido para nosotros una constante fuente de conversión al Dios de la vida y ``lo anunciamos a ustedes para que también ustedes estén en comunión con nosotros'' (IJn 1,3). Si calláramos, las piedras hablarían (Lc 19,40) y seríamos tenidos por impostores. Porque ``creemos, por eso hablamos, sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús, también nos resucitará con Jesús'' (12Cor 4,13.14).
No dejaremos de esperar contra toda esperanza (Cp.Rm 4,18)... que un día en nuestro amado Chiapas, y en nuestro amado México, ``ya no habrá niños que vivan pocos días, ni viejos que no colmen sus años'' (Is 65,20). Y todos los pueblos indios ``construirán casas y vivirán en ellas, plantarán viñas y comerán sus frutos'' (Is 65,21.22). Del metal fundido de muchos AK-47 se forjarán tractores (Cf. Is 2,4) y en lugar de enviar los impuestos, fruto de nuestro trabajo, para el pago de colegiaturas de militares a la Escuela de Las Américas, veremos aulas, quirófanos, bodegas, establos, laboratorios y dignidad en las cuñadas y la selva de Chiapas, en los valles y en las montañas de nuestra Patria.
Todos y cada uno de los agentes de pastoral de esta amada diócesis de San Cristóbal de las Casas, confiamos y esperamos en la resurrección de Cristo en esta historia.
Que la gracia del Señor Jesús sea con todos. ¡Amén! (Ap.22,21).
San Cristóbal de Las Casas Chis., 27 de marzo de 1998.
Samuel Ruiz García,
obispo de San Cristóbal de Las Casas.
Fr. Raúl Vera López, O.P.,
obispo coadjutor de San Cristóbal de las Casas.
Pbro. Felipe Toussaint Loera,
vicario general.
Por el Consejo Presbiteral,
Pbro. Felipe Ramos Ozuna.
Por el Consejo de Vicarios Episcopales,
Pbro. Eugenio Alvarez Figueroa.
Por el Consejo de Pastoral.
R.P. Oscar Salinas Nájera, S.M.
Por la Curia Diocesana,
Hna. Esther Lorenzana Camacho D.P.,
Canciller.