Un ámbito de arte es sin duda el antiguo Colegio de San Ildefonso, tanto por su arquitectura como su contenido.
Edificado en el siglo XVIII por los cultos jesuitas en bello estilo barroco, en esta centuria se adaptó para ser la sede de la Preparatoria Nacional y en los años veinte los mejores artistas de México pintaron sus muros.
No hace mucho, nuevamente se adaptó, ahora para ser museo, pero no cualquiera, éste está vivo, ya que con frecuencia cambia sus exposiciones siempre magníficas y las complementa con innumerables actividades: conferencias, talleres, cine, videos, mesas redondas, etcétera.
Ahora hay una muestra verdaderamente esplendorosa de esculturas, dibujos, gráficas y maquetas de Mathias Goeritz. Polaco de nacimiento, estudió pintura, filosofía e historia del arte en la universidad de Berlín. De espíritu inquieto en 1941 se fue a vivir a Marruecos y a España, en donde permaneció cinco años y fundó una escuela de arte llamada La Cueva de Altamira, que dio lugar a una nueva corriente en el arte. En 1949 fue invitado a dar clases en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Guadalajara y a partir de entonces nunca dejó nuestro país que se le incrustó en el corazón.
En San Ildefonso, la vista de sus esculturas monumentales, enmarcadas por la arquitectura barroca causa una fuerte emoción, que se magnifica si se escucha ``vox electroacústica'', un espectáculo sonoro interdisciplinario, que interpreta los domingos Manuel Rocha Iturbide, diseñado especialmente como un homenaje a Goeritz. Aquí se pueden admirar algunas de las obras con las que abrió nuevos caminos para el arte urbano. Fervoroso creyente de la interdisciplinariedad, diseñó con otros artistas y arquitectos las Torres de Satélite, las Torres Cónicas Blancas que señalan la fábrica Automex y la impresionante escultura circular que distingue el espacio escultórico de la Universidad Nacional, entre muchas otras. También fue el principal promotor de la Ruta de la Amistad que integra obras de artistas nacionales y extranjeros.
Un aspecto muy interesante del polifacético escultor es su interés en el arte religioso que plasmó en vitrales auténticamente maravillosos, que se pueden disfrutar en las ventanas de la Catedral Metropolitana y en la hermosa iglesia de San Lorenzo, ubicada en la esquina de Belisario Domínguez y Allende, en el Centro Histórico. En ese lugar, además de los vidrios, diseñó un original relieve de una mano perforada que serviría de Altar Mayor. En este audaz proyecto que renovó la imagen del templo dieciochezco, Goeritz contó con el entusiasmo del sacerdote de vanguardia Ertze Garamendi. El párroco actual evidentemente no aprecia la huesuda e inmensa mano y la medio tapó con un altarcito tipo barroco.
Mejor que hablar es visitar la exposición y gozar de las actividades complementarias como los talleres de fin de semana, que incluyen uno de vitrales y varios para niños, el ballet modernísimo UXOnodanza, los documentales sobre el artista, cine, las conferencias y mesas redondas en las que participan personajes como José Luis Cuevas, Ricardo Legorreta, Pedro Friedberg y Jorge Alberto Manrique. Una vez más hay que felicitar a la directora Dolores Béistegui, quien con su gran creatividad nos brinda tantos placeres.
Hablando de vitrales, además de los de Goertiz, vale la pena ver los que cubren los patios del antiguo almacén del Palacio de Hierro a unos pasos del Zócalo. Realizados en Francia a principios de siglo, son una preciosura; se pueden apreciar desde el luminoso restaurante, mientras come un menú dietético que cambian todos los días y es bastante aceptable; si no tiene kilitos de más también hay un menú normal; por cierto, todo muy económico.