La Jornada 29 de marzo de 1998

CONCIERTO PARA LA POLICIA CAPITALINA

Daniela Pastrana Ť De fondo, la voz del tenor se impone con Mi Ciudad, de Guadalupe Trigo, pieza que abre el encuentro. Fresco rostro sin maquillaje, ojos aguamarinos, suave piel arrugada, Martha Salazar Santjean de Iturbe, habla fuerte:

``Ojalá que se repita esto; la policía necesita que la estimulen y que la gente mejore sus expresiones sobre los policías, porque arriesgan muchísimo su vida y trabajan mucho sin reconocimiento'', suelta sin preámbulos la mujer de pelo cano pintado de tenue amarillo.

Y cómo no va a querer a los uniformados. Hija de policía --``que trabajó con Palomera López, un jefe muy importante de hace muchos años''--; suegra de policía --con 22 años de carrera en la Auxiliar--, y ``muy orgullosa'' madre de policía, doña Martha acompaña a su familia al acto en honor de los responsables de la seguridad pública, organizado en el Zócalo capitalino.

Concordia Musical por la Ciudad, le llaman en el gobierno al encuentro que busca ``reconstruir la deteriorada relación de los habitantes de esta urbe con sus autoridades'' y recuperar espacios de comunicación y convivencia para los capitalinos.

Y las voces que llenan la Plaza de la Constitución --se colocaron 10 mil sillas y dos gradas, más de 5 mil policías invitados permanecen de pie--, hacen coro a la de Ramón Vargas, el más afamado tenor mexicano, que recientemente sustituyó a Luciano Pavarotti en el Met de Nueva York. Arranca suspiros cuando hace recordar a Pedro Infante, con Mi Cariñito y Serenata Huasteca.

Son poco más de las 6 de la tarde en un sábado inusual para los visitantes del Zócalo.

A primera vista, la plaza se ve pintada del azul oscuro de los uniformados, de pie, todos en los costados. Más adentro, las imágenes se confunden de lo curioso a lo pintoresco: policías cambiando pañales, policías buscando ``esquinitas'' para sentarse, policías que apuran el paso para salir de la plaza.

``Nos dijeron que teníamos que venir, si queríamos con la familia, pero no sabemos para qué; ahora estamos buscando a nuestros comandantes para que nos digan, porque ya estamos viendo que unos se van'', comenta un par de mujeres de la Policía Auxiliar, que piden el anonimato.

--¿Y sus familias?

--Están sentados en las gradas, pero a nosotras nos pusieron en una zona especial.

--¿No les gusta el concierto?

--Sí, está bien, pero la verdad es que no sabemos quién es.

Lo mismo dicen los policías de la Bancaria Industrial, ubicados del lado del Palacio Nacional: ``A nosotros sólo nos dijeron que teníamos que estar aquí a las cuatro, pensamos que era un evento más ordenado, pero llegamos aquí y no sabemos qué tenemos que hacer'', comenta un joven oficial que dice tener un año en la corporación.

Francos --es decir, en su día de descanso--, pero convocados para un ``servicio de armas'', que es un día de trabajo obligatorio pero sin paga, los oficiales piensan más en recibir la instrucción de retiro de sus superiores.

Desde su puesto de vigilancia bajo los arcos, ironiza un uniformado de la Policía Preventiva: ``Es un homenaje para los policías, pero quién sabe para cuáles, porque nosotros estamos aquí trabajando''.

Pero no para todos es así. El oficial Javier Solís Velázquez aprovecha la tarde para pasear con su esposa y sus tres hijos. ``Este evento es bueno porque ayuda a la convivencia familiar y el acercamiento con las autoridades'', asegura.

Abunda la explicación Juan Montelango Velázquez, yerno de doña Martha Salazar y primer inspector de la Auxiliar: ``Algunos están cansados porque ayer trabajaron, hoy vienen aquí y prefieren irse, pero hay otros a los que nos gusta esta música y sí lo disfrutamos'', dice amable.

Llama a su jefe, el subinspector Feliciano Solorio, del 52 Agrupamiento, que con sus 38 años en la corporación sostiene que la Auxiliar ``es una policía blanca''.

El policía queda como el cohetero

Los oficiales rechazan las críticas al trabajo de los uniformados. ``Son injustos'', dice, porque no consideran la responsabilidad de la ciudadanía; en cambio, el policía no tiene garantías y generalmente ``queda como el cohetero: si truena bien y si no también''.

Imagen fotográfica: la enorme bandera de México ondea con el aire sobre el escenario iluminado por el láser verde del Monumento a la Revolución. Apenas entra la noche. Ramón Vargas, de traje oscuro y barba cerrada, elava la voz con las coplas de México Lindo y Querido y cierra con Viva México.

El delegado en Cuauhtémoc, Jorge Legorreta, no cabe en su traje de gusto; junto a él, el líder de la fracción parlamentaria del Partido de la Revolución Democrática en la Asamblea Legislativa, Martí Batres y Superbarrio --también presente en el concierto de Silvio Rodríguez.

Emocionada, Eugenia León sube a darle un ramo de flores. El tenor recibe las ovaciones y canta otras piezas más: Granada, Bel Canto... y otra vez Mexico Lindo.

Cuauhtémoc Cárdenas y el secretario de Seguridad Pública, Rodolfo Debernardi Debernardi, cumplen los formalismos y suben al escenario a felicitar al tenor y agradecerle su participación

``Es una muestra de muchas de acercamiento de la cultura a muchos sectores; sin duda va a ser un estímulo para que todos trabajemos'', dice el jefe de gobierno de la ciudad en entrevista.

La gente se dispersa lento, pero Martí Batres es atrapado por un grupo que cree reconocerlo. ``Maestro'', se le cuelga una mujer del cuello, ``estoy orgullosísima de que sea mexicano, tiene una voz divina''.

No creo, dice con embarazo el perredista, con su traje oscuro y su barba cerrada. ``Un autógrafo por favor, lo vi cuando estuve en Europa'', le pide otra fan. No creo, responde el diputado, que en varias ocasiones intenta corregir el error.

Cárdenas y Debernardi se alejan rodeados de peticiones. En la plaza, queda el ruido de los cláxones.