El anuncio hecho por la Casa Blanca sobre el levantamiento de la prohibición de los vuelos directos y las remesas de los exiliados a sus familiares en Cuba, es el primer paso hacia la distensión dado por el gobierno de Bill Clinton después de la aprobación de la ley Helms-Burton. Las nuevas medidas desatan el nudo que trababa todo avance en el diferendo bilateral, a raíz del derribamiento que cazas cubanos hicieran de dos avionetas con matrícula de Estados Unidos, pertenecientes a un grupo vinculado con el difunto líder ultraderechista Jorge Mas Canosa.
Es evidente la influencia sobre esta decisión de los círculos empresariales y políticos que abogan por la supresión del bloqueo --encabezados por la poderosa Cámara de Comercio de Estados Unidos--, pero lo que rompió la inercia fue la visita a la isla del papa Juan Pablo II, como lo confirman las declaraciones de voceros oficiales en Washington. La noticia recibió de inmediato el beneplácito de México, Canadá, la Unión Europea y del propio Fidel Castro.
Eran de esperar las críticas de la ultraderecha del exilio, de políticos como el senador Jesse Helms y los legisladores de origen cubano, cuyo modus vivendi sería puesto en solfa en caso de prosperar el relajamiento del conflicto. Las medidas, el mínimo que correspondía a la potencia norteña después del llamado a terminar con las sanciones formulado por el sumo pontífice y de las muestras de buena voluntad de La Habana, dejan intactas las prohibiciones al comercio y a los negocios con la isla; en cambio, autorizan una ``ayuda humanitaria'' cuyo designio no está claro todavía. Contrariamente a lo que afirman funcionarios de la ribera del Potomac, en Cuba --cierto que lenta y discretamente-- sí se han estado moviendo las cosas. Las reformas económicas han creado un espacio a la iniciativa individual y al irreversible establecimiento del sector privado en la economía, de innegable trascendencia en la formación de un ambiente político mas diverso y plural. En esa misma dirección operan la apertura religiosa, que hizo posible la histórica estancia del jefe de la Iglesia católica, y recientemente la excarcelación de un número importante de presos políticos. La inversión extranjera continúa ingresando. Dos semanas atrás, las autoridades conversaban sobre oportunidades de negocios --en caso que se levantara el bloqueo-- con una comitiva de empresarios de Estados Unidos. Integrantes de la oposición interna han reconocido a la prensa internacional que, luego de disminuir sustancialmente el nú- mero de reclusos en los dos últimos años, la frecuencia de las detenciones se redujo, de forma notable, después de la visita del Papa.
El ex general John Sheeham, hasta hace poco jefe del Comando Atlántico, manifestó que Cuba sí ha hecho cambios en su política, mientras el senador Christopher Dodd expresaba: ``La pregunta es cuándo cambia la política de Estados Unidos''. En igual sentido se pronunciaba, de visita en Cuba, el académico Wayne Smith, ex jefe de la misión diplomática en la isla.
Las nuevas medidas pueden constituir el punto de partida para una normalización de las relaciones entre La Habana y Washington, que exigirá una alta dosis de buena voluntad, perseverancia, prudencia, y a ratos humildad de las partes. Se han acumulado agravios y obstáculos. Recuérdese que, caso único, para cualquier cambio mayor de la política estadunidense hacia Cuba, el Ejecutivo debe consultar a las dos cámaras. Modificar la tupida red de leyes que impide una convivencia civilizada requerirá la promoción de un amplio consenso bipartidista. También, que se depongan las pretensiones de hacer pagar a la pequeña isla un precio aún mayor por atreverse a ser distinta y por defender un camino propio en su ingreso a la globalización. El gobierno cubano, por su parte, haría bien en abandonar la obsesión de resistir innovaciones porque puedan leerse como una debilidad ante el adversario. Nuevas y necesarias reformas económicas y políticas veremos en la mayor de las Antillas, más pronto si se sigue aliviando el cerco; lo que difícilmente presenciaremos es el desmantelamiento de la propiedad social, de la cultura política y el orden jurídico que sustentan la solidaridad y la distribución justa del producto, la sobera- nía nacional.
Habría que imponerlo a sangre y fuego donde una revolución, afincada en el alma nacional cubana, anidó en el corazón del pueblo.