Cuando los abogados cometemos algún errorcillo en un escrito, la fórmula sacramental es ponerle una rayita en medio a las palabras indebidas y, al final, ``salvamos'' el error anotando la palabra equivocada a la que se agrega un ``Testado. No vale''. Si no hubo más remedio que sustituir lo malo por otras palabras adecuadas, se repiten éstas y se agrega un emocionante ``vale''.
En el caso no incurrí, como es público y notorio, en un error escrito. Fue, en cambio, una apasionada opinión mía respecto de la famosa y tonta maniobra de que, después de un gol, los futbolistas se ponen la camisa oficial encima de la cabeza, corren como conejos por la cancha y descubren una intimidad camiseril con una publicidad personal que suele discrepar de la oficial que aparece en la camiseta del equipo.
A mí me importa muy poco el destino real o supuesto de la publicidad y la verdad es que ni siquiera había visto desde la tele el juego de los anuncios. Pero me repugna deportivamente la escenita como también me molestan esas celebraciones de un gol en que todos los compañeros del equipo se echan encima del autor y con ello dan una espléndida sensación de amor prohibido. Hay, además, los bailecitos y algunas otras cosas parecidas que en mis tiempos de futbolista amateur a nadie se le ocurrían.
El primero que inició el espectáculo de festejo goleador fue nuestro insustituible Hugo Sánchez, pero él lo hacía con una maroma atlética más que respetable. Sus sucesores o se arrejuntan o bailan o puestos a cuatro patas en la cancha realizan un curioso caminar de oruga que no tiene la más mínima gracia. Ni siquiera originalidad. Y ahora la modita es esa especie de strip tease insinuado que viene un poco a confirmar las sugerencias de los amontonamientos. A veces es la camiseta sólo en la cabeza pero por lo visto empresarios abusadillos han inventado agregarles ahora el beneficio de la lana a cambio de un anuncio en una camiseta interior.
Todo es absurdo. Pero cuando llegas al despacho temprano, te dicen que te hablan de La Jornada, agarras el teléfono y una linda voz femenina: Marlene Santos A. te interroga sobre un tema que en ese momento no ocupa tu mente, lo más probable es que toda tu buena voluntad de acceder a la entrevista telefónica, se tropiece con una feroz grabadora y una reportera con sentido cáustico y te sueltes diciendo alguna que otra barbaridad sobre la marcha al calificar un acto que te parece absurdo.
Sería hermoso decir, como aparece a veces en El Correo Ilustrado, que la reportera dijo lo que no dije y que se aclare que no soy tan burro como parece. Lo malo es que Marlene no cambió ni un ápice. Y en La Jornada de este jueves, alrededor de una foto mía malhumorada, se repiten con precisión milimétrica un ``idiota'' y un ``imbécil'' que me salieron, lo confieso humildemente, del alma. Quizá confiaba en esa censura cuatachera que tienen algunos reporteros con los amigos.
Pudo más el sentido periodístico que la censura entre colegas. Y lo que me queda es decir que estoy arrepentido de haber pronunciado esas dos palabritas que se refirieron al acto y no a los actores. Lo que no deja de ser un eufemismo, dicho sea de paso.
Pero lo cierto es que la maniobra, además de ser absurda porque implica, sin la menor duda, una violación de un deber de probidad y honradez que todo trabajador tiene frente a su patrón y además de ser antiestética y antifutbolera, me parece que refleja una ignorancia rotunda de las reglas de la ley. Y si los promotores del hecho incitaron a unos cuantos de nuestros mejores jugadores a hacer esa barbaridad con fines publicitarios, tanta culpa tienen los comerciantes como los jugadores que no podrían alegar engaño porque ya están mayorcitos.
Me extrañaría mucho que sólo por dinero, por mucho que sea, hayan sido capaces de poner en riesgo muchas cosas. A sus patrones les pusieron el despido en la mano. Pero que tampoco crean los santos patrones que pueden multar a su antojo a un jugador. Eso no se vale. Y si algún Club lo hace, tendrá problemas muy serios en una junta de conciliación y arbitraje.
Aunque, por lo visto, ya se acabó el problema. Leo en La Jornada, del pasado viernes, que no se repetirán los shows camiseriles.