Carlos Bonfil
Criaturas celestiales

Christchurch, ciudad de las llanuras, Nueva Zelanda. Los noticieros de la época, 1954, describen una ciudad apacible, sus calles, sus tranvías, los colegios, la Universidad de Canterbury, las imágenes de una graduación o de algún evento deportivo. Después del breve preludio documental, la cámara sigue la carrera frenética de dos jovencitas que parecen huir por el campo del asedio de un violador o de un crimen que acaban de cometer juntas. Tienen el rostro salpicado de sangre. Con esos apuntes certeros, vigorosos, el realizador neozelandés Peter Jackson provoca en el espectador sensaciones de perplejidad y azoro -un malestar parecido al que produce la escena inaugural de Terciopelo azul, de David Lynch, cuando en medio de la cotidianidad rural irrumpe lo macabro.

Criaturas celestiales (Heavenly creatures, 1994) ofrece, luego de esas primeras escenas, un flash bak a 1952, y reconstruye de manera original, desbordante, un suceso de nota roja que causó enorme impacto a principios de los 50. En Nueva Zelanda, dos jovencitas de 15 y 16 años, Pauline Parker y Juliet Hulme, asesinaron con alevosía y sadismo a la persona que consideraban un obstáculo mayor para su amistad amorosa.

Peter Jackson, estupendo maestro del cine de terror (Dead alive, The frighteners), abandona aquí su género predilecto y su gusto por el gore para manejar con resultados deslumbrantes el género fantástico y reproducir la geografía mental de dos jóvenes obsesionadas por la ficción y el romance. Pauline (Melanie Lynskey), joven rubicunda de clase media manifiesta una fascinación por su compañera de clase, Juliet (Kate Winslet), la sofisticada adolescente inglesa que corrige a su maestra de francés y da muestras continuas de un desenfado y un liberalismo que son motivo de escándalo en el medio conservador académico. Juliet sufre una afección pulmonar que degenera en tuberculosis, Pauline vive con las secuelas de una osteomielitis infantil. Con desparpajo característico, la joven inglesa sentencia: ``La gente más interesante tiene enfermedades en los pulmones o en los huesos. Esto es algo terriblemente romántico''.

Las dos adolescentes comparten la admiración por Mario Lanza, ``el mejor tenor del mundo'', y por James Masson, aunque no coinciden en el gusto por Orson Welles, actor a quien Juliet considera repelente. Las oscuras imágenes barrocas de El tercer hombre, de Carol Reed, con Welles/Harry Lime huyendo por las cloacas de Viena, son la contrapartida del luminoso mundo de Borovnia que crean Pauline y Juliet, y que animan con personajes de plastilina, incluyendo allí a Mario Lanza, para encarnar ellas dos una pareja de monarcas, Charles y Deborah, con un valiente hijo guerrero, Diello. El mundo fantástico de las jóvenes amantes es, en su lenguaje desaforado, el ``cuarto mundo'', y tiene ritos iniciáticos y una llave mágica para el ingreso. Peter Jackson ofrece imágenes estupendas, con paisajes que se desdoblan en escenografías distintas, pobladas con unicornios y mariposas gigantes. Un edén subvertido para la pareja homoerótica que ignora aristocráticamente las estrecheces mentales de quienes las rodean, en particular las de la madre que lleva a la hija con el psiquiatra para corregir (infructuosamente) las intensidades afectivas que la joven vive con su compañera. Después de la entrega física, que es contrato matrimonial en el reino fantástico de Borovnia, Pauline escribe en su diario: ``Conocimos la paz de eso que llaman dicha y la alegría de lo que llaman pecado''.

En Criaturas celestiales, Peter Jackson realiza una estupenda incursión en los terrenos de la pasión amorosa contemplada desde la perspectiva represora del saber médico y la moral neovictoriana de los años 50. La pareja femenina que decide evadirse en la fantasía y en la libertad amorosa recibe el diagnótico de esquizofrénica y sexualmente enferma.

Esa medicalización del impulso romántico y libertario aparece también en otra notable cinta neozelandesa, Un angel en mi mesa, de Jane Campion, donde una versión pelirroja de Pauline Parker, la escritora Janet Frame, recibía el maltrato y la descalificación moral de las buenas conciencias. A partir de un episodio de nota roja, Jackson elabora en Criaturas celestes una cinta compleja y fascinante, con evocaciones fantásticas donde la posible cursilería queda anegada en un baño de sangre, donde las notas de un diario íntimo son señales de un intinerario hacia el desvarío mental, donde el crimen exhibe la brutalidad y la concisión de los asesinatos en Swooun (Tom Kalin) o en No matarás (Kieszlowski). El horror y la belleza, la transgresión sexual y el candor que ignora a la culpa, las figuras de un romanticismo negro, las diabólicas de Barbey d'Aurevilly o de Clouzot transformadas por el neozelandés Jackson en adolescentes celestiales. Una película estupenda.

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