Guillermo Almeyra
La eterna preguntita

Si nos ponemos de acuerdo en que más que condenar los efectos dañinos de la mundialización hay que tratar de aprovechar los positivos para encontrar una alternativa que, admitiendo las nuevas tecnologías, las subordine al interés de los seres humanos y las ponga al servicio de una sociedad sin explotación de ellos ni de la naturaleza, se plantea de inmediato la pregunta de ¿cómo hacerlo? con su corolario de ¿cuáles son las prioridades en la investigación sobre la alternativa y en la creación de las condiciones para hacerla posible?

El espacio, desgraciadamente, es tirano y obliga a esquematizar. Pero el problema central de nuestro tiempo es el trabajo. Porque la desocupación estructural y masiva (más de mil 200 millones a escala mundial, con más desocupados en la OCDE que durante la gran crisis) no sólo reduce al mínimo los salarios reales, sino que también rompe la unidad de los trabajadores, destroza la solidaridad, les desmoraliza e impide ser ciudadanos, empuja hacia el totalitarismo, zapa las bases de la civilización. La lucha por la reducción de la semana de trabajo a 35 horas pagadas 48 y la negativa a hacer horas extraordinarias para trabajar menos, tener más tiempo libre y distribuir entre los desocupados el monto horas liberado con la reducción de la semana laboral reconstruye, en cambio, la solidaridad entre los ocupados y los desocupados, entre los adultos y los jóvenes que no pueden ocupar el puesto de aquéllos, entre los diversos sectores sociales, entre los trabajadores de los diferentes países y obliga al capital a compartir las ganancias extras resultantes del aumento de la productividad. Con más tiempo libre, es posible la información, la organización y la cultura y se puede pensar en ser ciudadanos. Con la solidaridad es posible mantener la identidad, mantener la cultura nacional, reforzar la resistencia al capitalismo. Pero la reducción de la jornada laboral para que sea eficaz como creadora de empleo necesita imponer un límite al aumento de la productividad, controlar los tiempos y el proceso de producción, someter el proceso productivo al interés civilizatorio de los seres humanos, el cual exige trabajar menos y por menos tiempo, con menos costos ambientales, para que la vida sea más rica. Eso plantea también oponerse al consumismo, que es despilfarro y producir según las necesidades humanas y para satisfacerlas. O sea, una actitud ``amistosa'' frente a la Naturaleza y una actitud política ante la economía, que debe servir a la gente, no someterla.

Por lo tanto, junto a la creación de comités para promover la reducción de la jornada de trabajo y la acción común entre los activos, los pensionados y los desocupados y junto a la organización de estos últimos en sindicatos sui generis para combatir por sus propios intereses, es importante iniciar en cada centro habitacional, rural o urbano, el censo de los recursos locales de todo tipo (mano de obra, recursos naturales, dinero actual o potencial) y el de las necesidades (sanitarias, en agua, educacionales, recreativas, productivas) para cotejar unos con otros y comenzar a planificar desde abajo y directamente una utilización racional, desde el punto de vista de la sociedad. Demostrar que los recursos existentes que hoy engrosan las ganancias de pocos pueden ser utilizados con fines sociales es el paso fundamental para pensar en una alternativa al capitalismo. Otra prioridad inmediata es desembarazar teóricamente el campo de la lucha ideológica, enterrando el cadáver maloliente del ``socialismo real'' que sigue siendo utilizado por el capitalismo para impedir un real socialismo.

El estudio de los límites y errores del marxismo clásico y de los crímenes de sus epígonos y el análisis de por qué fueron y son inviables los regímenes totalitarios que se llamaban ``socialistas'', es una tarea fundamental y urgente. La luchas contra el sistema, en efecto, y las resistencias, crecerán y nadie es tan subversivamente anticapitalista como el capitalismo mismo, sobre todo si mundializado y con comunicaciones en tiempo real. Pero sin teoría, sin ética ni utopía, sin moral de combate, no se construye un mundo mejor. Lucha contra la desocupación y por la solidaridad; organizarse para la autoorganización, la autonomía y la autogestión, construyendo el tejido social desde abajo y reconquistar y depurar el pensamiento marxiano ajustando cuentas con los seudomarxistas: éstas son, para mí, las prioridades inmediatas, por otra parte estrechamente entrelazadas.