La Jornada 28 de marzo de 1998

A la PGR, el caso de los telones de Campobello; hubo robo a la nación

Dicen que soy brusca que no sé lo que digo porque vine de allá. Ellos dicen
que de la montaña oscura. Yo sé que vine
de una claridad.

Nellie Campobello

Raquel Peguero/ VI y última Ť A Nellie Campobello, ``familiarizada hasta la exacerbación con la muerte, le escatimaron su propia muerte y no pudo disfrutarla como paladeó la de todos los revolucionarios bajo su ventana porque en México nadie sabe si Nellie vive o muere, en dónde está, con quién está, qué fue de su herencia. Simplemente se esfumó en el aire como los globitos blancos que salen de los fusiles a la hora de la batalla y se ven desde lejos'', dice Elena Poniatowska, en el prólogo del libro de Irene Matthews, Nellie Campobello, la Centaura del Norte, donde habla del quehacer literario de la escritora y coreógrafa.

Pero si el destino del patrimonio de Campobello es tan incierto como el de su dueña, su legado cultural está en sus letras y su danza. Sabemos que parte de sus bienes ``fueron robados'' de su casa en septiembre del año pasado y, de último momento, nos enteramos que los telones que renombrados artistas de la plástica hicieron para su Ballet de la Ciudad de México (BCM), ``sí fueron donados al Instituto Nacional de Bellas Artes'', de acuerdo con el documento que ya localizó la dirección de Asuntos Jurídicos del INBA, lo que significa que se trata de un robo a la nación y por tanto la averiguación previa pasará a la Procuraduría General de la República (PGR) el próximo lunes, cuando se presente el certificado ante el Ministerio Público de la Delegación Cuauhtémoc.

Sacar el jaguar que se lleva dentro

Mientras, sigamos con su legado cultural en el que, ``mucha de su poesía --como dice Matthews, en su libro, editado por Cal y Arena-- `baila rítmicamente' y ella misma comentará décadas más tarde que las estructuras del lenguaje se parecen a las de la danza, porque ambas tienen su gramática y su sintaxis''. Cuando Nellie ``vio que escribía en el vacío, decidió entregarse a la danza, que es una de las grandes dinámicas rendentoras de la vida, al aliento del grand jeté (...) saca a flote al jaguar que todos llevamos dentro y que ella sólo pudo domesticar en dos obras maestras y después soltó, líquido y flexible en el escenario, para que desde ahí arriba tirara el zarpazo de su energía y bailara todo lo que había escrito'', agrega Poniatowska en su texto.

Así fue, Campobello tenía una mente que ``vuela, vuela'' y lo que debe hacerse al crear una obra, ``es partir de la idiosincrasia, de qué mentalidad tiene el pueblo en su propio lugar, en su patria'', le dijo la escritora a Patricia Aulestia, en la entrevista grabada a escondidas, que le hizo en 1972, porque ``nunca me hago publicidad, no me gusta hablar de mí'', comentó la coreógrafa a Helia D'Acosta en Impacto (12/II/69).

Sin embargo, era ``muy parlanchina: hablaba de la historia del mundo, de las grandes batallas, que era uno de sus temas favoritos, para llegar a Pancho Villa, a quien literalmente adoraba. Era graciosa, extraordinaria --evoca Felipe Segura, bailarín de su agrupamiento--: nunca dejaba hablar a nadie y se ocupaba de dos o tres cosas a la vez sin perder el hilo de la conversación. Atendía ¡hasta a sus muertos! Cierta vez que estábamos platicando, de repente dijo: `¡mamá!' y se puso a hablar con ella. No me atreví a comentarle nada, y luego volvió a nuestra charla como si nada hubiera pasado''.

Le encantaba leer, ``íbamos a las librerías, entraba como emperatriz y todos los empleados corrían a atenderla'', señala Segura. Leyó ``como tres veces a Herodoto, lo tengo todo marcado''; recomendaba La vida cotidiana de los aztecas, de Soustelle, ``se va a maravillar'', le dijo a Aulestia, a quien confió que ya no iba a las funciones de danza: ``¿puedo dejar a Sor Juana Inés de la Cruz, a Baltasar Gracián, el filósofo del siglo XVII, para ir a ver a esa changas, que dizque bailan y son imitadoras mías? No, no los puedo dejar por eso''.

En sus viajes por el país registró las danzas autóctonas y regionales, que luego publicó en un libro, Ritmos indígenas de México, en coautoría con su hermana Gloria y de las que ``tal vez matizándolas y modificándolas las interpretaba con gracia y finura'' en el escenario, apunta Alberto Dallal en La danza en México en el siglo XX (CNCA, 1996).

Intuitiva, ``con un puntito saco todas las conclusiones. Tengo objetividad, deduzco, analizo, investigo cualquier cosa. La gente cree que soy adivina'', le manifestó Nellie a Aulestia, y le explicó que viendo bailar a los indígenas hizo una teoría en la que comprobó que sus danzas ``son cosas nacidas del propio ritmo del indio, de su manera de andar''. Con esa misma intuición creó sus coreografías: de 30-30 que se estrenó el 20 de noviembre de 1931, a Módulo, la última que se registra de su producción en 1970 y la que, contó a Aulestia, trataba sobre cómo nació el espíritu de la luna de una piedra que rodaba sobre ella: ``hasta ahora se supo que rodaban piedras en la luna, para que vea mi intuición, antes de que lo supiera el mundo, yo lo puse ahí''.

Cartucho, venganza contra una injuria

Su instinto la llevó desde temprana edad hacia las letras, donde ``sin vencer el temor, fui escribiendo poco a poco, a mi manera y guardando mis notas'', le dijo a Irene Matthews, quien cuenta que Campobello ``nunca terminó una breve novela adolescente, El proceso de la duquesa, que luego habría de calificar de `ridícula y curiosa'''.

Sus primeras publicaciones fueron relatos breves sobre sucesos y noticias raras, que se editaban en El Universal gráfico, después lo haría en la revista Tiempo, donde también escribió de danza, hasta que dio a conocer un delgado volumen de poemas que intituló ¡Yo!, impreso con el seudónimo Francisca. La segunda edición, de 1929, aparece ya con Nellie Campobello como autora, y se denominó Yo, por Francisca.

Publicó Cartucho, en 1931, que por su valor testimonial fue una de las obras más controvertidas de la época. Lo escribió ``para vengar una injuria'', dice Nellie en el prólogo, porque las novelas que entonces se escribían sobre la Revolución ``están repletas de mentiras, principalmente contra Francisco Villa (...) escribí lo que me consta del villismo, no lo que me han contado''.

En 1937 salió la primera edición de Las manos de mamá --reeditada este año por Grijalbo-- que escribió en Morelia durante una gira del BCM, tratando de escapar del ambiente que la rodeaba, ``refugiándome, cosa natural para mí, en las faldas de mi madre''. Lo hizo después de asistir a una celebración patria, de esas que se hacen ``para alegrar a un pueblo ávido de satisfacciones (...) Yo no era para el caso, pero mi arrepentimiento me llevó a reflexionar en lo poco que cuidamos la memoria de aquellos que ya han partido'', señala en la introducción a Mis libros, donde se recopila su obra y que no se ha reeditado desde 1960.

Biografía rodeada de mitos

En 1940, aparece Apuntes sobre la vida militar de Francisco Villa, en el que utilizó testimonios de primera mano de la viuda del Centauro del Norte, Austreberta Rentería, y de algunos de sus dorados, y para el que contó con la ayuda de Martín Luis Guzmán, como le confesó a Emmanuel Carballo en una entrevista, en 1958. La totalidad de su obra es ``detallista, poética, cruel, porque hay mucha muerte, casi todos mueren en sus libros'' dijo Matthews a esta reportera en 1997. Consideró que tanto en las letras como en la danza ``hay quien considera a Nellie importante y quien la cree oportunista''.

Los mitos rodean su biografía. Mintió sobre su edad, y ahí comienza la maraña de secretos que tienen que ver con su interés en aparecer como ``niña prodigio'' en la escritura y el baile. De acuerdo con la fe de bautismo que encontró el historiador chihuahuense Jesús Vargas, estudioso de su obra, Rafaela Ernestina Luna Moya, su verdadero nombre, nació en Villa Ocampo, Durango, el 7 de noviembre de 1900, en el seno de una familia adinerada: ``fueron muy ricos nuestros abuelitos --le dijo a Aulestia--, yo tengo el orgullo de esa casa, de esa raza, de ese señorío''.

En su acta no aparece el nombre paterno, de ahí que corriera el rumor de que era hija de Pancho Villa y por eso el nombre de Francisca. Arribó a la ciudad de México junto con toda su ``tribu'', en 1923: ``vine a aceptarlo todo, a aprender; pronto me di cuenta que todo es simulación'', le dijo a Carballo. Jesús Vargas, sin embargo, considera que Nellie salió de su pueblo decepcionada y triste por las muertes de su hijo Raúl --de quien nunca habló--, su madre y Villa, acaecidas con un año de diferencia, en busca de nuevas perspectivas.

Aquí ingresó al Colegio Inglés y su llegada a la danza se dio al acompañar a su hermana Gloria, por quien también se cambió de nombre, primero a Campbell, que era el del padre de Gloria, y después a Campobello, ``que empieza en Giselle, que fue quien fundó esa dinastía. Somos grandes, ¿no?'', le dijo a Aulestia, a quien también le confió que jamás tuvo una relación amorosa: ``nunca me creo de los changos, por eso soy joven. No tengo nada roto por dentro''.

El fantasma de la coreógrafa

Controvertida, inquietante, enigmática, amante del esoterismo, del que hacía eje en su vida, ``egiptóloga'', conocedora de ``los secretos del Nilo'', quienes la conocieron hablan de su belleza, inteligencia, fuerza de carácter, donaire y de la elegancia con que vestía. Ahora sólo la conocemos como si fuera un fantasma --que se aseguró aparecería en febrero pasado en Bellas Artes, sin que así ocurriera-- y del que se ha intentado recuperar su cuerpo, vivo o muerto, en distintas ocasiones desde su desaparición ocurrida en 1985.

En 1991, Jesús Vargas encabezó en dos congresos efectuados en Chihuahua --uno de escritores y otro de historiadores-- la denuncia pública en la que se solicitó el rescate de la coreógrafa. Y se envió una carta al presidente Salinas firmada por intelectuales y artistas.

Cuatro años después se creó, en Durango, el Comité Pro-Rescate de la Vida y Obra de Nellie Campobello ``integrado en su mayoría por gente de la tierra en que nació la célebre bailarina y escritora'', y de la que informó Patricia Dávila en Proceso (3/IV/95). Una semana después, en esa revista, se publicó una nota sobre la nula respuesta de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF), al requerimiento de colaboración que pidió su similar duranguense, ``para citar a declarar a Claudio Niño Cifuentes y Cristina Belmont, sobre el paradero'' de Campobello, hasta llegar a 1998, cuando se creó la comisión ¿Dónde está Nellie?, que interpuso una denuncia ante la Comisión Nacional de Derechos Humanos del DF para saber de su destino. También levantó una ``declaración de hechos'' ante la PGJDF. La subprocuradora Margarita Guerra y Tejada está dispuesta ``como autoridad, a iniciar una averiguación previa, siempre que los ciudadanos hagan una denuncia de hechos'' que puedan ser constitutivos de delito.

Hoy, la averiguación previa por el robo de los seis telones que interpuso Niño Cifuentes ante el MP de la Delegación Cuauhtémoc toma otra ruta con el certificado de donación, de esa obra, entregado por Campobello al INBA el 22 de marzo de 1983 y en el que especifica, título y autoría de los mismos. Se trata --informó Norma Rojas, directora de Asuntos Jurídicos del INBA, quien emprendió la búsqueda del documento desde 1980-- de 10 telones, seis de José Clemente Orozco, tres de Carlos Mérida y uno de Roberto Montenegro. El delito, ahora robo a la nación, será investigado por la PGR.

De todo ello sólo se espera que impere la ley y que Campobello aparezca, se sigan sus palabras y se haga realidad lo que dice Nellie en uno de sus poemas: ``No quiero/ manos pálidas/ que pidan perdón./ Las quiero/ rojas,/ para derribar/ cerros''.