Oasis dividió en dos a su auditorio. La situación puede resumirse en dos incisos. Salieron a tocar a pelo, es decir, sin ningún elemento visual que fuera más allá de sus instrumentos y unos cuantas luces; y el cantante, célebre por su mal comportamiento, subió al escenario vestido con un conjunto futbolístico que constaba de shorts, playera y unos zapatos de figura indefinible que fueron clasificados por algunos dentro del reino de las pantuflas.
Los entusiastas sostienen que en los conciertos se va a escuchar la música y no a contemplar la pirotecnia escénica que traen bandas como, por ejemplo, U2 o los Stones. Los detractores opinan que la banda contemporánea más famosa y rentable, bien podría ofrecer a su público algo más que la imagen, bastante estándar, de sus músicos haciendo esa música que por cierto difícilmente aguanta la responsabilidad de llenar solita el escenario.
Los entusiastas opinan que el vestuario de Liam Gallagher fue un gran detalle, acorde con la escena musical inglesa, que tiende paulatinamente a lo futbolístico. Los detractores aseguran que no se le puede pagar tanto dinero a un tipo que sale a cantar con un atuendo tan estéticamente cercano a la pijama.
La opinión quedó dividida y para dividirla más va un esfuerzo de memoria acerca de una conversación que sostuvimos un colega y yo, después del concierto del miércoles, con Noel Gallagher, artífice y compositor de la banda, y además hermano mayor de Liam, el hombre de la pijama.
Esta conversación reveladora tuvo lugar en el salón de un hotel del Paseo de la Reforma que tiene nombre de obviedad musical: The Four Seasons. El edificio, como su nombre lo indica, tiene un ambiente general que campea entre lo cursi y lo Vivaldi, y esta característica se concentra con especial intensidad en el interior de sus salones para fiesta. En medio de sus paredes asalmonadas, bajo un candelabro enorme, junto a una fuente humeante de canapés (con algunos de salmón, quizá para mantener cierta coherencia), en una de las mesas de mantelería nupcial y sillas con descansabrazo y madera suficiente para sacar de ahí otra silla, bebía Liam Gallagher, todavía vestido de futbolista, una cerveza.
Cabe recordar que hasta los futbolistas, una vez que han terminado la actividad que los define, se quitan su traje de futbolista. Aquí los entusiastas dirían que ahí había un hombre que se comporta tal cual es, sin disfraces ni banalidades; en cambio, los detractores preguntarían, ¿y qué clase de pijama usará Liam cuando usa pijama?
El evento era una cosa íntima (si se descuenta lo intimidados que nos sentíamos); estaba la banda, su staff y algunos personajes que, a fuerza de habilidad verbal, habían logrado meterse. Noel Gallagher, en plan francamente amistoso, encendiendo un cigarro con la colilla del anterior, se enfrascó con nosotros en una conversación desconcertante. De pie, rodeados por ese ambiente perfecto para boda, luego de las presentaciones de rigor y de algunos comentarios generales, se le preguntó que si lo que hacía Oasis era arte. Mr. Gallagher respondió: ``el arte no existe''. ``No existe en Oasis, o en general'', hubo que puntualizar. ``No existe --dijo-- el arte no existe''. ``Entonces, ¿qué hace Oasis?''. ``Música'' --respondió rigurosamente lógico. ``¿Y la música no es arte?'' --se puntualizó nuevamente. Mr. Gaallagher puso su siguiente respuesta a la altura de aquella obviedad musical que daba nombre al hotel y a su concepto: ``la música es música''.
La conversación comenzaba a ponerse tensa pero había que concluirla: ``¿Y habrá algún músico que sí haga arte?, los Beatles, Stravinsky (iba a decir Vivaldi, pero me pareció demasiado)''. ``No --respondió Gallagher--, ellos hacen música''. ``Y pintores, o escritores, habrá alguno que sí le meta al arte?'' --preguntamos ya más bien por joder. Noel respondió: ``Oscar Wilde, pero ese escribía, no hacía arte; y también está Van Gogh, pero ese nada más pintaba, tampoco hacía arte''.
Terminó la charla con un sincero apretón de manos. Liam seguía recostado en su silla Vivaldi, ya no tuvimos paciencia para conversar con él, le pedimos dos cigarros que nos dio amablemente y salimos de aquel hotel, a ocuparnos de nuestros asuntos.