Eduardo Montes
Las definiciones del PRD

Seguramente el Consejo Nacional del PRD, o al menos su Ejecutivo, hará -sería sano hacerlo- un balance de su cuarto congreso nacional. Los militantes de ese partido y también sus electores esperan un informe y explicación de las importantes definiciones adoptadas por los congresistas, así como de sus asuntos pendientes. Mientras tanto, se valen algunos comentarios de quienes, desde fuera, conocieron de sus trabajos y asumen sus compromisos.

El congreso, debe decirse, se realizó sin la suficiente preparación. Sus cuadros medios y, por supuesto, sus militantes, no tuvieron oportunidad de debatir los importantes temas de ese encuentro relevante en la vida partidaria; la elección de sus delegados, al menos en el DF adoleció de los vicios propios de un partido en el cual no hay una vida democrática verdadera y predominan las decisiones de los grupos de interés. Muchos cuadros aspirantes a ser delegados quedaron en el camino planchados por las aplanadoras de los grupos. Naturalmente nada de eso invalida ni resta importancia a este congreso en el cual se adoptaron definiciones que van a influir en la suerte del PRD en próximos años y sobre todo en el 2000.

La postulación o no del ex procurador durante el gobierno de Salinas como candidato a gobernador de Veracruz fue el asunto más atractivo para los medios, pero no el tema principal del congreso. Aunque decidir sobre esa candidatura, más allá de la personalidad y trayectoria de Morales Lechuga, permitió al congreso definir una posición más clara que puede frenar las tendencias y prácticas pragmáticas, muy fuertes en ese partido y en cuyo altar y a nombre de reales o supuestas ventajas inmediatas pueden sacrificarse programa, metas, principios y moral partidaria. Militantes y dirigentes del PRD no pueden olvidar, sin riesgo de fuertes dolores de cabeza, que su considerable capital político acumulado en los años recientes, se consiguió gracias a la conducta firme de este partido; a su rechazo al oportunismo acomodaticio que le permitió sobrevivir al salinismo; a la verticalidad de sus principales dirigentes, en suma, gracias a su posición consecuentemente democrática y de izquierda.

Por razones semejantes fue importante también que el congreso haya definido al PRD como partido de izquierda. Ciertamente los partidos no son lo que piensan de sí mismos, es su práctica la determinante; pero son indispensables estas definiciones. Sobre todo en estos tiempos, cuando desplazarse a la derecha, rendirle culto al nuevo dogma neoliberal, al pensamiento único, son sinónimos de una modernidad con la cual se pretende estandarizar a todos los partidos, incluyendo por supuesto al PRD. A éste se le aceptaría en los círculos de poder como partido de izquierda, siempre y cuando al mismo tiempo aceptara ser moderno, como el partido de Felipe González (el PSOE), socialista y de izquierda, pero buen administrador de los intereses del capital financiero a costa de los trabajadores españoles.

En las circunstancias de México situarse hoy en la izquierda significa pronunciarse como hace el PRD en favor de cambios democráticos de fondo, no reducidos a lo electoral; realizar la crítica al modelo neoliberal y buscar alternativas económicas de cara a los intereses de la sociedad y de la nación; pugnar por una paz justa y digna en Chiapas y por la solución de los problemas que dieron lugar al alzamiento del EZLN; luchar por la desmilitarización del país y por darle solución política a la rebelión armada del EPR; asimismo demandar la democratización de los medios de comunicación, y ponerle fin al sobreviviente sistema de control corporativo de las organizaciones sociales, especialmente los sindicatos obreros. En fin, contribuir al desarrollo de la cultura de la crítica a fin de que la rebeldía como motor de cambio se mantenga viva y se desarrolle.

La definición del PRD como de izquierda quedará, sin embargo, reducido a un simple gesto si sólo se queda en definición en las alturas y no toman conciencia de su significado todos sus cuadros y militantes.

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