Pablo Gómez
Ensarapados

Uno de los subsecretarios de Gobernación, Jorge Alcocer, dijo recientemente que en México hay políticos ensarapados, como queriendo afirmar que no son sinceros, que no dicen lo que buscan realmente, que viven cobijados para no mostrarse como realmente son.

La política del sarape, en México, se ilustra muy bien cuando un político le pregunta a otro si estaría de acuerdo en modificar alguna ley en un determinado sentido, o en hacer cierta acción tendiente a lograr algún objetivo, pero quien escucha no responde nada, pasa a otro tema --generalmente trivial-- y continúa la conversación como si no se hubiera dicho nada.

Esto es frecuente en las conversaciones con los políticos oficialistas, quienes, taimados, no suelen arriesgar una opinión propia y, mucho menos, comprometerse con algo concreto.

La política del sarape ha sido una de las características de Ernesto Zedillo y de todos sus compañeros de gobierno. Hoy, se dice que el Presidente desea una reforma del Estado, pero desde el poder Ejecutivo no se propone más que una iniciativa de derechos y cultura indígena, la cual no concede ningún derecho ni protege ninguna cultura más que la dominante.

La reforma del Estado no requiere una ``mesa central'' en la Secretaría de Gobernación ni otras parafernalias propias de las solemnidades ridículas de la política mexicana, sino la presentación de propuestas y la negociación de las mismas. Las oposiciones ya han expuesto sus planteamientos al respecto; quien no lo ha hecho es el Presidente.

La costumbre del regateo en política es la más vieja. El proponente expone sus aspiraciones y el poder siempre le rebaja cuando, en el mejor de los casos, le quiere conceder algo. Se trata, en efecto, del síndrome del conservadurismo, de quien no quiere ningún cambio pero tiene que hacer algo para responder a sus críticos, aunque de manera parcial. Dar lo menos es el mejor consejo que se le puede hacer a un comprador y, en efecto, esto es muy fácil cuando el adquiriente es el único que tiene medios de pago.

Ernesto Zedillo carece de un programa político para el país. Lo que busca es una negociación abusiva, en la que las oposiciones concurran para darles algunos pedazos; si éstas no admiten las reglas impuestas, entonces, que digan los voceros priístas que el PRD, o el PAN, según la ocasión, no quieren nada y sólo ponen pretextos para evitar los acuerdos. El verdadero ensarapado condena, así, la política del sarape.

Una evidencia: ¿dónde está el pliego de contenidos fundamentales del gobierno federal en materia de reforma del Estado? Lo que tenemos es una agenda que puede servir para cualquier temporada, pero carecemos de propuestas políticas.

Sin la tal ``mesa central'' en Gobernación, se podría tan sencillamente proceder a presentar iniciativas e iniciar el diálogo público de carácter nacional, pero el Presidente de la República sólo envía al Congreso aquellos proyectos que corresponden a su exclusivo interés. Así ha sido con lo referente a la cuestión india, lo mismo que en lo concerniente al Banco de México, la Tesorería de la Federación, el ``salvamento financiero'' y cosas por el estilo.

Si la Cámara de Diputados sigue aprobando las iniciativas presidenciales, sin exigir nada a cambio en diversas materias, por ejemplo las relacionadas con la reforma del Estado, nada cambiará.

Frente a la agenda legislativa del Presidente para el actual periodo de sesiones, una mayoría de diputados podría enviar al Senado un conjunto de cambios legislativos en la materia, por ejemplo, de presupuesto, deuda pública y disposiciones de carácter político. Si la mayoría senatorial priísta las rechaza, entonces no saldrá de la Cámara ningún dictamen aprobatorio de las iniciativas del gobierno. De esta manera, empezarían a caerse los sarapes, aunque sólo por la vía de los jalones.

Ya es tiempo, colegas del PAN, de pensar en esto.