Miguel A. Romero
Tamaulipas

De forma similar a lo que ha ocurrido en todo el territorio nacional, en Tamaulipas ha venido disminuyendo la votación del PRI si la vemos como un fenómeno tendencial de quince años a la fecha. Pero en esa entidad fronteriza el tricolor sigue siendo la opción política más representativa. Una de las causas que explican esta situación la encontramos en la falta de penetración que ha tenido la llamada cultura ciudadana y sus múltiples formas de organización. Quizá baste un dato para ilustrar la anterior afirmación. Durante 1994, solamente estaban registrados en toda la entidad quince organismos no guber- namentales (ONG) de los llamados de nueva creación.

Lo anterior es reflejo de otra situación que priva en Tamaulipas: los cacicazgos, líderes regionales y grupos de poder tienen todavía una importancia definitiva. Hacer política en la entidad es imposible, o muy complicado, sin la anuencia de los grupos que controlan la región, quienes tienen prácticamente copados los principales espacios de expresión política: medios de comunicación, universidades, gobiernos municipales, liderazgos secto- riales, y obviamente al Partido Revolucionario Institucional, por mencionar solamente algunos.

En el último proceso electoral federal que se celebró en Tamaulipas, de ocho diputaciones que se pusieron en juego, el PRI ganó siete y el PRD únicamente una: el distrito VII, región en donde el quinismo sigue siendo hegemónico; el diputado perredista electo es Joaquín Hernández Correa, hijo de La Quina.

Este triunfo del PRI se explica, en mucho, por la forma unitaria en que afrontó el proceso electoral. Se hilvanó una fina alianza con los sectores repre- sentativos en cada región, se incorporó a quienes se sienten ofendidos, dolidos, o incluso a quienes han sido golpeados y marginados por la actual administración estatal. Los priístas cerraron filas sobre la base de dos premisas: apoyar la política presidencial y dejar sus intereses personales o de grupos para futuras contiendas locales.

En porcentajes, para elegir diputados federales en 1997 la votación quedó de la siguiente manera, en números redondos: PRI 47 por ciento, PRD 26 por ciento y PAN 18 por ciento. Parte de la explicación de este comportamiento se encuentra en la forma en que el PRI encaró el proceso electoral. Toda su estrategia de ofensiva se concentró hacia el PAN, pues era el enemigo a vencer dado que gobernaba dos de los principales municipios, Matamoros y Tampico y cuatro de los municipios llamados ciudades medias: Miguel Alemán, Camargo, Díaz Ordaz y Valle Hermoso.

La principales críticas hacia el PAN iban dirigidas a evidenciar su incapacidad para gobernar y éste nunca fue capaz de demostrar lo contrario. El PRD fue en ``caballo de hacienda'' y capturó el voto del descontento contra el PRI y contra el PAN. Además del efecto de arrastre que tuvo la votación del Distrito Federal. A lo anterior hay que agregar el caso de su candidato a diputado federal en el Distrito III: Juan A. Guajardo Anzaldúa, único candidato perredista con carisma, simpatía y liderazgo regional importante, que perdió la diputación de mayoría por escaso margen.

Con estos antecedentes, es previsible que de no ocurrir una crisis de proporciones importantes, el PRI deberá alzarse con la victoria, y el segundo lugar será muy disputado, sin que hasta el momento quede claro quién pueda ganar de los dos partidos opositores.

¿Qué puede hacer que el PRI sufra un cataclismo a su interior? Desde luego, la selección de candidatos. En el caso de su candidato a gobernador, que permearía todo el proceso, lo más peligroso es que el PRI envíe señales de continuidad; esa decisión tendría un efecto devastador, dividiendo a los priístas en forma inmediata. La lectura política sería que de nuevo un solo grupo gobernaría en la entidad y los demás se sentirían desplazados.

A pesar de que a través -y sobre todo- de la prensa local se ha autodestapado un número amplio de precandidatos, lo cierto es que una lectura más cuidadosa indica que solamente quedan en la recta final tres aspirantes: Marco Antonio Bernal, Tomás Yarrington y Diódoro Guerra. De entre ellos saldrá el candidato a gobernador por el PRI y dependerá de la forma en que se dirijan a los sectores ofendidos y marginados de la actual administración el que también de entre ellos salga quien tome posesión el primero de enero de 1999.