Escenificar nuevamente un texto muy conocido, sea clásico o no, conlleva el mayor riesgo teatral posible: la búsqueda de originalidad a toda costa. Las obras clásicas de todas las culturas se prestan para que los teatristas contemporáneos jueguen con ellas y nos hablen de cosas actuales; los creadores más audaces reescriben los textos antiguos, en ocasiones con la singular fortuna con que lo hacen Héctor Mendoza y, muy recientemente, Luis de Tavira, entre nosotros y con autores de nuestra lengua. Shakespeare se ha prestado también para experimentos más o menos felices y, desde luego, Molire, a quien resulta muy difícil convertir en contemporáneo por ser tan de su época, tan terriblemente cortesano del absolutismo. Recuerdo una muy graciosa escenificación que hizo tiempo ha Germán Castillo, de La escuela de las mujeres, en que se respetaba el texto en su totalidad pero con un montaje de película ranchera mexicana: el machismo de las dos vertientes afloraba en todo su esplendor. José Caballero ha preferido buscar el exacto tono neoclásico para su delicioso montaje de Las mujeres sabias.
En ocasiones, el remozamiento de los textos molierescos es más espectacular que de contenidos. En México vimos hace algunos años El burgués gentilhombre, del brasileño Cacá Rosset, pródigo en imaginación aunque finalmente fatigoso. En esta línea se quiere inscribir El burgués gentilhombre que se presenta en el XIV Festival del Centro Histórico de la Ciudad de México en producción franco-cubana. Un nutrido grupo de actores, músicos y bailarines cubanos presentan la versión en español que Jrome Savary preparó para el Thatre National de Chaillot del cual es titular. La búsqueda de originalidad de Savary discurre en dos sentidos. Uno, su intención de demostrar que Molire nunca intentó burlarse de la burguesía (ni del Gran Turco, cuyo embajador había ofendido a Luis XIV), lo que escénicamente nunca se llega a advertir. Otro, tomar lo que de música existe en el original para hacer una comedia musical con números populares contemporáneos. Por desgracia, en eso --y en repetitivas escenas sexuales-- queda la actualización de la obra, porque el trazo escénico no puede ser más elemental y anticuado. Una escenografía y un vestuario interesantes y ricos, un buen actor cómico, el cuentacuentos Carlos Ruiz de la Tejera y algunas bellezas cubanas no logran salvar el chato espectáculo, en el que ni siquiera los números musicales consiguen el nivel de gran espectacularidad.
Otro muy distinto es el caso de José Luis Moreno al enfrentar la escenificación de Dulces compañías, que en la ciudad de México se ha vuelto casi mítica por responder al último montaje de Julio Castillo, aunque en provincia sea una especie de ``caballito de batalla'' de grupos que la representan de muchas maneras, a veces buscando esa originalidad de la que hablaba, con lo que solamente logran una muy mala lectura de un par de textos que han ido cobrando mayor vigencia conforme pasan los años. Cuando se estrenó, hace una década, muchos pensamos en la violencia de la capital; en el prólogo a las obras completas de Oscar Liera, el investigador Armando Partida aclara que los dos textos --Bajo el silencio y Un misterioso pacto, unidos bajo el título de Dulces compañías y casi siempre representadas juntas-- parte de una narración de Inés Arredondo. Pero en Culiacán o en la ciudad de México, la brutalidad y la violencia han ido creciendo hasta niveles poco concebibles. Por lo tanto, reponer estas dos obras casi gemelas resulta un acierto.
José Luis Moreno toma distancia del montaje de Castillo, no lo imita ni lo contradice, dirige su propia mirada hacia el texto de Liera y lo dota de una brutalidad diferente. Si el dramaturgo, a lo largo de sus acotaciones enriquece el retrato del Tipo --casi imposibles de traducir escénicamente, pero que van creciendo en intensa repulsión--, el director y el actor Juan Pernas también lo hacen crecer en lasciva maldad: el juego con sus víctimas ya no es sólo el de la violencia, que con Nora aflora a plenitud y con Samuel se disfraza de sexualidad. Nora, de alguna manera y a pesar de su arrogante deseo inicial, no es un rival tan poderoso como Samuel; la maestra juega al streap tease para excitar al Tipo, pero éste lo lleva a cabo para excitar a un Samuel más renuente que la mujer: allí, en ambos streap tease está el acento que Moreno pone en cada una de las dos obritas y el tono que le dará a cada una. Con una eficaz escenografía de Carlos Trejo y ambientaciones de Karla María Zabé y las también buenas actuaciones de Dobrina Cristeva y Jacobo Atri --este último con alguna dificultad de dicción-- la reposición de Dulces compañías resulta un trabajo muy interesante.