Bernardo Barranco V.
El silencio del papa Pío XII

El Vaticano, en su afán por rectificar posturas, como en el caso de Galileo, las cruzadas, la conquista, la marginación de las mujeres, entre otras, es evidente que no ha dejado satisfechos tanto a los agraviados como a la opinión pública. Tal es el caso de una nueva rectificación expresada en el documento Recordemos: una reflexión sobre la Shoah (holocausto), que se divilgó el pasado 16 de marzo.

Si bien el documento reconoce que muchos católicos rechazaron el holocausto, también ``la oposición espiritual y las acciones concretas de otros cristianos no fue la que se hubiese esperado de los creyentes de Cristo''.

En la presentación del texto ordenado por el papa Juan Pablo II, el cardenal Edward Cassidy expresó ``que es más que una disculpa a los judíos, es un acto de arrepentimiento''. Sin embargo, rechaza cualquier responsabilidad en el holocausto y defiende el papel cuestionado del papa Pío XII.

Esta es una de las llagas que se reabre; vuelve a surgir la actuación titubeante de Pío XII, que desde el ascenso de los nazis hasta la conflagración mundial no se comprometió explícitamente contra el genocidio judío y guardó el polémico ``silencio del papa Pío XII''.

Recordemos el libro: La encíclica oculta de Pío XI, (L'Encyclique cachée de Pío XI, Ed. La Découverte, 1996, París). A partir del descubrimiento que hicieran el teólogo católico Georges Passelecq y el historiador judío Bernard Suchecky de un misterioso texto, luego se supo que se trataba nada menos que de un proyecto de encíclica ordenado por el papa Aquiles Ratti en 1937 y que jamás salió a la luz, precisamente por órdenes de su sucesor, Pío XII.

El nombre de la presunta encíclica sería Humani generis unitas (La unidad del género humano). En ella se condena de manera categórica el antisemitismo alemán: ``El combate por la pureza de la raza termina por ser únicamente la lucha contra los judíos, lucha que no difiere de las persecuciones ejercidas en otros lados contra los judíos desde tiempos inmemoriales''.

Si bien la encíclica condena el antisemitismo, al parecer toma distancia de la cuestión judía. Suchecky, uno de sus autores, establece en una entrevista: ``en un momento creímos que el texto contenía una condenación clara del antisemitismo, y que Pío XII (el papa sucesor) no había tenido el coraje de publicarlo. Sin embargo, lo que descubrí era algo peor. Aquello que leí en el texto, y que había tardado varios años en encontrarlo... es en realidad muy ambiguo''.

El texto, continúa el autor, recomienda a los católicos desconfiar de los judíos y anuncia claramente que la Iglesia no puede involucrarse por ningún motivo en cuestiones políticas mezcladas con la cuestión judía; en otras palabras, el Vaticano se lava las manos (L'Evenement du Jeudi 570).

Desde principios de siglo, los papas trataron de proteger el desarrollo de las organizaciones católicas y el robustecimiento interno de una estructura clerical debilitada por las confrontaciones con la modernidad. Los concordatos del papa Pío XI y la cautela de Pío XII lo muestran; la Iglesia exhibió su capacidad negociadora en la Italia fascista, pues por mandato pontificio los laicos se protegieron en el centralismo de la Acción Católica.

En Alemania, pese a que numerosas organizaciones católicas y parte del propio clero se enfrentan al nazismo, la prudencia vaticana termina por imponerse.

La Alemania nazi, todopoderosa a fines de los treinta, hacía construir escenarios caprichosos, pero también la alta jerarquía católica reconocía al nazismo como la fuerza emergente más potente, capaz de detener y enfrentar al comunismo bolchevique, el enemigo antagónicamente más perverso que la catolicidad enfrentaba desde fines del siglo XIX.

El documento actual del Vaticano pretende abrir una etapa de reconciliación con los judíos, es una de las actuales prioridades del Papa. ¿Pero se podrá realmente construir una nueva relación que supere las tensiones y los errores de un pasado vivo y quemante?

Por un lado, es comprensible suponer un cúmulo de errores en una institución con un largo pasado bimilenario; sin embargo, más vale ya no abrir el pasado, tan cargado y subjetivo. Si el rencuentro entre católicos y judíos en 1999 quiere ser exitoso, no será a partir de contricciones ni de arrepentimientos, porque Roma lleva varios, como el caso de Galileo, las cruzadas, la conquista, la marginación de las mujeres, entre otras, y esa fórmula puede perder efectividad.