La Jornada 25 de marzo de 1998

Se multiplican los casos de labio leporino, embolia y deformaciones

Juan Antonio Zúñiga M., enviado, San Juan Teacalco, Méx., 24 de marzo Ť ¿Qué hay dentro de los terrenos que fueron propiedad del finado Moisés Gómez? El presidente municipal de Temascalapa, Lázaro Juárez, confirma algo que los pueblos vecinos ya saben: 78 toneladas de varilla radioactiva sepultada a 8 metros de profundidad; dos tambos con agua y ``químicos'' -dicen los habitantes- con material metálico y, dentro, dos perros muertos ``que fueron sometidos a estudios genéticos''.

¿Qué hay fuera de las instalaciones del Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares puso en este lugar? Duraznos y capulines completamente secos, nopales que lloran, niños enfermos, fallecimientos por embolia, viento, pobreza, calles de arena y desamparo. Porque no hay mayor tristeza que la del abandono.

José Olvera Flores nació en abril de 1985, pero él no lo sabe. Este año cumplirá 14 y seguramente ignora también que 4 meses antes de su nacimiento, sus padres, junto con los habitantes de por lo menos cinco poblaciones aledañas a esta comunidad, se opusieron férreamente a que alrededor de 78 toneladas de varilla radiactiva procedentes de Chihuahua fueran enterradas en este sitio, localizado a unos 70 kilómetros de la ciudad de México.

Hasta los seis meses de edad, José Olvera Flores se comportaba como un lactante normal, o al menos los médicos a los que acudió Martha Flores, su madre, para revisiones rutinarias, no detectaron ninguna anormalidad en su salud. La varilla fue finalmente enterrada en en cepas de 8 metros de profundidad, según comentan habitantes del poblado de Santa María Maquixco, separado únicamente por el ancho de la carretera del cementerio radiactivo que el Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares (ININ) tiene aquí.

Martha Flores muestra las fotografías de un bebé regordete sobre una cama matrimonial, acompañado de dos de sus hermanos y cubierto con un mameluco, del que sobresale la sonrisa de José Olvera a los 4 meses de edad.

``Nos opusimos y hasta vinieron los soldados'', en aquél diciembre de 1985 que se mantiene en la memoria de los pobladores de Maquixco, Teacalco y San Cristóbal Colhuacán. ``Pero como era cosa federal'', finalmente cedimos.

José Olvera Flores ``nació bien. A la edad de cinco meses fue cuando tuvo el problema'' --explica con un nudo en la garganta Martha Flores, mientras toma entre sus brazos a una persona de dimensiones similares a las de un niño de 2 años, con movimientos arrítmicos en sus escuálidas extremidades y quien, desde abril de 1986, permanece en la misma cama matrimonial en la que nada queda de aquel bebé regordete que le sonriera a la cámara. Sólo un sonido gutural suplanta los balbuceos que tuvo hace casi 14 años.

El agua del pozo, con el que se suministraba el líquido a San Juan Teacalco, se localiza a 3 kilómetros del basurero nuclear y el cárcamo a 500 metros, explica Modesto Bartolo Sánchez. Aunque están sin agua --porque hubo necesidad de abrir un nuevo pozo-- se les hace llegar en pipas, en espera de que en los próximos 15 días se realicen las primeras pruebas, informa el presidente municipal de Temascalapa, Lázaro Juárez Austria.

Pero la niña Paloma García, quien está a punto de cumpir 8 años de edad, tampoco lo sabe. Está imposibilitada para caminar por una afeccción de cadera y pierna. Los médicos ``dicen que tiene retraso cerebral, pero ella está bien porque entiende todo'' --dice su madre, mientras la carga y clama: ``¡Queremos que venga el apoyo, pero principalmente que el panteón se vaya de aquí, donde antes no pasaban estas cosas!''.

Por estos poblados de calles de tierra, rodeados de nopaleras, algunos magueyes y órganos, la pobreza se convierte en miseria y la necesidad, que ha llevado a algunos sus pobladores a solicitar la presencia de científicos universitarios, médicos y estudios a fondo que les confirmen o desmientan su angustia, se transforma también en timidez.

Pero la población habla y asegura que la finada hija de María Félix González nació con deformaciones y también el hijo de un trabajador del cementerio nuclear --de quien se omite el nombre a petición de los habitantes--. Los casos de embolia se han multiplicado y se dice que ``sesenta son pocos''. De boca en boca el rumor cobra carácter de veracidad: ``El pueblo ya está contaminado'' --aseguran los habitantes de San Juan Teacalco.

Los niños con labio leporino están ahí igual que el tiradero nuclear bardeado con lamina piltro, a un lado de la carretera que lleva de San Juan Teotihuacán a Tizayuca. Están las puertas que cierran el paso a una extensión estimada de entre 18 y 20 hectáreas, dentro de la cual se aprecian en primer término unas construcciones parecidas a las casetas de los campamentos de ingeniería, luego hay un área de amarillentos nopales y hacia el lado posterior unas franjas de tierra pelona y café. Atiende la puerta el personal de la empresa Zaid-Seguridad Privada.