La medicina es una de esas disciplinas en las que el alumno repite cuanta cosa lee o escucha. No porque estos estudiantes sean ``menos inteligentes'' que los de otras profesiones, sino debido a la abrumadora inexactitud del saber médico. Abundan los dogmas, las ideas no comprobadas científicamente, las conjeturas convertidas en probable realidad gracias a la repetición y, por supuesto, las nociones inexactas que pretenden no serlo simplemente porque han perdurado a través del tiempo. En suma, un cúmulo de hipótesis que oscilan entre la ciencia y el saber impreciso.
Tal dicotomía, arte vs. ciencia, se resume en otra frase que repiten los galenos como escudo o bastión ante la inexactitud de los diagnósticos, los errores y la imposibilidad de curar: ``la medicina no es una ciencia exacta''.
Tal oración ha perdurado, ya que quienes fueron alumnos y ahora son profesores, no cejan de repetirla. La razón es simple: el inmenso avance tecnológico no ha sido suficiente para comprender y desentrañar todas las dolencias de los enfermos. Ante la aparición de un nuevo síntoma, ante el reto de una nueva enfermedad de difícil diagnóstico, o ante la falta de mejoría del enfermo, es evidente la imprecisión de las ciencias de la salud. De hecho, aun en estas épocas de sabidurías moleculares, el sustrato del juicio clínico sigue combinando razonamientos deductivos e inductivos, por lo que está lleno de incertidumbres. Sin pena hay que reconocer que entre los virus --sin duda los mejores aliados del médico ``son los virus''-- y el desconocimiento, la frontera es, en muchas ocasiones, impalpable. Lo saben los enfermos, lo viven los médicos: ¿cuántas preguntas quedan sin respuesta?, ¿cuántas maniobras y aseveraciones médicas provienen ``de la experiencia'' y no de la ciencia?
La inexactitud de la medicina tiene muchas caras y no pocos problemas. Bretes cuya existencia y persistencia pueden entorpecer la relación entre médicos y enfermos si no se entienden la imaginación infinita de las enfermedades y las capacidades limitadas de la mente humana. Estoy cierto de que nunca será absoluto el conocimiento para curar ``todo'' ni en modo alguno inagotables los límites de la patología. Buen ejemplo que ilustra los errores diagnósticos proviene de las autopsias, donde es común encontrar que no hay correlación entre el diagnóstico clínico y la causa de la muerte.
En esta época, dominada por las demandas contra los médicos, cobran importancia las ideas anteriores, pues acudir con el profesionista presupone confianza, entrega y esperanza. Se espera que los males serán resueltos pues los galenos se han entrenado para tal efecto. Se desea que el poder del médico sea abrumador y reinvente la normalidad del afectado. Se piensa, equivocadamente, que poseen poderes ilimitados. En ocasiones se espera todo. Tal equivocación proviene del dualismo cartesiano, el cual es en buena medida responsable de la distorsión de las relaciones entre médicos y enfermos. Al separar la persona del cuerpo, Descartes pretendía imprimir certeza matemática a la medicina. Sin embargo, el resultado no fue bueno, ya que introdujo una falsa dicotomía que presentaba al ser humano como una máquina, o una entidad que podría ser desmontada y reparada como otros aparatos. Esa noción es, también, una de las razones principales de la deshumanización de la medicina.
¿Sirven ``de algo'' las reflexiones anteriores? Imposible pensar que la medicina podría sustraerse de las crisis de valores morales por las que atraviesa la humanidad y de la blandeza de algunos de sus conceptos. De ahí las demandas, la magra relación y los crecientes desencuentros entre dolientes y médicos. Y esto, sin tomar en cuenta la epidemia de querellas e infinitas distancias que caracterizan la medicina contemporánea en Estados Unidos --``ni siquiera te ven'', me decía recientemente un conocido-. Repensar el ejercicio de la medicina es obligado. Recontextualizar sus bondades bajo la óptica de la inexactitud puede coadyuvar a restablecer los lazos mágicos que antaño caracterizaban la relación médico-paciente. Las diferencias biológicas de cada individuo, la singularidad de cada persona --tanto del paciente como del doctor-- y el tortuoso saber médico, muchas veces empírico, son elementos que deben tenerse en cuenta si se pretenden restañar algunas de las heridas de la medicina contemporánea.