Bernardo Bátiz Vázquez
Contrastes

Mientras el PRD se define abiertamente como un partido de izquierda y con ello reafirma su posición contraria al liberalismo individualista del sistema, el PAN, sin decirlo a las claras y pretendiendo de palabras ser un partido de centro, en los hechos se coloca a la extrema derecha del espectro político nacional.

Mientras el PRD decide continuar su política de apertura a la sociedad, aceptando, aun en menor número, candidatos externos, pero rechaza con un cúmulo de argumentos irrebatibles la de Morales Lechuga, en el PAN los empresarios más fanáticos del capitalismo son admitidos y se incorporan cada vez más a cargos destacados y visibles.

No sólo es Luis Pazos --paladín del sistema manchesteriano, defensor a ultranza de la ``libre empresa'', enemigo de todo movimiento de carácter social y de todo lo que empañe la conversión de México en un satélite de Estados Unidos--, otros personajes y otras actitudes confirman también esta toma de posición panista.

A uno de ellos me referí ya en este espacio: es el coordinador del grupo parlamentario del PAN en la Cámara de Diputados, Carlos Medina Placencia, quien desplazó a panistas con más historial y con más experiencia parlamentaria y, lo que es más significativo, que vino a ocupar un cargo de primera línea en el Poder Legislativo, que había sido el espacio que los neopanistas dejaron a sus compañeros de mayor tradición dentro del partido.

Otro caso es el del flamante secretario de gobierno de Jalisco, Fernando Guzmán, que se enfrentó en su estado con panistas de la talla de Gabriel Jiménez Remus, quien fue víctima en esa lucha de ataques intimidatorios, amenazas e insultos telefónicos y algunas otras lindezas por el estilo muy propias de la extrema derecha. Junto con Guzmán, el ex alcalde de Guadalajara, César Coll Carabian, también incorporado al gobierno de Alberto Cárdenas, y proviene como él del mundo de las grandes empresas y de los grupos que ellos auspician.

Así las cosas, el buen deseo de Felipe Calderón, de correr a su partido hacia el centro, se queda sólo como una buena intención en el mejor de los casos o como un esfuerzo encaminado a no desengañar más a sus militantes tradicionales; la posición quijotesca del senador José Angel Conchello, en su lucha solitaria dentro del PAN, contra el TLC, las Afores y el abuso de la explotación del petróleo del subsuelo del Golfo de México por los norteamericanos, no es más que un negrito en el arroz ultraderechista.

El contraste entre PAN y PRD es más notorio por el deslinde de este último partido de una política de violencia y en confirmación del apoyo a los reclamos justos del EZLN, pero no a la lucha armada, mientras que el blanquiazul, con la presentación de su apresurado proyecto sobre la situación de los pueblos indios, se pone de lado de la actitud oficialista que prepara la justificación de la intervención armada en Chiapas.

Cada vez es así más claro, desde ahora y lo será más en las elecciones del año 2000, el último del siglo XX, que la lucha política se dará entre quienes están del lado de la oligarquía, del poderío económico y el autoritarismo, y quienes se colocan del lado del pueblo.

Para muchos panistas como Conchello, como los veracruzanos inconformes con la candidatura de Pazos, para quienes recuerdan, con convicción íntima las enseñanzas de Gómez Morín, de Preciado Hernández o de Christlieb, será la hora de la definición; o sostienen y cumplen con aquel documento denominado Diez Preguntas, Diez Respuestas que rechazaba tajante que el PAN fuera un partido de derecha y conservador, y rescataba para ese partido una posición de avanzada en la lucha por la justicia social y una equitativa distribución de la riqueza, o siguen apuntalando el sistema injusto y elitista que trata de imponérsenos.