Ahora que Augusto Pinochet vuelve a ocupar un escaño --esta vez vitalicio-- en la vida política de Chile, recuerdo de manera incontenible, obsesiva, las imágenes en movimiento que en su contra realizaron en el exilio cineastas independientes y democráticos de ese país. Recojamos intempestivamente, es decir, sin orden ni concierto, algunas vibraciones luminosas de aquellos 176 filmes (ficción, documental y animación) que informaron a los habitantes conscientes de nuestro planeta azul sobre las inadmisibles fechorías de aquel malhadado militar.
Iniciemos otorgando libre curso a una cinta que desde hace tiempo ocupa un lugar privilegiado en mi memoria. Me refiero a Pinochet: fascista traidor, agente del imperialismo, articulada para la televisión por Sergio Castillo, en Suecia. En seguida, me estremecen las escenas de Llueve sobre Santiago que muestran los hechos ocurridos durante las semanas que precedieron al golpe de Estado contra el presidente Salvador Allende y los actos posteriores, materiales organizados por Helvio Soto en Bulgaria y Francia.
Resultan de igual manera destacables, Chile: las cámaras también, testimonio de la labor de cineastas que documentaron los sucesos que estremecieron al país hermano desde los inicios de la séptima década hasta el imperdonable asesinato de Allende, y La vocación suspendida, acerca de las luchas políticas e ideológicas en la Iglesia, ambas estructuradas en Francia por Raúl Ruiz en 1977. Tampoco puedo olvidar un mediometraje realizado en Cuba por un grupo de cineastas exiliados a propósito de la violación de los derechos humanos en aquel Chile pinochetista: La piedra crece donde cae la gota. Ahora recuerdo que fue también en la isla antillana donde Patricio Guzmán concluyo su largometraje documental La batalla de Chile, cuya primera parte presenta la insurrección de la burguesía y la segunda el golpe de Estado.
Fue de igual manera La Habana, el sitio que eligió Miguel Littin para editar los materiales que rodó en aquella nación andina y que hoy se titulan Compañero presidente y La tierra prometida, cuyo discurso habla de la instauración de una comunidad socialista en Palmilla. Y para terminar esta personalísima selección, únicamente falta reseñar la película creada en Suiza por Pedro Meneses, en 1982, sobre la matanza de Louquen que viene a alertarnos a propósito de las posibilidades de las imágenes en movimiento como instrumentos activos en contra del fascismo que en este caso particular encarna Pinochet.
Pero demos vuelta a la hoja memorística redactada en contra del ``senador vitalicio'' para acercarnos al manifiesto que aquellos cine-creadores líneas atrás citados concibieron durante el primer año del gobierno popular de Salvador Allende, y que a la letra dice:
``...el cine chileno por imperativo histórico deberá ser un arte revolucionario...'' Sin olvidar que las formas de producción tradicionales son un muro de contención para los jóvenes cineastas y en definitiva una clara dependencia cultural, ya que dichas técnicas provienen de estéticas extrañas a la idiosincrasia de nuestros pueblos... Por eso a una técnica sin sentido oponemos la voluntad de búsqueda de un lenguaje propio que nace de las inmersión del director en la lucha de clases, enfrentamiento que genera formas culturales propias''.
Durante los años que gobernó la Unidad Popular (1970-73) se realizó un cine acorde a los postulados anteriormente expuestos, como fueron Ahora te vamos a llamar hermano, de Raúl Ruiz; Ya no basta con rezar, de Aldo Francia; Voto más fusil, de Helvio Soto; y El primer año, de Patricio Guzmán.