Las elecciones provinciales francesas del fin de semana pasado confirman la marcha ascendente de la izquierda en buena parte de Occidente. Paradójicamente, toma cuerpo un extendido frente reformador justo en uno de los momentos históricos en que son más reducidos los márgenes de una clara acción reformista. Para los europeos el objetivo de la moneda única sigue siendo un vínculo que deja pocos espacios de maniobra y para el resto del mundo la globalización sigue operando como una disciplina forzada. Moraleja: la izquierda llega al gobierno justo cuando más complejo y arriesgado es hacer aquello que le da un sentido: reformar. Abandonado el proyecto de una sociedad poscapitalista a la vuelta de la esquina, descubrimos ahora las dificultades de reformar cuando se juega al interior de este vigoroso y salvaje capitalismo finisecular. Y sin embargo una izquierda que renunciara a domesticar ese irascible y rapaz animal se enfrentaría a una alternativa desastrosa: confundirse en el panorama conviertiéndose a un centrismo sin proyecto o regresar a un proyecto revolucionario que la historia contemporánea acaba de derrotar.
Uno de los temas sobre los cuales es urgente definir iniciativas fuertes es el de la seguridad social. Es ahí donde se juega el partido decisivo entre un liberalismo económico que convierte los dictados de los mercados en sentencias inapelables y un socialismo democrático que busca construir la eficiencia sobre tejidos sociales solidaristas y sobre mayores oportunidades de cooperación internacional. El tamaño de los problemas en el tapete es gigantesco. Hagamos un solo ejemplo. Si en Estados Unidos desaparecieran las transferencias para las pensiones de retiro o de incapacidad, cerca de 20 millones de personas pasarían de la noche a la mañana debajo de la línea de pobreza.
Las administraciones de Tony Blair en Gran Bretaña y de Bill Clinton en Estados Unidos se enfrentan hoy a un tema decisivo, el de las pensiones y la solidaridad intergeneracional. Los laboristas ingleses presentarán en los próximos días los lineamientos de su propuesta y Clinton deberá seguir el mismo camino en los meses venideros. ¿En qué consiste el problema? Digámoslo rápidamente: hace unas tres décadas para cada jubilado había en los países desarrollados cerca de ocho trabajadores activos, en la actualidad son menos de cuatro, y en dos generaciones más podrían reducirse a dos. El desempleo y el aumento de la población anciana son los dos problemas que amenazan, de seguir las tendencias actuales, un progresivo debilitamiento (que prodría convertirse en desmoronamiento) de los programas públicos de protección a la vejez.
Evidentemente no quedan sino dos posibilidades: convertir la pensión en un problema estrictamente individual (lo cual significa convertir los actuales desempleados en futuros ancianos indigentes) o aumentar los impuestos directos sobre los salarios y las utilidades mientras se experimenten nuevas estrategias de combate al desempleo. Con la esperanza que el éxito de estas últimas limite el incremento compensatorio de la tributación.
Además, si no se quiere que la competencia internacional se convierta en un factor global de retroceso social, no parecería haber muchas alternativas al desarrollo progresivo de grandes acuerdos internacionales capaces de condicionar el uso de los presupuestos nacionales. Así como en la actualidad existen directrices (no siempre aplicadas) que establecen ciertos porcentajes de riqueza nacional destinados a la ayuda internacional, siguiendo esa misma línea tendrá que llegarse algún día a grandes acuerdos internacionales acerca de los niveles mínimos que cada país deberá destinar a la asistencia a la vejez, a la educación, a la salud, a la protección del medio ambiente, etcétera. Si globalización es creciente interdependencia económica habrá que complementar esta última con contenidos sociales cada vez más explícitos.
Conservar la seguridad social requiere nuevas fórmulas de financiamiento nacional de la misma pero también acuerdos internacionales que eviten que la eficiencia competitiva se convierta en factor de retroceso social global. He ahí los retos que las izquierdas en el gobierno tienen la obligación de enfrentar, con una mezcla compleja de audacia, imaginación y responsabilidad, para que riqueza y bienestar no recorran senderos divergentes.