Si el tiempo estructura la vida social, como afirma Norbert Lechner, en México estamos inmersos en un proceso en el que parece que se viven diversos ritmos y temporalidades que no logran tener sincronía, con agendas que no logran avanzar, estrategias que fracasan, falta de una perspectiva de futuro, oportunidades perdidas y decisiones que se postergan.
A medida que pasan los días se alejan las soluciones pendientes de los casos conflictivos, como la pacificación de Chiapas o la resolución del caso Colosio y el tiempo se contabiliza como una sucesión de fracasos que se acumulan.
Después de cuatro años México arrastra un lastre pesado de conflictos sin resolver. El caso de Chiapas ha empeorado y las posiciones se han polarizado; el asesinato de Colosio sigue cabalgando como un fantasma que acumula legajos y fiscales, pero no se logra dar vuelta a la página; la precaria situación económica que hoy vuelve a traer signos de tormenta.
En este proceso existe una paradoja. Por un lado, hay una pérdida de un horizonte de futuro que se ha instalado con gran resignación en una parte importante de la sociedad, y al mismo tiempo, por otro lado, los partidos políticos han creado una fecha mágica para resolver los nudos problemáticos: el emplazamiento del año 2000.
En el aceleramiento de la sucesión presidencial hay una serie de riesgos importantes a los que se está sometiendo al país; el más importante es la creación de una gran expectativa de oposición que tiene puesta la mira en la lucha por la Presidencia de la República como la meta fundante, no sólo para concluir un supuesto proceso de alternancia, sino para resolver a fondo los problemas pendientes que los últimos gobiernos, incluido el actual, no han podido o no han querido resolver. Este supuesto se basa en otro: un posible triunfo de la oposición sentará las bases, finalmente, de un sistema democrático. Las tempranas precampañas de varios líderes de los principales partidos políticos tienen sustento en el movimiento de reglas y expectativas que hoy llena la lucha por el poder. La oposición piensa que la anticipación es necesaria porque la tarea es difícil y mientras tenga más tiempo, más fuerza podrá acumular; en el PRI, la lucha interna es pública y la necesidad de llenar espacios es una prioridad ante la falta de liderazgos fuertes y frente al envejecimiento de las reglas no escritas del ``tapadismo''.
En el caso de Colosio se puede ver otro problema de tiempo político que tiene que ver con la memoria. Una pregunta es ¿cuándo se va a declarar cerrado el caso? o, por el contrario, ¿cuántos aniversarios más veremos por delante con la exigencia de justicia? El estancamiento del caso afecta hoy, cuatro años después, la credibilidad y la confianza en las instituciones de impartición de justicia y mantiene la pesada carga de la impunidad y la violencia como una realidad que no tiene solución en México. La estrategia de que el tiempo lo soluciona todo sigue adelante; se quiere que los años vayan cubriendo de polvo este expediente porque lo más probable es que no se declare cerrado el caso en las próximas décadas.
En Chiapas se han dado varias equivocaciones, pero no hay una perspectiva de solución; las decisiones gubernamentales han sido desafortunadas. Primero se quiso ganar tiempo y se difirió la negociación; después se dejó pasar el tiempo, y más tarde se terminó por acelerar una salida, que no lleva a la solución de pacificar esa región en guerra, con una iniciativa que se queda muy por debajo de los acuerdos negociados en San Andrés. La apuesta gubernamental es doble: un ofrecimiento legislativo mínimo y que el tiempo desgaste lo que quede del conflicto para reducirlo a una pequeña expresión y después darlo por terminado en los hechos.
El tiempo político de este final de siglo expresa un país polarizado por las rupturas del pasado inmediato. 1994 fue un año en el que se amarraron los principales nudos que tienen atado al país a la incertidumbre. Podemos preguntarnos si la construcción política de los próximos años podrá resolver estas rupturas sin violencia y desatar los nudos dentro de un clima de paz, es decir, si el año 2000 podrá darnos el horizonte de futuro que hoy falta en México. Así estamos después de cuatro años...