Aunque parece increíble que cuando vemos un gorrión en el parque del barrio estemos mirando un dinosaurio, la idea no es disparatada, a juzgar por las conclusiones que ya tiene tiempo se vienen divulgando sobre el origen evolucionario de las aves.
Pero de todo lo que se sabe ahora sobre la evolución de los pájaros, hay algo que me divierte en especial. Las manos grandes y los dedos largos que ayudaron a sus ancestros jurásicos a atrapar con agilidad sus presas, son el antecedente directo de las extremidades que permiten a nuestros contemporáneos alados emprender el vuelo.
La coincidencia que señalo tiene varias facetas. Varios de los pequeños dinosaurios que se piensa preceden a las aves en el linaje de las especies llevan en su nombre el calificativo raptor, que en latín significa ``ladrón''. No en balde tenían los largos dedos a los que me refiero, con sus respectivas uñas. ¡Qué notable que los descendientes de aquellas cepas de rateros tengan hoy en día alas en vez de garras!, ¿verdad?
Viéndolo bien, no es tan extraordinaria la relación. Hasta en el lenguaje familiar están emparentadas las palabras robar y volar. En francés, a un ladrón se le llama voleur, no sé si es porque debe huir velozmente del sitio del delito (es decir por tratarse de un velociraptor), poniendo pies en polvorosa mientras sus manos cogen firmemente el botín.
Exactamente, los terápodos (``pies monstruosos''), tatarabuelos de las aves que tenían pies ligeros y manos ágiles, parecen haber sido predadores excelentes aunque pequeños. Los pájaros, por una notable asociación de ideas, probablemente aprovecharon la velocidad heredada de aquellos carreristas para ganar momento (lo que vulgarmente se dice ``tomar vuelo'') y las largas manos, ya entonces milagrosamente emplumadas, para elevarse en el aire. No cabe duda de que corrieron con suerte.
He aquí un ejemplo que parece probar lo que Platón pensaba, en el sentido de que las ideas se materializan, o bien, glosando lo que dice Juan en el primer capítulo de su Evangelio, que al principio existieron las palabras. ¿O será que las palabras vinieron después?