No hay duda de que el arte depende de sus creadores y de que una de las zonas más tediosas del periodismo es cubierta por el catálogo de buenas intenciones de los funcionarios que rara vez cumplen lo que prometen. Pero este domingo algunas oficinas nos merecen bastante respeto, no sólo porque hoy estén vacías, sino porque mañana serán ocupadas por gente que ha vivido para la cultura.
El poeta, actor, dramaturgo y conductor de radio y televisión Alejandro Aura fue nombrado director general de Socicultur, la institución capitalina que en unos meses se convertirá en el Instituto de Cultura. Nos alegra sobremanera que el primer gobierno electo en forma democrática en la ciudad de México privilegie a la cultura y encomiende su divulgación a un artista de probada capacidad de convocatoria y organización (baste recordar su infinita capacidad de talacha y su inventiva en el Departamento de Teatro de la UNAM y en los salones multiusos de El Hijo del Cuervo). El poeta de Volver a casa se enfrentará a la titánica tarea de poner orden en las atribuladas oficinas de Socicultur y de diseñar una oferta cultural en una ciudad donde los principales foros dependen del INBA y del CNCA. El empeño se antoja digno de las muchas voces y las muchas personalidades que Aura puso en escena en su obra X-E-Bululú. Su capacidad de desdoblarse en otras personas será uno de los mejores auxiliares de su gestión. La alegría de encontrar a Aura al frente de la cultura chilanga se redondea con el nombramiento de su segundo de abordo, Eduardo Vázquez Martín, editor, poeta y cronista que ha dejado testimonios indelebles de Bosnia y del laberinto urbano que ahora será su tema de trabajo. Por el bien de todos los habitantes del DF, les deseamos el mayor de los éxitos.
Otra noticia tonificante: Jaime Nualart se hará cargo de la Dirección General de Asuntos Culturales de la SRE. En la meritocracia oficial rara vez se reconoce a quienes trabajan sin afanes politiqueros. Por ello, destaca que Jorge Alberto Lozoya, director del Instituto Mexicano de Cooperación Internacional, órgano del que depende la política cultural de Relaciones Exteriores, haya encomendado un puesto clave a un heterodoxo capaz de organizar con idéntica eficacia un festival de las más aguerridas transvanguardias que una cena renacentista. Traductor de Yannis Ritsos, autor de un memorable ensayo sobre Rafael Coronel, productor de radio, actor (acaso se trate del único mexicano que se ha desempeñado en el Teatro Noh de Japón), agregado cultural en Italia, Bélgica, Japón y la India, Jaime Nualart cuenta con una vasta experiencia en tejemanejes de oficina, pero, a diferencia de tantos funcionarios que se convierten en figuras de cartón piedra, ha logrado el milagro de no anquilosarse en el sistema de castas y los infinitos pasillos de la burocracia. Celebramos este voto de confianza a la pluralidad y la imaginación inteligente.
Gonzalo Celorio, autor de los libros de ensayos La épica sordina, Los subrayados son míos y El viaje sedentario, y de la novela Amor propio, relevará a la filósofa Juliana González al frente de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. El escritor recibió una institución en perfecto estado de salud, con una espléndida plantilla de profesores y con biblioteca recién estrenada. Además, una de sus primeras actividades tuvo fortuna literaria: Celorio presentó a Saramago en el auditorio Justo Sierra/Che Guevara. Como académico de la lengua y como discípulo de Cortázar, Celorio sabe que con excesiva frecuencia las palabras ``diccionario'' y ``academia'' son sinónimos de ``cementerio'' y ``mausoleo''. Su gestión al frente de la Facultad promete aire fresco, ventanas para la literatura viva.
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De todas las variantes del ajedrez, la más intrigante para mí es una que se jugaba con dados. No sé cómo podría ser. ¿Se te ocurre algo? Dicen que era muy popular. Pero entraña una contradicción: el ajedrez, como la Providencia Divina, excluye la suerte. Cuentan que un rey de la India quiso saber si el mundo era regido por la inteligencia o por el azar. Sus consejeros dieron dos respuestas diferentes, uno le entregó un ajedrez y el otro unos dados. Justamente las dos posibilidades contrarias que esta enigmática e impredecible variante pretende unir. Otra variante, pero esta monstruosa, en todo digna de la febril e incontrolable imaginación de los brahamanes del Indostán, es también difícil de conjeturar. Se juega entre cuatro jugadores situados en los cuatro costados del tablero; las 4 por 8 piezas tenían los colores verde, rojo, negro y blanco que corresponden a los cuatro elementos: aire, fuego, tierra y aire, respectivamente. Dicen que el juego tenía sentido mitológico y religioso, pues ``las piezas situadas en las cuatro esquinas del tablero avanzan en un sentido rotatorio análogo a la marcha del sol''. El movimiento de los cuatro campos simboliza la transformación cíclica. Por eso se llamaba ``juego de las cuatro estaciones''. Y concluye acertadamente el orientalista Titus Burckhardt, de quien tomo esta noticia: ``este juego se asemeja extrañamente a ciertos ritos y danzas solares de los indios de América del Norte''. Y sí, aquí tienes una incruenta y reflexiva cruza de juego de pelota y ajedrez. El ajedrez puede ser metáfora de muchas cosas, pero salta a la vista que la más obvia es la de una batalla. Este juego fue inventado para instrucción de los Kshatriyas, la casta de los príncipes guerreros de la India. En sánscrito, ajedrez se dice chaturanga, de chatur, cuatro, y anga, cuerpo de ejército, es decir, caballería, elefantes, carros de combate e infantería. Tolstoi sostuvo que una de las características de las batallas es su confusión, una confusión esencial e indiscernible, y que, por lo tanto, la estrategia cuenta muy poco, o nada, en la decisión de una batalla. Claro que esta extrema visión antiklaussevitziana, no se aplica al pensamiento del Indostán, donde alcanzó profundidad lo que podríamos llamar ``batalla pensativa'', una de cuyas coronas sería el ajedrez, y otra el Bagabad Gita, el gran clásico de la espiritualidad hindú. El Bagabad Gita abre nada menos que así: en la llanura de Kuruksetra va a librarse una batalla. Los ejércitos están frente a frente, se describe a los guerreros con expresividad homérica. Ya están rugiendo las caracolas de guerra, se mencionan por nombre más de cuatro. Y de pronto, el héroe Arjuna, cuyo carro de combate con la insignia del mono está situado entre los dos ejércitos, siente compasión y piedad hacía sus enemigos, algunos de los cuales son de su propia familia, su corazón se llena de angustia, resbala de sus manos Gandiva, su arco de raros poderes, y se niega a combatir: ``¿Por qué nosotros, viendo claramente el mal que hay en esa destrucción, no desistimos de cometer un crimen?'', reflexiona. La batalla está en suspenso. El maestro Krishna se acerca a hablar con Arjuna para explicarle el sentido del mundo y la naturaleza de sus deberes en él. El resultado de esa explicación, dada en tan monumental circunstancia, es el gran tratado de espiritualidad hindú que Mahatma Gandhi, por ejemplo, se sabía de memoria. Volvamos al ajedrez y a los dados, pero sin salir del tono marcado por el Bagabad Gita. Indaguemos en su sentido educativo. El ajedrez revela una relación entre voluntad y destino. El príncipe se arrebata, pierde. Su libertad está en función de su conocimiento del juego. Dice Titus Burkhardt: ``El arte regia es gobernar el mundo -el interior y el exterior- en conformidad con sus propias leyes. Este arte supone la sabiduría, que es el conocimiento de las posibilidades. Ahora bien, todas las posibilidades yacen contenidas, de manera sintética, en el Espíritu universal y divino. La verdadera sabiduría es la identificación más o menos perfecta con el Espíritu (Purusha), simbolizado por la cualidad geométrica del tablero, sello (o cristalización) de las posibilidades cósmicas. El espíritu es la Verdad; por ella es libre el hombre; fuera de ella es esclavo de su destino. Esa es la enseñanza del ajedrez. El Kshatriya que se entrega a él encuentra, no sólo un medio de sublimar su pasión guerrera y necesidad de aventura, sino también un soporte especulativo, y una vía que conduce de la acción a la contemplación.'' Sería difícil decirlo mejor.
A mediados de la década pasada, decidí bajarme de ``la cresta de la tercera ola'' para regresar al contexto de la decrépita pero aún palpitante revolución industrial. Cumplí con los numerosos requisitos burocráticos exigidos por la UNAM para cambiarme de la carrera de ingeniero en computación a la de ingeniero mecánico electricista, en el área industrial. La elección se debió en principio a que estaba harto de estudiar lenguajes, principios y dogmas que se volvían obsoletos antes del término del semestre (cuando no lo eran desde antes del primer día de clases). En ese tiempo (en que aún se enseñaba a perforar tarjetas) había un gran énfasis en la programación estructurada, dominaba la fe en el pascal, se nos prometía un futuro mejor gracias al lenguaje C y nunca escuché mencionar a ninguno de mis maestros la palabra Internet. Quise creer que la computadora no pasaría de ser una versátil herramienta más y que no se volvería nunca el motor, centro, filtro y vínculo de la cultura. Aparentemente, me equivoqué.
La laptop como útil escolar
Desde los ochenta se hablaba de los prodigios educativos que se podían lograr con la ayuda de las computadoras. No obstante, en la carrera de ingeniería en computación la tecnología aplicada a la enseñanza no iba mucho más allá del uso del gis y el pizarrón. Por supuesto que debíamos hacer ejercicios, tareas y experimentos, pero dentro de un contexto totalmente tradicional. En lo personal, no puedo asegurar que alguna vez haya aprendido algo directamente de una computadora. Incluso he aprendido a usar programas y máquinas en manuales y no en la pantalla. Las evidencias del impacto que pueden tener las computadoras en la enseñanza son ambiguas; no obstante, las políticas educativas de medio planeta han sido seriamente afectadas por la tecnoeuforia. Los incrementos en el presupuesto para tecnología educativa son muy superiores a los que se han dado recientemente en cualquier otra área de la tecnología. Los laboratorios de cómputo van sustituyendo a las bibliotecas, las galerías y los auditorios escolares. El ejemplo más concreto de esta apuesta por la cibernética en el salón de clases es el caso del estado de Texas, en donde se está considerando con toda seriedad reemplazar todos los textos escolares por computadoras laptop. El ambicioso plan de la junta de educación de ese estado propone distribuir computadoras personales a 3.7 millones de estudiantes a partir del año 2000. De esta manera no sólo se tratará de mantener los programas actualizados al día, sino que se espera cerrar la brecha tecnológica entre estudiantes ricos y pobres.
Aprendizaje sin dolor
Los entusiastas de la educación informatizada, aseguran que la introducción de computadoras al aula se traducirá en modelos educativos basados en el descubrimiento y la participación; la relación tradicional maestro-alumno será sustituida por ``sociedades de aprendizaje''. Se podrá llevar el mundo al salón de clases, ofrecer conferencias, permitir vínculos con otros estudiantes del otro lado del mundo, visitar virtualmente lugares históricos, museos, fábricas o el núcleo de una célula. Pero lo que más parece fascinar a los voceros de la revolución cibernética es la posibilidad de volver el aprendizaje divertido, por lo que la computadora es presentada como un atajo al conocimiento, una vía sin dolor a la educación. En vez de someternos a la disciplina, el trabajo, el compromiso y la responsabilidad necesarias para aprender por métodos habituales, lo único que debemos hacer es jugar. La computadora tiende a sustituir la satisfacción a largo plazo que da la educación tradicional, por la gratificación inmediata que ofrecen los juegos de video. Quizás aún es demasiado temprano para juzgar la eficiencia de la computadora en la educación. No obstante, podemos considerar que en Estados Unidos el 37 por ciento de los estudiantes de primaria tienen acceso a computadoras (lo cual equivale a más del triple del promedio internacional). Sin embargo, esto no ha representado una mejora en los resultados en matemáticas, y el nivel en ese campo de los niños estadunidenses está por debajo del de muchos otros países (de acuerdo con la National Association of Elementary School Principals). En cambio, el doctor Kenneth Koedinger, de la Universidad Carnegie-Mellon, encontró en un estudio reciente que los estudiantes de preparatoria y universidad aprendían mejor álgebra con la ayuda de computadoras. La computadora puede convertirse simplemente en un obstáculo entre alumno y maestro, con el agravante de que, además, eventualmente tenderá a sustituir a este último. Sería muy trágico que la enseñanza de la razón crítica fuera reemplazada por la lógica de cortar-copiar-pegar, tan útil para manejar información en la pantalla. La mayor amenaza es que las generaciones venideras van a acostumbrarse a respetar a la computadora como la autoridad absoluta y como el único medio para relacionarse con la cultura, la información e incluso el resto de la humanidad.
Naief Yehya
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