Armando Cisneros Sosa
Los barrios que perdimos

El término con el que podríamos calificar los cambios que han sufrido muchos de los barrios de la ciudad de México en las últimas décadas es: deterioro. Podríamos también usar un término más duro como: destrucción. O tal vez uno apologético como: modernización. El uso de calificativos puede variar de barrio a barrio, pero siempre habrá la percepción de un cambio. Vale la pena que escudriñemos un poco sobre el significado de tales cambios.

Podemos partir del uso nada preciso de lo que guarda nuestra memoria histórica. Nuestros barrios, en algún momento, fueron plenamente nuestros. Eran nuestros espacios de convivencia, de juego, fiesta y socialización. En ellos nos sentíamos seguros y capaces de entablar relaciones personales estrechas. Nuestros vecinos fueron nuestros amigos y compañeros de escuela. No era, claro, una ciudad ideal porque, como es sabido, las condiciones de pobreza de mucha gente eran grandes y el equipamiento urbano no llegaba a todos. Sin embargo, muchos barrios de la ciudad eran bastante vivibles en términos del uso de los espacios públicos.

Las crisis económicas que comenzaron a encadenarse a partir de los años 70 cambiaron radicalmente nuestros barrios. Los vendedores ambulantes que comenzaron a proliferar bajo el impulso del creciente desempleo se convirtieron en los principales protagonistas. Las calles, esquinas, plazas y jardines fueron ocupados por puestos más o menos permanentes de todo. Las salidas del Metro, las avenidas aledañas a los mercados y todo espacio transitado se convirtió en tianguis permanente.

Hubo también obras públicas que rompieron barrios, separaron la vida de las familias y sustituyeron los viejos espacios transitables por zonas de miedo. ¿Acaso era inevitable la destrucción de los espacios de encuentro de los viejos barrios? ¿La modernidad del Metro no podría lograrse sin afectar la vida de los barrios? Otros ejemplos, como los de la estación San Antonio o la estación Polanco, demuestran que la modernidad puede coexistir con la vida de los barrios. El problema nace cuando aparecen megaproyectos alejados del significado de la vida barrial, destruyendo manzanas completas y desencadenando la especulación del suelo. Y si además unimos el tema de las obras públicas con el incremento del ambulantaje, el resultado es doblemente crítico.

Un tercer elemento es el del envejecimiento de la ciudad: el deterioro provocado por el tiempo, frente al cual no han existido esfuerzos de mantenimiento. Los casos de remodelación y reuso de inmuebles viejos son verdaderamente aislados.

También existen dos o tres casos de inversiones privadas sobre viejos edificios, pero la tónica, especialmente cuando los edificios son de viviendas de alquiler, es que sean abandonados y se vayan cayendo a pedazos con el paso del tiempo.

Como consecuencia, muchos habitantes de los viejos barrios los han abandonado para ir a ocupar las periferias. Los barrios no solamente van siendo destruidos sino que además van perdiendo vida social. Muchas viviendas quedan vacías y en manos del deterioro permanente, como las que hay en el centro histórico. En otros casos se construyen sobre viejas vecindades nuevas unidades habitacionales en condominio, pero generalmente se trata de casos en donde la especulación inmobiliaria está por encima de la recuperación de un ambiente barrial. Sólo durante la reconstrucción postsísmica pudieron ensayarse en forma masiva las nuevas construcciones integradas a la vida barrial.

La Merced, Tepito, Tacubaya, La Condesa, La Roma y muchos otros viejos barrios de la ciudad han dejado de ser los espacios de encuentro social de otros tiempos. La inseguridad, la especulación del suelo mediante mecanismos inmobiliarios o mediante el comercio ambulante, la basura y la desintegración son parte de un proceso urbano que bien podría definirse con el término de urbanización neoliberal. La añoranza de la vida barrial no significa necesariamente la búsqueda nostálgica de un pasado que es, por supuesto, no retornable.

De lo que se trata es de procurar el mejoramiento de las condiciones de vida frente a una tendencia destructiva, que sólo augura relaciones de vida urbana de confrontación, meno actividades productivas y desarticulación social. La pregunta sería: ¿es posible que los habitantes de la ciudad recuperen sus barrios?