La Jornada 21 de marzo de 1998

Silvio Rodríguez, un recuerdo...

Osvaldo Navarro Ť Conocí a Silvio Rodríguez a finales del año 1969, aunque ya sabía de su existencia por algunas de sus canciones que se comenzaban a escuchar en la radio, aunque no en su propia voz, y por un programa de televisión al que lo había llevado Bola de Nieve, que no logré ver porque sencillamente no tenía un aparato, pero del cual se comentó bastante por el impacto que había causado en los jóvenes su desenfadado atrevimiento, y por el desencanto de los más viejos, que lo tomaron como un bicho raro -sucio y mal encabado, decían-, símbolo inequívoco de una juventud desafiante y, por lo mismo, con un destino nada halagüeño.

Fue en la Universidad Central de Santa Clara. Allí, la Unión de Jóvenes Comunistas había convocado a un selecto grupo de los que entonces se consideraban creadores nóveles, principalmente habaneros, y yo, que soy de tierra adentro, debí estar en aquel lugar por algún error lamentable. El país vivía una etapa de enconada confrontación de ideas. Nuestra generación, que casi desde la adolescencia había asumido Revolución y que de alguna manera cargaba ya sobre sus hombros las tareas principales, estaba dando sus primeros pasos en el ámbito cultural, pero (¡oh, peligrosa herejía!) lo había hecho de forma crítica. Y los padres, que habían sido rebeldes y revolucionarios por antonomasia, no estaban dispuestos a que sus mocosos hijos les vinieran a dar lecciones sobre lo mismo que ellos habían echado a andar.

Por eso, la Juventud Comunista -retoño del partido- había recibido la misión de trabajar políticamente con nosotros. Esto es, guiarnos hacia el buen ejemplo de los mayores, aclaramos las confusiones ideológicas, limarnos las impurezas y, si fuera necesario, imponernos, como se nos impuso, el rigor de una disciplina cuartelaria: cortarnos la melena, vestirnos decentemente, alejarnos de las ``putrefactas'' influencias de la cultura capitalista -los Beatles en primer orden- y hacernos entrar al aro. Para eso estábamos en aquella reunión, incluido Silvio Rodríguez, a quien, por cierto, no le agradaba que lo trataran de Silvito.

Pero, aunque algo se consiguió en la tarea de que algunos se transformaran en seres comedidos y obedientes, incapaces de pronunciar el monosílabo no, y cayeran en el autobloqueo, la nueva generación estaba ya desviada ideológicamente y contaminada con lo extranjero. Lo paradójico es que la epidemia había sido, en parte, diseminada por el mundo, precisamente, con la leyenda de la revolución cubana. Porque aquella desafiante actitud, exteriorizada en la melena y la barba y el desenfado en el vestir, que era la expresión de una rebeldía contra las miserias enmascaradas y las buenas costumbres establecidas (aquel mundo bonito, acicalado y peinado con gomina, falso en fin, que los yanquis habían difundido por el orbe en la posguerra), que de algún modo encarnó en el movimiento hippie, ¿no era de alguna manera el reflejo de la nueva imagen del héroe con que los rebeldes cubanos (El Ché Guevara y Camilo Cienfuegos al frente), greñudos, desgarbados y hasta malolientes, habían conquistado la admiración de multitudes juveniles en muchos lugares del planeta?

Silvio Rodríguez es, pues, hijo legítimo de las circunstancias que marcaron un actitud en los años 60. Sus canciones fueron originales porque en ellas latió el espíritu de la revolución cubana, reencarnado en la nueva generación -esa que todavía no ha logrado materializar sus más caros ideales porque sus padres, celosos en la conservación del poder que conquistaron a sangre y fuego, no se lo han permitido-, y fueron originales porque su creador no permitió que lo sumieran en el aislamiento, y porque se dejó contaminar.

Por eso, su música es esa mezcla divina en la que se integran y sintetizan, con una inquietante armonía renovadora, las diversas modalidades que caracterizaron a la vieja trova cubana con el rock, el jazz y otros géneros de Estados Unidos -sus influencias de Bob Dylan han sido señaladas- y hasta algo de los llamados clásicos, como Vivaldi y Stravinsky.

Con Silvio he mantenido una amistad más o menos lejana en el transcurso de estos años. Creo que la primera entrevista de prensa en que planteó sus principales postulados teóricos fue conmigo, allá por 1973. Otros -yo mismo- podrían verle costados negativos y desvaríos que, como todos los seres vivos, lo acompañan. Sin embargo, en este caso prefiero atenerme al pensamiento de José Martí, en el sentido de que sólo los malagradecidos son capaces de verle las manchas al sol. Pero, además, no me atrevería, porque hacerlo significaría perder su amistad, y no quisiera que así fuera ni valdría la pena, aunque nunca más tengamos la oportunidad de darnos un abrazo.