A poco más de cien días de haber dado comienzo el primer gobierno de la ciudad de México electo democráticamente, ya se registran datos, hechos, decisiones, que permiten apreciar y valorar tendencias e intenciones, pero no todavía un balance definitivo de la etapa inicial.
Aun cuando se podrían emitir juicios, a partir de algunas estadísticas en diversas áreas de la administración pública, resultaría prematuro e insuficiente hacerlo solamente bajo estos criterios cuantitativos.
Es evidente que se ha inaugurado una nueva forma de gobernar, privilegiando una actitud diferente de relacionarse con la ciudadanía y de sentar bases sólidas para la resolución de las demandas sociales. Ciertamente los resultados son todavía incipientes, pero el balance se inclina al lado positivo.
Además, sería más precisa la evaluación si se incorporan otras constantes, unas que parten de décadas atrás y las que han venido perfilándose desde el inicio del gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas.
A la vista de todos están los problemas que se han acumulado y hasta agudizado históricamente, a falta de buenos gobiernos, pero que no podrían ni deberían usarse como elemento justificativo, aun cuando sí para explicarnos la dificultad de sentar nuevas bases que reconstruyan el tejido social e institucional destruido, de modo que se pueda enfrentar con éxito la enorme problemática de la capital.
A la vez, estas dificultades se acrecientan con una serie de obstáculos que han surgido en el fragor de la batalla política, algunos de origen perverso y de grotesca instrumentación, que han gravitado negativamente en la buena marcha del quehacer público. El catálogo abarca desde informaciones sesgadas en los medios de comunicación hasta actos de provocación.
Pero también debe reconocerse, como ocurre en todo gobierno, que existen algunas omisiones que bien pueden enmendarse, acciones que deben reorientarse o programas que requieren instrumentarse urgentemente.
Hay ya primeros resultados y avances, pero es preciso seguir dando respuestas cada vez hondas y expeditas a las demandas y aspiraciones ciudadanas.
No hay mucho tiempo, ni tanta paciencia ciudadana. Es factible dar estas respuestas en los próximos meses.
Qué bien que el propio jefe de gobierno en su informe de estos primeros meses de gestión, haya exhortado a sus colaboradores, a acelerar ritmos de trabajo en contacto con la población y reiterado su convocatoria a la ciudadanía de exigir, criticar y vigilar el desempeño de todos los servidores públicos.
Pronto conoceremos el programa de gobierno que vendrá a confirmar formalmente propósitos, programas y acciones políticas institucionales pero que también responderá a las críticas anticipadas de quienes pretenden enjuiciar como si ya hubieran transcurrido tres años de la presente gestión.
Hay que apoyar al máximo a la democracia, al cambio social, a la transición política y al gobierno electo democráticamente, siendo una vía magnífica para hacerlo constructivamente la autocrítica de los funcionarios y la comunicación permanente con los ciudadanos, lejos siempre de la negligencia, del prejuicio, de los temores y de la indecisión.