Hace poco menos de un mes, en el marco de unas jornadas sobre educación y valores, se me invitó en un panel a contestar, entre otras, esta pregunta: ¿podemos hablar ya de posmodernidad en nuestro país? Es obvio que la pregunta va más allá de las meras conversaciones de café o de las discusiones meramente academicistas. La cuestión de fondo radica en si este fenómeno de corte europeo está influyendo y cómo en la vida y los comportamientos de la sociedad.
Las opiniones sobre el tema se dividen. Con el fin de ganar espacio, y aun a riesgo de ofrecer una caricatura, diríamos que la posmodernidad es el rechazo a las absolutizaciones que la modernidad preconizó y en las que fincó sus promesas de felicidad: una razón incuestionable secundadora del finalismo optimista de la historia. Las grandes crisis occidentales (guerras, exclusiones, desempleo) han sido el mentís definitivo a esa matriz sociocultural que predominantemente dirigía los destinos de la sociedad europea moderna, utópicamente.
La sociedad posmoderna reacciona entonces contra la mentira y el engaño que ideológicamente se ocultaban tras los postulados optimistas de la modernidad. Su talante existencial los ha llevado a reafirmar la vida del individuo por encima de la colectividad: a recuperar la sensibilidad por encima de la racionalidad; a liberarse de los imperativos y del ``deber ser'' (utopías e ideales) en busca sólo del goce, de la microutopía individual. De alguna forma podríamos afirmar, entonces, que la posmodernidad es la reivindicación del homo sentimentalis con respecto al homo rationalis y la afirmación enfática de los polos que a esto subyacen: libertad, individuo, sensibilidad, existencia, presente.
Pero si bien lo anterior puede ser cierto, y más aún valioso, no obstante ¿es algo que nos toca? Si ni siquiera hemos alcanzado los niveles de desarrollo que la sociedad industrializada moderna ha conseguido, si estamos muy por debajo de los requerimientos culturales necesarios incluso para la misma comprensión teórica de tales matrices socioculturales, ¿podemos suponer ya en nuestros países algún grado de ``posmodernidad''? ¿No se trata de un traslape injustificado de óptica, planos y situaciones?
Sin duda que no, y esto hay que decirlo claramente. Cierto que el influjo posmoderno no se da por igual a todos los niveles ni en todos los ámbitos de la sociedad. No es lo mismo en la ciudad que en el campo, en ambientes académicos que en el mundo laboral. Y tampoco es lo mismo entenderla como una ``condición existencial'' o ``actitud'' que como un ``horizonte intelectual''.
Hoy en día, la cibernética ha convertido al mundo en una ``aldea global''. Es lo que explica por qué esta nueva forma de vivir se ha ido haciendo presente, como por ósmosis, en casi todos los rincones de la tierra, a pesar de no tener las mismas condiciones económicas y culturales de la sociedad que la engendró. Una ojeada a nuestro alrededor nos puede mostrar la crisis y destrucción generalizada de nuestras instituciones, de nuestra sociedad; la poca calidad de vida de las personas. La corrupción, el engaño, el fraude, la mentira, el escepticismo, las soluciones individualistas; la falta de ideales, de sueños, etcétera, son elocuentes testigos de esa simbiosis actual que constituye nuestra sociedad: lo peor de la modernidad nos ha alcanzado, y de la posmodernidad sólo nos ha llegado el escepticismo y el sinsentido.
De aquí la situación tan poco prometedora que nos ofrece. Es muy cómodo para una sociedad primermundista, como es la de Europa o la de Estados Unidos, reaccionar ``posmodernamente''. Teniendo la riqueza, el desarrollo y el control sobre el mundo, les viene de maravilla una ideología que no los cuestione, que plantee como ilusorios o ideológicos los ideales de justicia para el mundo. Una venda más se pone sobre sus ojos para que la realidad hiriente de los miles de Acteal de nuestros mundos no hiera su sensibilidad. Ahora ya no se busca el sueño de una sociedad más justa, sino que el mundo entero, en particular el tercero, acepte resignadamente que ya la modernidad segó sus aspiraciones ``idealistas''. De ahí que nuestra pregunta inicial haya de convertirse en esta otra: ¿no es la posmodernidad un golpe más a nuestras ya raquíticas esperanzas de aspirar a un mundo más humano.