La Jornada jueves 19 de marzo de 1998

Manuel Vázquez Montalbán
Kosovo: conflicto en el parque temático

La globalización convierte cualquier conflicto local en una guerra civil, y en el inventario de guerras civiles potenciales caben todos los conflictos imaginables convertibles en sociales cuando se transforman en energía histórica de agravio y rompimiento. Si es usted un buen bricoleur belicista, puede armar una guerra si consigue que cualquier lío étnico, lingüístico, ecológico, deportivo, turístico se encarne en las masas. Karl Marx dijo que las ideas se convierten en factores históricos de cambio cuando se encarnan en las masas. Ahora los malentendidos pueden convertirse en factores históricos de guerras civiles cuando se encarnan en masas prearmadas.

En la premodernidad y en la modernidad las guerras trataban de acumular territorio, mano de obra, materias primas, mercados y hegemonía por procedimientos bélicos. Durante el siglo XX estos propósitos permanecieron intocados hasta que en 1945 comienza la tercera guerra mundial y los objetivos adoptan la forma suprema de lucha por la hegemonía de un sistema de organización de la economía, la sociedad, la política y la cultura universalmente. A partir de 1990 las guerras son producto de finalidades locales justificadas por motivos culturales o civilizatorios, pero nutridas por una industria del armamento que necesita mercados bélicos para perpetuarse.

Kosovo parece destinado a ser el escenario de una guerra civil que ha empezado solapadamente. Una mayoría albanesa sometida por el poder serbio ha protagonizado ya varios conflictos desde la muerte de Tito, pero ha carecido hasta ahora de una vanguardia nacionalista susceptible de ser armada: en primera instancia por las armas robadas en Albania por los paisanos a la policía y el ejército. Tras tan primitivo utillaje ya llegarán los grupos de presión internacionales y los traficantes para ofrecer armamentos más sofisticados a la avidez de cualquier sacrificada economía de guerra. Mientras, la llamada comunidad internacional tratará de explicarse el conflicto, culpabilizar a los serbios y marear la perdiz del intervencionismo mientras la guerra civil de Kosovo se cobra cientos de miles de civiles, víctimas fundamentales de toda guerra moderna y mucho más de las posmodernas. Incapaz de tomar una decisión, Europa esperará a que Estados Unidos considere el conflicto de Kosovo interesante para la lógica interna de su política exterior, pero sobre todo de su política interior. Si es aconsejable la inversión intervencionista, la amenaza yanqui bastará para que se precipite el acuerdo al cabo de meses, un año máximo, del estallido de la guerra civil. Muertos. Violaciones. Limpiezas étnicas. Refugios. Solidaridad internacional. Artículos periodísticos apocalípticos. Debate entre intelectuales y entre fundamentalistas religiosos y al final la paz y un especial, el primer sábado de la paz, en las principales cadenas televisivas.

Un conflicto como el de Kosovo sólo pone en peligro a sus habitantes y se convierte en un mercado de armas, emociones solidarias o bárbaras e información. Cualquier guerra civil en la aldea global moviliza toneladas de información primero y luego, a medida que el consumidor se cansa y el sistema de señales dominantes establecido retorna (los resul- tados de la liga de futbol, por ejemplo), las noticias de la guerra llegan como molestos ruidos inútiles y no deseados. Una amenaza de guerra hace 20, 30 años, excitaba porque implicaba la lucha final entre el bien y el mal, entre capitalismo y comunismo, pero hoy cualquier guerra civil conduce a un tratamiento informativo de parque temático. Kosovo pertenece al parque temático balcánico, ya muy explotado durante los tres o cuatro años de guerras entre Serbia, Croacia y Bosnia, y además los albaneses son probrísimos, en Kosovo como en la propia Albania, con lo que la guerra promete ser menos lucida, menos épica, menos armada que otros conflictos posyugoslavos. No sé si esta guerra merecerá siquiera que los intelectuales monten un tribunal de crímenes de guerra. Las guerras civiles posmodernas son todas sucias, mediocres, crueles, prelógicas y ahora que todavía estamos a tiempo de señalar a los que están urdiendo la de Kosovo, sería la ocasión de fotografiar a los culpables originales antes de que la culpabilidad se globalice y la criminalidad generalizada alcance el grado supremo de heroísmo.