Adolfo Gilly
PRD: el primer congreso después de Acteal

La realidad, antes que las discusiones, ha desplazado con fuerza el eje sobre el cual estaba previsto en septiembre de 1996 el IV Congreso del PRD. Como a menudo suele suceder, el encuentro no será el que estaba previsto, sino otro; uno que protagonizarán los delegados venidos de todo el país en un momento crucial de la crisis nacional.

Se han vuelto mucho más importantes los excelentes documentos y tomas de posición sobre Chiapas y la política del gobierno federal aprobados por el PRD y sus órganos dirigentes a partir de la noche misma de la masacre de Acteal, que los documentos sobre programa y estrategia que se presentan al congreso, redactados todos ellos antes de ese parteaguas sangriento de la crisis.

Se ha vuelto más importante para las perspectivas y la razón misma de existencia del PRD definir la controversia sobre la candidatura de Ignacio Morales Lechuga, que los cálculos de cifras electorales futuras contenidos en el documento sobre estrategia.

Se ha vuelto mucho más importante comprender que el país atraviesa una crisis profunda e irreversible de la forma de Estado, que ilusionarse sobre la existencia de un proceso de transición a la democracia que sólo bastaría profundizar y completar en el Congreso de la Unión, como supone el mismo documento de estrategia.

La crisis desgarradora del régimen está presente en las declaraciones y la política de guerra del gobierno federal contra las comunidades indígenas rebeldes; en el fundamentalismo dogmático de su política económica; en la carrera hacia un nuevo desastre, resultado de la combinación entre ambas políticas; en los intentos insensatos de borrar Acteal; en el desconcierto del PRI ante la existencia de un gobierno democrático en la gran ciudad capital de la República, o en el hecho inaudito de que ese partido y el gobierno federal no se hayan manifestado aún sobre la persistencia en Morelos de un gobierno del PRI protector y cómplice de torturadores, secuestradores y otros delincuentes del fuero común.

Esa dimensión de la crisis del régimen, antes que una todavía incierta transición a la democracia, estará inevitablemente en los debates de Oaxtepec. Esa dimensión está ausente o fuera de foco en los actuales documentos de programa y estrategia. Para que el congreso del PRD pueda incidir con todo su peso en la crisis nacional, tendrá que expresarse con fuerza y claridad en una declaración política o una proclama a la nación que el congreso lance como conclusión de sus debates.

La crisis del régimen toca niveles de descomposición en puntos como Morelos, Campeche, Tabasco, para ya no decir Chiapas. Dentro de ella y de la indispensable construcción de una salida alternativa, antes que en cálculos elementales sobre imaginarias cifras de votantes, hay que colocar la cuestión de la candidatura de Veracruz. Una decisión equivocada puede obstruir esa salida y arrastrar al PRD hacia el vórtice de esa descomposición.

La crisis ha penetrado en la cúspide misma del gobierno federal. No otra explicación tiene la increíble decisión presidencial de enfrentar al país, al mundo y a la paz con un golpe de mano, hoy legislativo, mañana militar. Ese gobierno parece resuelto a buscar terminar a como dé lugar con la cuestión de Chiapas en 1998, para después dedicarse con calma a conservar el poder en el 2000. Cómo enfrentar ese golpe en apariencia inminente, como con cordura y energía lo indica la Conai, será tema ineludible del congreso.

Por eso digo que los documentos de programa y estrategia, discutibles antes, aparecen ahora superados del todo por los hechos. Ambos documentos, en especial el de programa, enuncian cantidad de buenos propósitos que todos podemos compartir. Los problemas comienzan cuando se trata de los medios para alcanzarlos.

Daré algunos escuetos ejemplos.

En el documento de programa, la propuesta de política económica ignora la realidad y la novedad radical de los cambios mundiales en los circuitos financieros; en la relación entre poder, finanzas y tecnología; en los nuevos modos de producir y dominar, y en los inéditos instrumentos de concentración del poder militar y político en Estados nacionales que, lejos de desvanecerse, son polos de fuerza y control de una nueva configuración del mundo.

Ese documento parece encerrado en un México que hace rato no existe. Habla, por ejemplo, del ``régimen de economía mixta que propugnamos'', formulación hoy más que nunca carente de contenido. Igualmente vacía, porque literalmente no quiere decir nada, es la afirmación de que ``el eje de nuestro programa económico de corto plazo requiere la elevación constante y generalizada de la productividad del trabajo, de la tierra y del capital, y el pago por su contribución efectiva a la producción''. Y no sólo vacía, sino peligrosa, es la afirmación, sin ningún sustento en la realidad de la economía mexicana y mundial, de que ``durante un periodo de transición se impulsará un crecimiento gradual hasta que éste alcance entre 8 y 9 por ciento del PIB''.

El documento sobre estrategia, por su parte, no está centrado en los extraordinarios, desiguales y profundos procesos políticos y culturales de participación y organización de la sociedad que atraviesa México. El foco de la visión que lo recorre está descrito en uno de sus párrafos: ``La envergadura de los cambios requeridos y la diversidad de la sociedad mexicana obliga a que se dé un diálogo nacional incluyente con la participación de todos los actores políticos, económicos y sociales. El ámbito privilegiado para lograr estos cambios es el Congreso de la Unión, y requiere de la concurrencia del Presidente de la República y los partidos políticos''.

No es extraño pues que recorra el texto un cierto triunfalismo electoral, contracara eufórica del pesimismo que en tantos rostros y actitudes pudimos ver en la última semana de agosto de 1994. Para confirmarlo, el documento termina con un saludo y un adiós a las Brigadas del Sol. Puedo estar de acuerdo.

Por otras sendas trascurrirán, a mi entender, los verdaderos debates del congreso. Podemos confiar en que ellos expresen la vivacidad, la vitalidad y la energía de una corriente política multitudinaria como la que el PRD encarna y representa, fuerza cuya presencia, iniciativa y lucidez de miras y propuestas es indispensable para que la irreversible crisis de este régimen se resuelva en la paz y la democracia, y no a través de la guerra y el desastre.