Rolando Cordera Campos
¿Se puede no ser neoliberal?

En medio del vuelco mundial, que ha roto ya tradiciones grandes y barreras de todo tipo, ¿se puede ser algo distinto a un neoliberal en política y en política económica? Pienso que sí se puede no ser neoliberal, pero a condición de no salirse del mundo con esa negativa. Para lograr ambas cosas, es preciso cubrir varios requisitos. He aquí algunos de ellos.

En primer lugar, se requiere no sólo mantenerse alerta ante la convulsión mundial, sino sobre todo explorar sus posibilidades productivas. La globalización es un proceso mayor de la época, pero no se trata de un destino ineluctable. La realidad a la que alude el vocablo de moda es compleja y cambiante, crea y destruye oportunidades y es en este vaivén donde se pone a prueba el ingenio político. Los neoliberales veneran el proceso como si se tratara de algo concluido, porque no pueden pensar más que en términos de estática comparativa; los no neoliberales deberían aprestarse a sacarle el máximo provecho a través de la acción pública y colectiva. Al hacerlo, dejarían la resignación en el campo de los adoradores de la vela perpetua del mercado libre.

En segundo lugar, el optar por no ser neoliberal no puede servir de pretexto para cerrar los ojos y empezar a soñar con un retorno a lo que había antes, ahora con la consigna de hacer las cosas mejor. Volver atrás para ``hacerla mejor'' no es posible, pero intentarlo puede probarse en extremo destructivo. Frente al ``revolucionarismo'' inclemente que propone el neoliberalismo, no puede responderse con lemas reversivos o regresivos, sino en todo caso con una sensatez y una prudencia que den paso a un ``conservadurismo'' progresista, filosófico como lo ha llamado A. Giddens.

Ser no neoliberal supone abrir al máximo el espacio para reflexionar en términos no paternalistas sobre el tema de la equidad que para nosotros se ha vuelto pobreza masiva y extrema. No hay caminos predeterminados para la justicia social, precisamente porque el cambio del mundo nos ha lanzado a todos, naciones y comunidades, personas y mentalidades, al mundo indeterminado de la competencia y la incertidumbre. Sin embargo, entre esta circunstancia y el regodeo con la inseguridad como fuente de productividad y progreso personal, que propone el Verbo neoliberal, hay mucho campo para fraguar y poner en práctica políticas e instituciones expresamente destinadas a abatir la miseria y disminuir la desigualdad. No es verdad que no haya espacio para una expansión económica con equidad. Para lo que empieza a no haber campo es para el egoísmo absurdo de los émulos de Bill Gates en tierra de indios.

Por último, pero no al último. Ser no neoliberal implica no tenerle miedo al mercado, pero tampoco tenerle respeto irracional o religioso. Cómo usarlo y modular sus fuerzas y desafíos, cómo canalizar sus frutos hacia otros fines, igualmente humanos y productivos pero no necesariamente económicos, es el reto mayor para los que se niegan a asumir el dogma neoliberal sin caer en el antidogma reductivo de la negación del mundo como es y está siendo.

Para no ser neoliberal se requiere ponerle adjetivos a la política, la democracia y el Estado. A la política hay que llamarla progresista, a la democracia social y al Estado social, democrático y de derecho. La fórmula que ha forjado y enriquecido el pensamiento social demócrata.

Termino: más que nada, no dedicar demasiado tiempo a ser antineoliberal, en especial en un país como México donde los seguidores de Hayek son clandestinos.