A Emilio Zebadúa, amigo de la democracia
El reciente paso de política monetaria neutral a restrictiva por parte del Banco de México (BdeM) que reduce la liquidez del sistema bancario mexicano en 20 millones de pesos diarios, así como la decisión de transferir al BdeM el control de la política cambiaria, pretenden aislar a la economía mexicana de la volatilidad financiera internacional a través de un régimen de flotación del peso. El propósito es mantener la inflación en 12 por ciento y el tipo de cambio en 8.74 pesos por dólar, objetivos establecidos en los Criterios Generales de Política Económica para 1998. Sin embargo, el riesgo de deflación de deuda que se cierne actualmente sobre la economía mundial podría limitar y aun anular la efectividad de esta estrategia.
Los choques externos que flagelan a la economía mexicana (descenso en el precio del petróleo y potencial reducción de las exportaciones debido a la devaluación de las monedas de Corea del Sur, Indonesia, Malasia y Tailandia) condujeron a un alza en las expectativas de inflación (13.7 por ciento), el déficit en cuenta corriente (14 mil millones de dólares) y el tipo de cambio (9.10 pesos por dólar). La medida del BdeM, así como el recorte al gasto acordado por la Secretaría de Hacienda, buscan atajar una eventual fuga de capitales y un consecuente colapso del peso, lo que daría pábulo a una espiral inflacionaria y al fin de la recuperación económica.
El gobierno prefirió esto a un mayor déficit fiscal, no obstante que pudo haber acomodado el efecto de los choques descargando parte del ajuste en las reservas internacionales, en la deuda pública y en la facilidad de crédito que ofrecen las ``cláusulas de captura'' comprendidas en el Plan Brady, con base en el cual México renegoció su deuda externa en 1989. Estas cláusulas, respecto de las cuales curiosamente las autoridades monetarias han guardado silencio pese a que en la situación presente de astringencia financiera bien podrían aplicarse, afectan a 89 por ciento de la deuda renegociada, y establecen que en caso de que el precio del petróleo sea inferior a 10 dólares, México tendría derecho a recibir un billón de dólares en empréstitos nuevos.
El optimismo oficial respecto de la efectividad del ajuste monetario-fiscal de marras para preservar la estabilidad cambiaria, contener la escalada inflacionaria y garantizar un crecimiento del PIB de 5 por ciento, es manifiesto. Sin embargo, hay una incógnita: ¿cómo reaccionará la economía estadunidense ante la crisis asiática? El efecto dragón ha provocado una sobreoferta internacional de bienes; el riesgo de deflación en la economía mundial está latente (en el mercado de bonos de Japón ya es ostensible) y no se espera que los bancos centrales de los principales países desarrollados, obsesionados como están con la inflación, estimulen la demanda para acomodar la sobreproducción al costo de un mayor déficit comercial interno.
Seguramente Estados Unidos (y otros países de la OCDE) enfrentará la mayor competitividad de los productos asiáticos no devaluando el dólar, sino contrayendo el circulante y aumentando la tasa de interés. El estancamiento de la economía estadunidense y mundial implicaría menos rendimientos de las acciones corporativas e induciría un proceso de deflación en la forma de un descenso generalizado de los precios nominales de bonos y activos.
Dado que la deuda privada estadunidense es muy alta, el público procuraría ahorrar más y consumir menos para liquidar deudas, cuyo valor real estaría aumentando con la deflación. Así, se reduciría la demanda agregada externa y las exportaciones mexicanas caerían en consecuencia. El riesgo de deflación de deuda, pues, podría aguarnos la incipiente fiesta en torno a la estabilidad del peso. Todo depende de que Japón y Europa estimulen su demanda interna de modo que hagan innecesaria una contracción monetaria en Estados Unidos.