``Dame litros, te amortizaré barriles''.
(Macpet)
La Constitución reserva a la nación la propiedad originaria de los recursos naturales y, entre ellos, de los hidrocarburos. Incuestionablemente, la pérdida de soberanía en este terreno nos hace perder uno de los ejes esenciales de nuestro proyecto de Nación: la utilización de los recursos naturales en provecho de todos los mexicanos. Por ello, la defensa de la nacionalización petrolera --en realidad de la propiedad nacional originaria de los recursos naturales, por fortuna tan defendida por las comunidades indígenas--, sigue teniendo hoy no sólo una gran significación y utilidad económicas, sino también un profundo sentido social y político. No obstante, la autoafirmación de nuestra nacionalización no niega --sería absurdo-- las tendencias de un sistema económico internacionalizado en sus dinámicas financiera, productiva y comercial. Por el contrario, estas características del mundo económico obligan a todas las naciones, como acaso lo muestra el extenso renacimiento de los espíritus nacionalistas en todo el mundo, a re-crear, re-interpretar, re-diseñar y, sin duda, re-construir, su sentido en los ámbitos, económico, social y político y, similarmente, el sentido del carácter nacional de sus recursos. Económicamente porque todo proyecto que no tiene una base material de sustentación, entre la que se cuenta, en este caso, la bondadosa e irrenunciable renta petrolera (renta de la tierra en general), corre el riesgo de no tener viabilidad. Socialmente porque el carácter nacional de los recursos, en este caso el petróleo, forma parte de la decisión fundante por constituirse en Nación con identidad propia, diferenciada de otras. Políticamente porque la determinación del carácter nacional de los recursos --del petróleo y su renta-- proporciona un incuestionable poder para utilizarlos en beneficio de sí misma, de sus proyectos, de sus sueños más vitales, de sus utopías. ¡Qué lejos estamos de eso cuando se utiliza la renta petrolera para subsidiar ineficiencias y alentar la obtención de ganancias artificiales! ¡Qué lejos, asimismo, cuando se la usa para servir la deuda de los capitales externos especulativos! ¡Qué lejos, asimismo, cuando inhibe, como lo ha hecho hasta hoy, la necesaria y urgente corresponsabilidad fiscal! ¡Qué lejos, finalmente --para sólo señalar un problema más-- cuando no se la utiliza para fortalecer al mismo Pemex y tornarlo cada vez más productivo y competitivo!
En nombre de la sociedad mexicana, el Estado y Pemex son responsables no sólo de cuidar los recursos petroleros y garantizar que sus recursos y rentas se utilicen en beneficio de la nación, sino de favorecer el acrecentamiento de las condiciones que le permitan optimizar su rendimiento económico y social. Por ello una pérdida de solvencia financiera, productiva, comercial y organizativa de Pemex y de los recursos petroleros es un ataque directo a la Nación, como ataque a la nación y a su patrimonio es la existencia misma de la corrupción administrativa o sindical, y de amiguísimos y contratismos en esta noble empresa. El manejo dispendioso de la paraestatal, de sus activos y de sus productos es una falla grave contra la Nación, como falla grave es --¡qué duda cabe!--, el manejo tecnocrático que so pretexto de la maximización económica ignora el sentido original del carácter social de esta empresa. Si todo esto resulta grave en el caso de cualquier organismo o instancia gubernamental o paraestatal, para el caso de Pemex es todavía más grave.
Pero la defensa de Pemex, del petróleo y de la Nación no puede identificarse con un manejo cerrado y temeroso de Pemex y de los recursos petroleros. Tampoco, por lo demás, en el manejo utópicamente autárquico de una empresa en cuyo ámbito las alianzas financieras, tecnológicas y comerciales internacionales forman parte de su cotidianidad, compleja pero incuestionable. Por todo esto, la mejor celebración de la nacionalización de la industria petrolera hoy es realizar de frente a la Nación una reconsideración crítica de su actuación y el rediseño de sus estrategias para el futuro próximo. Nada más.