La Jornada miércoles 18 de marzo de 1998

Carlos Monsiváis
El amor a lo contraproducente

Atravesamos por una moda incontenible: la pasión por lo contraproducente, por las acciones y declaraciones que perjudican o alteran drásticamente las ideas, intenciones y movilizaciones de quienes las cometen. Un ejemplo es la huelga de hambre anunciada el 13 de marzo por cinco diputados del PRD en oposición abierta al resto de su bancada, a los procedimientos de la Cámara de Diputados y a la solicitud expresa de su coordinador parlamentario Porfirio Muñoz Ledo. Los protohuelguistas desplegaron simultáneamente la bandera nacional, una manta con la leyenda ``Nunca más un México sin nosotros'', y una certeza: ``Los pueblos indios ya no pueden esperar más'' (La Jornada, 16 de marzo). Con su apremio honraron la mejor tradición del activismo municipal anterior al desarrollo del PRD. Renuncian a explicar su rechazo a la iniciativa presidencial sobre derechos y culturas indígenas y con su acción benefician el (abundante) fariscismo de sus adversarios, ebrios de autoelogio ante su ``serenidad'' que contrasta con la ``intransigencia'' izquierdista. De paso, muy ostensiblemente canjean su condición de diputados por la todavía más discutible de agitadores. Así los veo en la foto con la actitud que grita a cada hora y con mucha enjundia: ``¡Que despierte la conciencia popular!''.

La buena intención de estos diputados no tomó en cuenta el abismo de lo contraproducente. En medio de la campaña más vociferante que se recuerda de linchamiento moral y vilipendio de la causa indígena y sus demandas de paz digna, se les ocurre escenificar el método por excelencia de la desesperación, la huelga de hambre. Estos perredistas, lo acepten o no, son presas del protagonismo, la pandemia del fin de siglo. ¿A quién representan, a su partido o a la gana de que la Historia proceda a empellones de radicalismo y cambie de un día a otro? Una huelga de hambre ``hasta que el Ejecutivo retire su iniciativa de ley para Chiapas'' es tan sólo la variante de la certeza de echar abajo a gritos las murallas del neoliberalismo (o metáfora similar).

A estas alturas, es obvio que los acuerdos de San Andrés no han sido comprendidos por la mayoría y que el gobierno, a partir de la confusión inducida, se maneja con la libertad de su empecinamiento rencoroso y su resistencia al diálogo verdadero, sustentado apenas en la irresponsabilidad manifiesta del orador zapatista de un mitin que se opuso al cambio de un punto o de una coma en los acuerdos. A los partidarios de la paz verdadera -que no vendrá nunca de las imposiciones autoritarias de arriba- les corresponde no sumarse con su desesperación a la estrategia del gobierno.

Lo más contraproducente y lamentable del proceso es la andanada de quienes en artículos, libros, declaraciones empresariales y clericales, y sesudas mesas redondas, insisten en la teoría de ``los indígenas manipulados por el EZLN''. Es apenas creíble, salvo por la temperatura racista de los círculos dirigentes, la persistencia de esta tontería. ¿Así que la nación entera y dos gobiernos llevan más de cuatro años involucrados en Chiapas, debido a unos cuantos ``indios títeres'' de cuatro comunidades? Lo más degradado del racismo es su visión de pobres infelices que depositan siempre su voluntad en ``manos extrañas''. Y por eso la operación que continúa y perfecciona la fábula de esos inditos manipulados por Marcos, el titiritero farsante que embruja con procedimientos hollywoodenses (¿por qué, me pregunto, no lo proponen sus detractores para el Oscar de efectos especiales?), es su denuncia de los extranjeros rasputinianos que embrujan a la ínfima zarina colectiva de tzotziles, tzeltales, choles y tojolabales. La cacería de extranjeros a cargo de Gobernación, la expulsión inicua de personas que han venido a solidarizarse no con la rebelión sino con seres sujetos a condiciones infrahumanas, es maniobra dual a la vez xenofóbica y racista. Se odia al extranjero por intervenir y entrometerse en los ámbitos de la miseria sostenida por el capitalismo salvaje, y se desprecia a los indígenas, ajenos por naturaleza a la independencia de criterio, que deambulan buscando quien los engañe y conduzca a la muerte. Con esta frase resumirían su idea del indio: ``Busco hechicero rubio que me mande al abismo''.

Al presidente Ernesto Zedillo lo señala también en el conflicto de Chiapas el amor a lo contraproducente. En México señala su disposición ``a continuar el diálogo con el EZLN para pactar una solución política en Chiapas''. A El Mercurio de Chile le asegura que ``el EZLN quiere provocar la violencia'' (¿Y para qué entonces el diálogo con esta banda delincuencial?), y ya no dispone de ``los factores de sorpresa e incertidumbre con los que jugó tan bien en 1994 para dañar al país''. Así, el movimiento que ha determinado la más grande rectificación histórica de la nación frente a su minoría indígena, que ha llevado al mayor cuestionamiento del racismo conocido en México, cuya defensa ha colmado el Zócalo en diversas ocasiones en medio de numerosas adhesiones de la sociedad civil nacional e internacional, ¿quiere dañar el país al rebelarse contra la inexistencia del estado de derecho, admitida incluso hace unos días por el secretario de Gobernación? Esto lo afirma el mismo funcionario que varias veces y a regañadientes ha reconocido la justicia de la causa indígena, definiendo incluso a Marcos como ``un idealista con métodos equivocados''. Es muy contraproducente manejar a pedido de un diario pinochetista un discurso que desdeña las razones indígenas y la voluntad de paz del país entero.

En la entrevista el Presidente hace las veces de dictamen judicial, se olvida de que la investigación sobre la matanza de Acteal está en curso y nos entrega, inapelables, las conclusiones: ``Rechazo que la masacre de Acteal haya implicado violación de derechos humanos imputable al gobierno. Es una calumnia y un recurso propagandístico que se ha venido usando, culpar de este crimen al PRI. Lo que ocurrió en esa comunidad indígena, fue una matanza por parte de un grupo de asesinos que se habían sentido agredidos y a quienes el otro grupo les había matado 18 personas. Absurdamente tomaron una revancha. Ahora están en la cárcel y las investigaciones continúan para que no quede nadie sin el debido castigo''.

Es muy contraproducente suplantar de golpe a la PGR. No es una calumnia y un recurso propagandístico culpar de este crimen a priístas chiapanecos que, hasta noticia en contrario, forman parte del PRI nacional. Nadie ha acusado nunca de lo de Acteal al Presidente o al líder priísta Mariano Palacios Alcocer (el mismo que en su primera declaración describió lo de Acteal como ``supuestos hechos delictivos''). Pero está documentado por lo menos, la militancia priísta de caciques y sicarios detenidos por el crimen y, también, la ``indiferencia'' culpable de autoridades priístas de Chiapas ante las denuncias de lo que ocurría, la presencia ausente de fuerzas de seguridad en las inmediaciones de la matanza que nada hicieron para impedirla y la imposibilidad de calificar de ``venganza intracomunitaria e intrafamiliar'' a la vasta movilización de más de un centenar de matones. La PGR ha reconocido la existencia de 12 formaciones paramilitares en Chiapas (cifra modesta). ¿Qué han hecho los gobiernos priístas al respecto? Y el resto de la explicación de Zedillo es, por lo menos, inconvincente. Los asesinos se sintieron agredidos porque el otro grupo les había matado 18 personas. ¿Qué ``otro grupo''? ¿El de los muertos, los desplazados de Las Abejas que llevaban tres días de ayuno y rezos y carecían de armas? Al principio la PGR mencionó como detonadores de Acteal a un solo muerto, y a su padre vengativo. Zedillo añade 17, y uno se pregunta por qué entonces no se ha perseguido judicialmente al resto de Las Abejas, también según esto asesinos identificados. Y si fue una simple revancha, sin nexo alguno con los priístas, tan señalados desde antes por los desplazados de Chenalhó como fuerzas paramilitares, y, a partir de Acteal, por distintas comunidades, ¿cómo se explican más de cien arrestos y órdenes de aprehensión para ``un grupo''? ¿Por qué no esperarse al dictamen final de la PGR y por qué la prisa de absolver al PRI de Chiapas y al gobierno de Ruiz Ferro con la versión de los indígenas que se matan entre sí nomás por absurdos y primitivos? ¡Ah qué tzotziles tan autodestructivos!

El amor a lo contraproducente parece ser el signo de la política mexicana.