Conmemoremos el Día Internacional de la Mujer (del pasado 8 de marzo) acercándonos a ella mediante un imaginario plano-secuencia que recoja la figura femenina desde las biograph girls de la era silente hasta Mujeres insumisas (1994), de Alberto Isaac, en la que un grupo de casadas deciden abandonar a sus familias y más que nada a sus esposos.
Iniciemos con Mary Pickford (American Sweet Heart) cuya carrera como niña pobre berrinchuda comenzó en 1909 con una comedia de ingenuo título, Her First Biscuits, y concluyó con Rosita (1923). Olvidemos a Mary y a las otras little women: Shirley Temple, Diana Durbin y la zoofílica Liz Taylor, y encuadremos a las infantas de la posmodernidad, como Linda Blair cuyas diabólicas convulsiones estremecieron a los cineastas de la Tierra (The Exorcist), o Brooke Shields cuyo infantil erotismo fatigó las callejuelas de Nueva Orleans (Pretty Baby), o como Jodi Foster (Taxi Driver) ahora cine-directora.
Recreemos enseguida en nostálgico retroceso un conjunto de imágenes memorables de la cuarta década en cuyo abigarrado contexto seleccionamos a cuatro actrices de impactante presencia: Katherine Hepburn (The African Queen), Joan Crawford (Humoresque), Barbara Stanwyck (Ball of Fire) y Betty Davies (Dark Victory).
Alejémonos de aquellas precursoras del feminismo en el cinematógrafo para visualizar las redondeces que poblaron las fantasías de los cine-soñadores de los años cincuenta. Por ejemplo, Marilyn Monroe (Niagara) y Jean Mansfield (Under-water). Opaquemos con un fade-out a las dos para hacer entrar a cuadro a las féminas de los swing sixties, decenio de la píldora anticonceptiva y la revolución sexual.
En aquella época fetichista, las salas oscuras recogen las imágenes de Anne Bancroft en The Graduate, y de Jane Fonda, en Walk on the wild Side. Una --Anne-- seductora de colegiales; la otra --Jane-- solidaria con las mejores causas amorosas y políticas.
Continuemos con las representantes de la séptima década, donde encontramos un grupo de mujeres decididamente independientes, capaces de resolver arduos problemas existenciales, como Merly Streeps encarnando a la lesbiana protagonista de Manhattan; Gena Rowland recreando a la self-woman Gloria. Demos otro paso hacia adelante --años ochenta-- para describir a tres figuras femeninas del cine independiente mexicano: Herlinda de Doña Herlinda y su hijo (Jaime Humberto Hermosillo); Luz, de Los motivos de Luz (Felipe Cazals), y Frida, de Frida, naturaleza viva (Paul Leduc).
¿Cuál es la personalidad de cada una? Herlinda es la burguesa cuya única pasión es tejer y destejer enredos cortesanos y debemos emparentarla con las madrecitas de nuestro cine; Luz, marginada y envilecida, es víctima de un México machista. Frida viene a extender en la pantalla la figura femenina de la epopeya revolucionario con preocupaciones estéticas.
Concluyamos nuestro incompleto plano-secuencia preguntándonos: ¿cuál es el retrato de la mujer de este siglo terminal? ¿Acaso Sharon Stone interpretando a Catherine Trammel la psicópata, bisexual y exhibicionista que fatiga los fotogramas de Instintos básicos? ¿Quizá Nikita (Anne Parilland) la mujer de celuloide creada por Luc Besson, cuya existencia oscila entre la droga y la sexualidad; entre el compromiso y la libertad en La femme Nikita (1990)?
¿O, tal vez la madre marginada y perseguida articulada por el inglés Ken Loach en las estremecedoras escenas de Ladybird, Ladybird?
¿O Antonia, la abuela dicharachera que narra desde su lecho de muerte la historia de tres generaciones de mujeres que vivieron sin ataduras con el sexo opuesto en Memorias de Antonia (1995), de Marleen Gorris?
¿O las decididas protagonistas autoliberadas de Mujeres insumisas?
Unicamente nos resta puntualizar que ellas, las mujeres, están presentes por derecho propio en nuestras mentes, unas veces como stars y otras como seres protagónicos de sobresalientes narraciones cinematográficas.